Los niños de Chernóbil en Cuba: una historia no contada (II)

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Maribel Acosta Damas.— En marzo de 1990 llega a Cuba el primer grupo de niños y niñas de las áreas afectadas por la explosión del cuarto reactor de la Central Electronuclear en Chernóbil.  Ya en julio de ese mismo año, con el trabajo voluntario de miles de cubanos, en el balneario de Tarará se habían recuperado casi todas las instalaciones para el recibimiento masivo de niñas y niños de Rusia, Bielorrusia y Ucrania.

Desde un primer momento, el Ministerio de Salud Pública de Cuba rectoró y dirigió el programa y se involucraron todas las instituciones de salud y centros de investigaciones de la capital, dadas la magnitud y complejidad de este y el difícil periodo que comenzaba para Cuba luego de la desaparición del Campo Socialista y la desintegración de la URSS en 1991.  Toda la sociedad, de uno u otro modo se involucró en voluntariado que contaba con traductores, profesionales de disímiles sectores y el propio sistema de educación cubano.

Por ejemplo, el Ministerio de Comunicaciones garantizaba la comunicación telefónica de los niños y niñas con sus familiares en sus países; el Ministerio de Transporte apoyaba en el traslado de los pacientes hacia los hospitales, centros médicos y excursiones como parte de su rehabilitación psicológica. En coordinación con el Ministerio de Cultura se organizaban actividades culturales en Tarará que llevaran alegría a los niños y niñas que vivían allí.

Los países involucrados garantizaban la transportación aérea hacia Cuba, el resto de la atención la asumió Cuba gratuitamente.

El Dr. Julio Medina, médico del programa desde su fundación y Director entre 1998 y 2011. Foto Maribel Acosta/ Cubaperiodistas

El Dr. Julio Medina, parte del equipo del programa médico desde su inicio y su director a partir de 1998, afirma que en medio de estas condiciones el programa fue sostenible gracias al sistema político que permitía movilizar recursos y organizarlos, a  la fortaleza del sistema de salud cubano y a la inmensa humanidad de los profesionales de la salud de la Isla, quienes compartieron su atención a los niños y niñas cubanos junto a los de Chernóbil, en las mismas salas de los hospitales de la capital.

A lo largo del tiempo el programa fue evolucionando en lo que hoy llamaríamos distintas etapas. Como parte de la primera etapa, hasta el año 1992, los pacientes eran comunes a los tres países. A partir de esa fecha fue disminuyendo el número de niñas y niños rusos y bielorrusos y se mantuvieron de manera masiva las niñas y niños ucranianos.

Durante los primeros diez años unas 2 mil personas entre niños, niñas y sus acompañantes estaban de forma permanente en Tarará, con un elevado nivel de ocupación; los recuperados regresaban a sus países y otros llegaban a Cuba. En esa primera etapa los vuelos a La Habana se realizaban de forma conjunta pagados por fondos internacionales de ayuda humanitaria a las víctimas de Chernóbil y otras gestiones internacionales.

Sin embargo, más tarde, fueron complejizándose las posibilidades de transportación aérea y hubo que empezar a traer niños y niñas por los vuelos regulares, lo que hizo más difícil su llegada. Así, Cuba organiza con el gobierno ucraniano cuotas de unos 600 niños y niñas que se correspondieran con sus posibilidades de transportación y la preparación de la infraestructura necesaria en Tarará.

Esta es la etapa calificada como la más difícil del programa, que significó su diseño e implementación, la atención a los niños y niñas más enfermos y a sus familiares; que también recibieron ayuda médica. Es la etapa de experimentación en el campo científico y médico y por supuesto de aprendizaje y sistematización de los resultados que se iban alcanzando para su posterior análisis y presentación ante convenciones  internacionales que dieran cuenta de los resultados del trabajo médico y científico realizado.

Un paso a una segunda etapa del programa puede considerarse como lo que el  Dr. Julio Medina expone como la solución alcanzada para garantizar el seguimiento del programa en Cuba con la apertura de un programa médico similar en Ucrania en el año 1998, en un sanatorio en Crimea. Ahí se desarrolló el trabajo conjunto entre especialistas cubanos y ucranianos que dieron atención médica y de ese modo se paleaban las limitaciones de la transportación aérea.

Tarará y Crimea se mantuvieron hasta la conclusión del programa humanitario en el año 2011.  Esto contribuyó a lo largo de los años al fortalecimiento del sistema de salud ucraniano y al manejo más eficaz en su población del impacto del accidente nuclear. También, a finales de los 90, en esta nueva etapa, comienzan a desarrollarse alternativas de tratamiento en el Instituto de Hematología de Kiev; y la colaboración entre la Isla y Ucrania favorece la atención de pacientes en ambos escenarios a partir de la experiencia obtenida en Cuba, lo investigado conjuntamente y la aplicación de los protocolos internacionales de atención médica en estos casos.

El programa continuó hasta 2011, en la última etapa, con menos pacientes en la Isla, teniendo en cuenta la concentración masiva y el esfuerzo de los dos primeros periodos. Se consolidaron prácticas médicas y científicas que representaron un esfuerzo de miles de profesionales cubanos: se tradujeron al idioma español textos y referencias relacionadas con el tema, de gran utilidad en la medición de las radiaciones y sus interpretaciones posteriores.

El Centro de Protección e Higiene de las Radiaciones de Cuba desde el propio año 1990 desarrolló estudios dosimétricos y biomédicos para evaluar el impacto del accidente, de gran beneficio para conocer los niveles de contaminación, estimar las dosis de irradiación y su influencia en tiroides, así como dar seguimiento a las patologías derivadas de la contaminación en las localidades de procedencia. Los profesionales de este centro de investigaciones aún conservan en sus archivos tanto los equipos y aditamentos utilizados (algunos de elaboración propia)  como los registros originales de sus investigaciones.

Ello ayudó a crear una importante base de datos, considerada por expertos internacionales como única de su tipo en el mundo y que convierte al estudio realizado en Cuba como una de las fuentes más reconocidas para la evaluación del impacto radiológico del accidente de Chernóbil.

Por otro lado, el programa no solo constituyó una experiencia médica y científica sino humana y de simbiosis cultural: los niños y niñas con largas estadías en Cuba seguían con sus clases, se estimuló la confraternización entre los niños y niñas de Cuba y de Ucrania en bailes, juegos, excursiones, comidas y costumbres de un lado y de otro. Tradiciones de la Isla como la celebración de los quince años a las adolescentes cubanas, se practicaron también con las adolescentes de Chernóbil, y cada una de ellas que cumplía quince años en Cuba, tenía su fiesta de homenaje.

Los testimonios de muchos profesionales cubanos y pacientes que vivieron largamente en la Isla y otros que se quedaron a vivir para siempre en Cuba son de gran trascendencia para conocer la dimensión del programa humanitario. Sus historias son también voces de Chernóbil.

Niños de Chernóbil, en imágenes

(Tomado de Cubaperiodistas)

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