La siniestralidad silenciosa: la explotación de la fuerza de trabajo conduce a la muerte y la enfermedad

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La enfermera que atiende en el hospital, el repartidor que trae comida a casa, la asistenta que limpia la habitación de hotel, el oficinista que acumula horas de más, el camarero que asume dos y tres trabajos para llegar a un sueldo mínimo. Nadie diría que los de ellos son oficios peligrosos y, sin embargo, hoy más que nunca son trabajos de riesgo.

En pleno 2019 no hace falta colgarse de un andamio para jugarse la vida. La precariedad, el estrés y el exceso de trabajo también enferman. Y matan. Matan mucho más que los accidentes.

De todas las muertes que se registran cada día por causas relacionadas con el trabajo –7.500 según la OIT–, menos del 14 por ciento ocurre en el acto. La gran mayoría –unas 6.500– se van fraguando lentamente a causa de una larga enfermedad física –circulatoria, respiratoria, cáncer profesional– o mental.

Trabajamos en entornos más seguros que hace treinta años, pero la salud física y emocional de los empleados sigue siendo frágil. Por un lado, persisten los riesgos de siempre –por ejemplo en la Unión Europea ha habido un repunte reciente de accidentes mortales asociados a la construcción–, por otro lado aumentan los riesgos emergentes, los asociados a la economía digital y los psicosociales. Riesgos como el estrés, la fatiga o el acoso, relacionados con la organización del trabajo, con los tiempos, las exigencias, la incertidumbre.

“Los riesgos psicosociales son la gran pandemia de este siglo y tienen que ver con las condiciones tan precarias del mercado de trabajo”, alerta Ana García de la Torre, secretaria de Salud Laboral de la unión sindical UGT.

Precisamente la última campaña de prevención de este sindicato pone el foco en algunas de estas amenazas “invisibles” como la sobrecarga o la hiperconexión. “No son nuevas, ya las veníamos sufriendo, pero sin duda hay un agravamiento”.

El mayor peligro en el trabajo ya no son las caídas o los agentes infecciosos –esos riesgos están más o menos controlados–, lo peligroso ahora es el aumento de la presión, la precariedad de los contratos, los horarios incompatibles con la vida que, gota a gota, siguen alimentando esa siniestralidad silenciosa que no sale en los periódicos.

Enfermos de estrés

En el actual mercado frenético y competitivo, el estrés se ha convertido en algo casi tan frecuente en la oficina como la máquina de café. Es el segundo problema de salud más habitual en el lugar de trabajo y está detrás de la mitad de los casos de absentismo.

Se da con más frecuencia en el sector servicios y el de los cuidados –trabajos con una alta proporción femenina–, donde la relación con personas puede ser desgastante. “La idea de que el cliente siempre lleva la razón ha sido un atentado contra el bienestar de muchos trabajadores”, comenta José Antonio Llosa, doctor en Psicología de la Universidad de Gijón. Según este experto, el otro extremo más afectado son los perfiles laborales de cualificación alta, “donde encontramos niveles de exigencia y excelencia muy graves”.

El estrés laboral se relaciona sobre todo con el exceso de trabajo y aumenta con el uso de la tecnología. Actualmente, según el último informe sobre salud y seguridad de la OIT, el 36 por ciento de los trabajadores del mundo trabaja demasiado –más de 48 horas semanales– y todas esas horas extra les ponen en peligro.

“Hay una estrecha relación entre el exceso de horas de trabajo y los accidentes laborales”, advierte el informe, “las horas excesivas guardan relación con los efectos crónicos de la fatiga y pueden provocar enfermedades cardiovasculares, trastornos gastrointestinales, niveles altos de ansiedad, depresión, trastornos del sueño”.

Ana Isabel Mariño, inspectora de Trabajo y Seguridad Social, reconoce que estos riesgos psicosociales son, junto a los ergonómicos –los relacionados con movimientos y posturas dañinas–, “los más graves ahora”. Sin embargo, la prevención que se hace de ellos en las empresas sigue siendo deficiente. “Lo normal es que no haya protocolos, como tampoco suele haber protocolos de acoso o incluso de acoso sexual”, lamenta Mariño.

Como denuncia la UGT “los riesgos psicosociales todavía no están recogidos dentro del catálogo de enfermedades profesionales”. Por eso muchas empresas no los incluyen en sus análisis de riesgos ni en las revisiones médicas, los pasan por alto.

En el último año se han producido algunos tímidos avances “como el reconocimiento del síndrome del trabajador quemado”, recuerda Llosa, “sin embargo hay que tener cuidado con las etiquetas. La culpa no es del trabajador que no sabe lidiar con el estrés”, explica el psicólogo, y por tanto no se remedia con ansiolíticos, haciendo ejercicio o meditación, sino actuando en el origen, cambiando la organización del trabajo.

Trabajadores pobres, trabajadores en peligro

La inseguridad laboral, los contratos precarios y los salarios bajos crearon la nueva categoría de los trabajadores pobres. Ahora, además de pobres, también tienen más probabilidad de convertirse en trabajadores lesionados o trabajadores enfermos.

