Víctimas de segunda en una guerra ignorada

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La frenética actividad de condenas y sanciones contra Rusia no ha hecho más que aumentar desde que comenzara el miércoles a las seis de la mañana la operación militar rusa contra Ucrania con un primer ataque contra objetivos militares a lo largo de todo el país. En este tiempo, las principales potencias occidentales han pasado de un primer y más liviano paquete de sanciones tras el reconocimiento ruso de la RPD y la RPL a admitir abiertamente que el objetivo es ya destrozar el desarrollo económico ruso a corto y largo plazo y a hacer de Vladimir Putin un paria internacional. La hemeroteca recuerda, sin embargo, comentarios similares de años anteriores, especialmente los momentos tras la intervención rusa para recuperar Crimea en 2014.

La memoria es precisamente uno de los grandes aliados de las potencias occidentales a la hora de presentar la actual guerra entre Rusia y Ucrania como una agresión no provocada de una potencia autocrática que trata de imponer su voluntad a su democrático e inocente vecino. La falta general de conciencia sobre lo ocurrido en Ucrania, concretamente en Donbass, desde abril de 2014, facilita enormemente esa tarea. Los grandes titulares sobre el inicio de la guerra han hecho desaparecer completamente un conflicto de prácticamente ocho años de duración en el que han perdido la vida alrededor de 15.000 personas, más de un millón y medio se han visto desplazadas de sus hogares y en el que toda la región controlada por las Repúblicas Populares se ha visto sometida a bloqueo económico y bancario durante todo este periodo bélico. Es más, Ucrania ha condenado sistemáticamente los convoyes de ayuda humanitaria enviados por Rusia, incluso los de los primeros meses, cuando el desabastecimiento y la desaparición de sueldos y pensiones creó una crisis humanitaria en la que la población más vulnerable corría le riesgo de morir de hambre.

Los medios y las redes sociales se han llenado estos días de solidaridad hacia los civiles ucranianos durmiendo en los refugios antiaéreos construidos en tiempos de la guerra fría o en el metro de las grandes ciudades, pensados también como protección en caso de guerra, mientras han ignorado imágenes similares, en muchos casos mucho más precarias, con familias enteras durmiendo durante años en sus sótanos, en el caso de Donbass. Aparentemente, los misiles rusos no han dejado, de momento, imágenes lo suficientemente espectaculares con las que condenar la brutalidad invasora, por lo que han circulado por las redes imágenes de los bombardeos de Belgrado presentados como ataques rusos contra Kiev. Ha creado especial conmoción y solidaridad hacia Ucrania una imagen de los bombardeos israelíes contra Gaza.

De forma similar, influencers -entre ellos el filósofo francés Bernard Henry Levy, bravo defensor de Ucrania- y medios de todo el mundo han usado repetidamente unas imágenes de la despedida de un hombre y su familia para ilustrar cómo las mujeres y los niños huyen de Ucrania y los hombres quedan atrás para luchar contra Rusia sin caer en la cuenta de que se trata de un vídeo grabado la semana pasada en Gorlovka, cuando mujeres y niños eran evacuados a Rusia y los hombres de la RPD marchaban al frente a luchar contra Ucrania. Imágenes a las que ha habido que asociarles un significado ucraniano para que consiguieran crear una empatía que se ha negado sistemáticamente al sufrimiento de ochos años de la población de Donbass. “El terror del asedio”, rotulaba con esas imágenes un medio de comunicación español, que realmente no se alejaba de la realidad.

Gorlovka, escenario de uno de los primeros y más salvajes ataques ucranianos contra la población civil, ha sobrevivido ocho años asediada por las tropas ucranianas, que en el verano de 2014 abrieron fuego a plena luz de domingo contra un parque en el que paseaban familias enteras. Medios ucranianos afirmaron haber neutralizado a una docena de “terroristas” para posteriormente negar el bombardeo y acusar a las milicias de la RPD de disparar contra su propia ciudad. Las terribles imágenes de civiles -entre ellos los cuerpos desmembrados de una joven y su hija- obligaron a ese cambio de narrativa. La misión de observación de la OSCE tardó una semana en visitar el lugar, prácticamente aislado e inaccesible a causa del fuego ucraniano, que buscaba cortar las comunicaciones entre las principales ciudades de Donbass.

