Nunca llueve a gusto de todos.

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En la oficina unos quieren subir el termostato, mientras que a otros el calor les agobia. En vacaciones la mayoría va a los sitios donde hace calor y, cuando no había ecologistas, el “buen tiempo” era sinónimo de calor. A las épocas históricas de fuerte calor los geólogos las llaman “óptimos”.

El clima es parte de la mística. Si quieres que haga “buen tiempo” debes rezar y lo mismo para que llueva. Incluso puedes acudir al párroco más cercano para que convoque una procesión. A finales del siglo XVI y principios del XVII en Alemania quemaron a cientos de “brujas” por culpa de las heladas que destruyeron las viñas.

Hasta hace muy poco tiempo también había almanaques, a medio camino entre la astronomía (astrología), la agricultura y la climatología. Las primeras revistas meteorológicas aparecieron en el siglo XVI y, a comienzos del XIX, el gran Lamarck fue uno de los impulsores de las estaciones meteorológicas.

Las encuestas sobre la calidad de los vinos -basadas en el clima de las estaciones del año- se remontan al siglo XIV, por lo menos. El vino y la fecha de la cosecha siempre fueron uno de los mejores termómetros disponibles. Ahora los llamarían “proxys”. Una cosecha de vino temprana significa que la primavera y el verano fueron calurosos y las cosechas tardías indican lo contrario.

La primera serie termométrica completa de los doce meses del año se remonta a la Inglaterra de 1659.

Los glaciares también sirven de proxys. La mitad del retroceso o avance de un glaciar se debe a la temperatura del verano y la otra mitad a las nevadas del invierno. Si un glaciar retrocede a lo largo de varias décadas significa que las temperaturas han aumentado y las nevadas han menguado.

De cualquier modo que se mida, el clima ha sido y es cambiante.

La Edad del Bronce (entre 1500 y 1000 ane.) fue un período de “óptimo climático”, o sea, de calor. Los glaciares de los Alpes retrocedieron.

Luego, en la Edad de Hierro (entre 1000 y 400 ane.), la temperatura refrescó.

En tiempos de los romanos (200 ane. y 200 dne.) se produjo un segundo “óptimo”, es decir, una época de calor parecida a la actual que no causó ningún desastre sino todo lo contrario: la agricultura se desarrolló con inviernos suaves y veranos secos.

Alrededor del 500, la época visigótica, las temperaturas enfriaron, llegando a una pequeña glaciación.

Entre 900 y 1300 dominó el llamado “óptimo climático medieval” en el que los vikingos colonizaron Groenlandia, donde apenas había hielo. La humanidad taló muchos bosques y roturó nuevas tierras vírgenes gracias a un importante rendimiento agrícola que, a su vez, no dio lugar a ninguna extincion sino todo lo contrario: a un importante crecimiento demográfico.

En el siglo XIV sobrevino una pequeña edad de hielo que terminó alrededor de 1860. Los glaciares alpinos se expandieron, alcanzando un kilómetro más de longitud que los actuales.

Aquel descenso de temperaturas resultó peliagudo para Europa. Como consecencia de varios veranos consecutivos de sequía, de 1314 a 1316 se produjo una gran hambruna.

El hambre condujo a la proliferación de enfermedades de esas que llaman “contagiosas”. Fue la época de la “peste negra” que acabó con una tercera parte de la población europea.

En 1340 la peste bubónica se convirtió en pulmonar como consecuencia del frío y las fuertes lluvias estivales.

Los casi cinco siglos de la pequeña edad de hielo no significa que no hubiera períodos de calor, más o menos cortos, ni tampoco que desaparecieran las enfermedades, sobre todo por la contaminación de las aguas. Las víctimas fueron, sobre todo, niños pequeños que murieron de cólera.

En 1556 hubo un verano muy caluroso que provocó importantes incendios forestales y escasez de alimentos.

A partir de 1570 los glaciares alpinos comenzaron a avanzar con fuerza. A finales del siglo XVI, en Chamonix, el Mar de Hielo destruyó en su avance varias localidades situadas hasta entonces a más de un kilómetro del frente helado.

Los glaciares alpinos alcanzaron su máxima extensión a mediados del siglo XVII. En 1644 el obispo de Ginebra encabezó una procesión para que la virgen hiciera retroceder a los tres glaciares circundantes porque amenazaban varias localidades.

En 1653 los jesuitas volvieron a Suiza para organizar procesiones y plegarias que frenaran el avance de los glaciares.

En 1636, se registró un aumento muy significativo del número de muertes en Francia. La situación, sin embargo, fue excelente y el verano radiante, lo que dio lugar a suculentas y tempranas cosechas. Pero el nivel de los ríos y de las aguas subterráneas había descendido demasiado, lo que provocó la contaminación del agua y muchos casos de disentería.

El invierno de 1708-1709 fue uno de los más fríos de Europa desde 1500. Destruyó la cosecha de trigo, causando más de medio millón de muertos al año siguiente.

En 1815 la erupción del volcán Tambora en Indonesia arrojó un velo de polvo muy fino a la atmósfera. La radiación solar disminuyó y las cosechas se redujeron en Europa. Al año siguiente no hubo verano y las temperaturas cayeron casi medio grado en el Viejo Continente.

Entre los años 1850 y 1860 acabó la pequeña edad de hielo y los glaciares alpinos comenzaron a retroceder.

El cambio climático no es ninguna anomalía. Lo realmente extraño sería que el clima no cambiara.

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