Situación de la clase obrera tras el COVID-19

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F.J.Ferrer.— Decíamos en un artículo anterior que, pasada la crisis sanitaria del COVID-19, la burguesía hará recaer sobre la clase obrera y los sectores populares el coste de su recuperación económica, lo que se traduce en más destrucción de empleo, trasvase de fondos públicos a capitales privados, destrucción de los sistemas sanitarios y educativos públicos, etc. Y no erramos en nuestra apreciación.

Las actuales medidas que se han tomado desde el gobierno son, a todas luces, absolutamente insuficientes y precarias, tratando desesperadamente de parchear las innumerables vías de agua que presenta el sistema burgués de producción sin otro resultado que el de retrasar algo su inevitable hundimiento.

El Acuerdo para la defensa del empleo del pasado 11 de mayo, firmado por el gobierno socialdemócrata, la patronal y sus sindicatos, lejos de defender el empleo, lo que hace en realidad es poner en negro sobre blanco las intenciones e intereses de esa patronal, que no son otras que establecer los cauces legales para no hacer frente a compromisos adquiridos frente a los trabajadores y trabajadoras, mediante las maniobras trileras a las que ya nos acostumbran.

De la derogación íntegra de las contrarreformas laborales, tanto del PSOE como del PP, se pasó inmediatamente, ante los bramidos de la patronal, a tocar solo aspectos puntuales, eso sí, pactándose todo con los agentes sociales (patronal y sus sindicatos).

Todo esto, tomado desde la perspectiva del juego institucional. Pero debemos ir al fondo de la cuestión para vislumbrar lo que a un corto y medio plazo se nos puede venir encima.

El reciente caso del cierre de las fábricas de Nissan en Catalunya, o de Alcoa en Galicia, son un claro ejemplo. Estas empresas vienen a Catalunya y a otros lugares del estado español porque, en su día les era rentable establecerse en estos territorios: Salarios no muy altos, bajo perfil de conflictividad laboral, contratación laboral flexible, mano de obra cualificada en abundancia…, todo ello unido a que las subvenciones, exenciones fiscales y otros tipos de bonificaciones, ofrecidas por el estado a estas empresas, hacía muy atractiva la exportación de capital a estas zonas.

El capital circula hacia aquellos lugares donde la obtención de rentabilidad es mayor y segura, ya sea de manera directa, mediante la obtención de plusvalías provenientes del trabajo asalariado, o indirecta, mediante el cobro de subvenciones estatales y otras regalías como decimos antes. Todo ello, amparado por un sistema jurídico elaborado a medida. Además, otro factor a tener en cuenta es la necesidad que tiene el capital de dar salida a sus productos. Unida a los anteriores factores, debe de ser tenida en cuenta la caída de la demanda, lo que origina un enorme stock de productos sin posibilidad de venta.

Y a la inversa, huye despavorido en cuanto esa rentabilidad puede estar en peligro, sabiendo que el estado no va a tomar ningún tipo de represalias contra ellos,  a pesar del incalculable daño que causan.

La inmensa mayoría del tejido industrial y productivo del estado español está controlado por empresas como Nissan o Alcoa, las cuales seguirán establecidas aquí mientras el capital fluya de forma constante y segura hacia sus arcas. Pero el panorama que se presenta, tras el COVID-19 es bien distinto del idílico panorama que se encontraron al llegar.

El dinero del estado no va a fluir con la misma alegría, se prevé una escalada en la conflictividad laboral y social, la burguesía, ya sea central o periférica, se encuentra incursa en una profunda crisis, en la que se percibe de fondo cierto  ruido de sables (ceses repentinos y dimisiones, de oficiales de alta graduación de la Guardia Civil)… Este escenario es lo que motiva a que el capital inversor, da lo mismo que sea extranjero o nacional, busque otros lugares donde parasitar con éxito y seguridad.

Articulistas y analistas burgueses, achacan la salida de las mencionadas empresas a la política  “medioambiental” de Bruselas, sin tener en cuenta, no porque lo ignoren, sino porque no les conviene exponer los verdaderos motivos de dicha salida, que no son otros que lo que se ha expuesto antes: parasitar de forma rentable y segura.

Esto es, grosso modo, parte del panorama que se nos presenta a la clase obrera, unido a la profunda crisis estructural del sistema capitalista, incapaz de resolver mínimamente los problemas más inmediatos de la mayor parte de la población.

Teniendo en cuenta que la fecha establecida para volver a la “normalidad” es el próximo 30 de junio, fecha en la que deben finalizar los ERTEs y con ello, el pago de las prestaciones por desempleo derivados de dichos expedientes; el aumento del paro, que registra un incremento de la tasa interanual del 21,1% respecto al mes de abril del 2019; la desaparición de miles de pequeñas y medianas empresas así como de autónomos; la vergonzante e impune huida del capital extranjero y nacional a otros lugares; la pérdida de recursos por parte de amplias capas de la población: clase obrera y sectores populares; la miseria y extrema pobreza de los sectores más vulnerables, nos colocan ante un panorama verdaderamente dantesco. Dantesco, si no hacemos nada para evitarlo y está en nuestras manos el hacerlo.

Nadie, nadie, nos va a liberar de la miseria y la explotación. Ni gobiernos supuestamente de “izquierdas”, ni las instituciones burguesas, ni pactos sociales entre patronal y sindicatos, ni nuevos pactos interclasistas (Pactos de la Moncloa). Nada de eso, ni nadie, nos liberará de esa “tutela odiosa”. Esto ha de ser obra de la clase obrera con su Partido Comunista a la cabeza. Esa es nuestra responsabilidad ante el futuro y la Humanidad. Tremenda responsabilidad, cierto, pero que la debemos asumir sin reservas y con el convencimiento pleno de que es posible librarnos de los parásitos y su odiado sistema y construir un nuevo futuro, distinto del que nos tienen reservado las sanguijuelas, donde el bienestar del Pueblo esté por encima de los intereses privados de unos pocos, esto es, comenzar a construir el Socialismo-Comunismo.

Esto, que es más que obvio, pareciera que de tanto repetirse se ha quedado en una simple muletilla para acabar con cierto énfasis cualquier escrito o artículo. Pero no, que solo el Pueblo organizado salva al Pueblo, no es una simple muletilla, es una verdad como una catedral -lo hemos visto en el pueblo pesquero de Chuao, en Venezuela, donde unos humildes pescadores dieron una severa lección a unos mercenarios imperialistas-  y la única esperanza que podemos albergar. Y el Pueblo organizado precisa de su Partido Comunista, en primer lugar, al que tenemos que fortalecer, estrechando los lazos entre Partido y masas obreras; son los distintos frentes de lucha: mujer, estudiantes, mareas, jóvenes…; son los comités y asambleas de barrio, los sectores populares… a los que hay que unificar en un solo Frente Obrero y Popular por el Socialismo.

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