“Esta flexibilidad y movilidad, esta obligación extrema y constante de salir de tu zona de confort sin ningún tipo de seguridad genera un fuerte desgaste emocional y físico. La incertidumbre laboral está relacionada con peores índices de salud mental, depresión, ansiedad, desánimo. Además impacta sobre la manera de organizar la vida de las personas, las trayectorias vitales se frustran”, plantea Llosa.

El psicólogo, que participa en un proyecto de investigación sobre precariedad y salud mental, advierte también que existe una relación directa entre inseguridad laboral y consumo de estupefacientes, entre la perpetua incertidumbre y la idea de suicidio. “Evidentemente, la ideación suicida no se puede asimilar a tentativa, pero es indicativo de un malestar muy profundo”.

Al mismo tiempo, la precariedad deja secuelas físicas. “El número de accidentes se ha incrementado en términos absolutos y en gravedad justo a partir de 2013 coincidiendo con las medidas de flexibilización laboral”, apunta la inspectora de Trabajo Mariño refiriéndose a las cifras españolas de siniestralidad.

Las más vulnerables son las personas contratadas de manera temporal o eventual, las subcontratadas a través de agencia y los falsos autónomos. Datos de la OIT demuestran que la tasa de accidentes de estos trabajadores es mucho mayor a la del resto.

Además a ellos se les contrata para realizar las tareas más peligrosas, tienen menos acceso a formación, son más susceptibles de sufrir acoso y, en general, tienen más dificultad a la hora de exigir sus derechos. Permanentemente les toca elegir entre salud o trabajo, entre aguantar el dolor o arriesgarse a que no les vuelvan a llamar.

El caso más significativo es el de los trabajadores de plataformas digitales y en especial repartidores y mensajeros obligados por empresas multinacionales a autoemplearse para recibir un salario. Razón por la cual pierden la mayoría de sus derechos, incluida la prevención de su salud, precisamente en un sector rodeado de peligros.

“Todos los días recibimos fotos de accidentes. Estamos conduciendo en turnos de tres, cuatro y cinco horas seguidas, la probabilidad de accidente es grande y la empresa nos mete constantemente presión para llegar a tiempo. Además no recibimos ningún curso en prevención de riesgos”, se queja Nuria Soto, portavoz del sindicato Riders x derechos que agrupa al colectivo de repartidores de Barcelona.

El pasado mayo uno de estos mensajeros, Pujan Koirala, de 23 años y nacionalidad nepalí perdió la vida mientras hacía un reparto. Pujan se encontraba en situación irregular, trabajaba con la cuenta de usuario de otro rider. Algo habitual, asegura Soto. “Hay un montón de personas migrantes sin documentación con cuentas alquiladas o cedidas. La empresa lo sabe, pero le conviene. Ellos son los últimos que van a reclamar cualquier derecho”.

Desde la muerte de Pujan, otros seis repartidores han fallecido en Europa y Latinoamérica. “Y en ningún caso las empresas se hacen cargo”, denuncian. Por eso exigen que se les reconozca como trabajadores asalariados –varias sentencias judiciales en España ya les han dado la razón– para no tener que seguir arriesgando la vida en un modelo de trabajo a destajo más propio del siglo XIX que del XXI.

Fallo en el sistema

La siniestralidad no solo afecta a los trabajadores, también a las propias empresas y a la sociedad en general. Las malas prácticas en seguridad y salud cuestan cada año alrededor de un 3,94 por ciento del Producto Interior Bruto global. “Por eso hay que poner la prevención en el kilómetro cero de la actividad empresarial”, defiende Alejandro Pérez, profesor de Riesgos Laborales en la Escuela de Negocios ICADE.

“A mis alumnos les enseño que deben evaluar los riesgos, informar a sus trabajadores, dar formación y vigilar su salud. Las dolencias hay que atajarlas desde el minuto uno, también el estrés para que quien lo padezca tenga un amparo igual que el que se tuerce un tobillo. El problema es que todavía somos más reactivos que preventivos”, añade.

La Organización Internacional del Trabajo reconoce que hacen falta más esfuerzos para anticiparse a los riesgos y reforzar las normas internacionales.

El mundo deberá afrontar en las próximas décadas grandes retos en materia de seguridad laboral: el envejecimiento de la población, los riesgos tecnológicos, el uso de nanomateriales y su potencialidad tóxica; pero también la organización del trabajo.

De nada sirve que ahora mismo se estén diseñando algoritmos para predecir accidentes cuando el propio mercado laboral se ha convertido en el principal factor de riesgo. Como insiste la inspectora de Trabajo Mariño, “para mejorar la prevención es fundamental ralentizar los procesos, regular mejor los tiempos, frenar esta locura de competencia”. Es imposible proteger al trabajador en medio de un mercado desenfrenado e inseguro por definición.

https://www.equaltimes.org/la-siniestralidad-silenciosa?lang=es

Fuente: MPR

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