El ministro de Cultura de Cuba, Alpidio Alonso, aludió a la entrega al país, un día como hoy de 1967, de una mención de honor como reconocimiento a su efectiva campaña de alfabetización.
El lauro, otorgado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), resultó una de las noticias de la época reseñadas en el Noticiero ICAIC Latinoamericano por su director Santiago Álvarez, en la emisión del 11 de septiembre de ese año.
Según los historiadores, si bien la Constitución de 1940 refrendaba la educación obligatoria para los niños y niñas, el sistema de enseñanza experimentaba notables desigualdades respecto a la adquisición de los recursos y oportunidades en el sector.
De ahí la casi inexistencia de métodos de aprendizaje para los sectores más pobres de la sociedad y, por ejemplo, las zonas urbanas presentaban antes del triunfo de la Revolución, el 1 de enero de 1959, un 11 por ciento de analfabetismo, mientras que en las rurales el número ascendía a 47 por ciento.
La bibliografía sobre el tema resalta cuatro cifras fundamentales del complejo escenario experimentado por la nación caribeña en las primeras cinco décadas del siglo XX: un millón de analfabetos, más de un millón de semianalfabetos, 600 mil niños sin escuelas y 10 mil maestros sin trabajo.
Con el propósito de cambiar la situación imperante, caracterizada además por la malversación de los fondos educacionales por los funcionarios de la época, el Gobierno revolucionario, una vez asumido el poder, estableció como prioridad la creación de 10 mil nuevas aulas en septiembre de 1959.
Sumado a ello, aumentó el número de maestros rurales, surgieron la ley de nacionalización general de la enseñanza, el carácter gratuito del aprendizaje, la primera reforma integral del sector y la llegada de tres mil maestros voluntarios, normalistas y jóvenes con estudios, a los campos cubanos en 1961.
Todo ello materializó la primera Campaña Nacional de Alfabetización en el país que, solo en ese año, alfabetizó a 707 mil personas y adoptó otras medidas como el comienzo de la educación de adultos, la creación de las facultades obreras y campesinas y la instrucción universitaria para los trabajadores.
Durante ese programa, nacieron el plan de estudios Ana Betancourt para mujeres campesinas, el Consejo Nacional de Cultura—actual Ministerio de Cultura—, impulsor de una red de bibliotecas para el acercamiento de la sociedad a los libros y, posteriormente, la Editorial Nacional de Cuba.