También entonces la hipocresía occidental y la doble vara de medir se hizo presente. Al día siguiente, inspirando una de las primeras entradas en este mismo blog, las noticias españolas ignoraban el bombardeo, pero se referían a la guerra en la sección de deportes. Presentándolo como una víctima de la guerra, uno de los muchos refugiados, el Shakhtar Donetsk se veía obligado a jugar sus partidos lejos de su público. Sin interés por el sufrimiento de la población, sometida a bombardeos y en muchos casos sin suministro eléctrico ni agua corriente durante meses, un equipo de fútbol, evacuado inmediatamente a zona segura y capaz de continuar con sus actividades en otro lugar, era presentado como víctima de la guerra.

Derrotada dos veces, Ucrania se vio obligada a firmar unos acuerdos que nunca pretendió cumplir y nunca renunció a los bombardeos como herramienta de presión contra las Repúblicas Populares y contra Rusia, a la que ahora se acusa de haber destrozado el proceso de Minsk. En 2015, Slavyangrad publicaba un texto titulado “Corea o Krajina”, que reducía a dos las posibilidades de relación entre Ucrania y las Repúblicas Populares en un contexto de imposibilidad de un acuerdo de paz en firme: un pacto no escrito de no agresión a la espera de una resolución futura, en realidad una coexistencia tensa pero pacífica, o la de la ofensiva militar. El sueño del escenario Krajina, que en años recientes se ha convertido en el sueño del escenario Karabaj, nunca ha desaparecido en ciertos sectores de Ucrania, que jamás esperaron que fuera a producirse en la dirección opuesta. La postura de Rusia a favor de los acuerdos de Minsk parecía demasiado firme.

Durante meses, Estados Unidos ha tratado de meter la guerra en Ucrania y las exigencias de seguridad de Rusia ante la expansión de la OTAN y el uso de Ucrania como herramienta contra Moscú en un mismo saco. Harta de ver el creciente envío de armas occidentales a un país que seguía negándose a cumplir los acuerdos que firmó, Rusia ha respondido de la misma manera con un cambio radical de postura.

Una postura no exenta de hipocresía, ya que Moscú ha hecho todo lo que ha estado en su mano por lograr la implementación de los acuerdos de paz, que con concesiones políticas habrían devuelto a Donetsk y Lugansk bajo control de esas autoridades rusófobas apoyadas sobre las fuerzas de choque de la extrema derecha a las que ahora trata de desnazificar. Rusia intenta ahora, de forma un tanto artificial teniendo en cuenta que reconoció tanto al Gobierno de Zelensky como al de Poroshenko tras unas elecciones en las que no todo el país tuvo la opción de votar, recuperar la retórica antifascista en la que nació, contra el nacionalismo ucraniano que pretendía imponer su visión del país sobre las regiones en las que esa ideología no era dominante. Ahora, tras ocho años de trabajo de propaganda y con una sociedad en la que tan solo los grupos de extrema derecha están organizados y movilizados, algunos de los postulados nacionalistas que causaron el rechazo de la población en 2014 ya han quedado completamente normalizados.

“El futuro de la seguridad europea se está determinando en Ucrania”, decía el viernes el Ministerio de Asuntos Exteriores ucraniano, cuyo titular se ha jactado repetidamente de la intención de su país de infringir los acuerdos de paz firmados en 2015 y que su administración siempre ha dicho defender como salida al conflicto en Donbass. Mientras el presidente Zelensky juraba amor eterno a la población de Donbass en sus discursos oficiales, las tropas ucranianas continuaban, y continúan aún, bombardeando zonas del frente, causando un constante goteo de muerte y destrucción y perpetuando una guerra sin la que el actual escenario bélico habría sido imposible. Muy lejos de los titulares y sin grandes reportajes en los que mostrar las caras de esa guerra, el sufrimiento de Donbass ha sido completamente ignorado y ha quedado ya perfectamente olvidado. Menos de 24 horas después del inicio del ataque ruso contra Ucrania, deportistas, periodistas, todo tipo de personalidades y ciudadanos anónimos rusos se han manifestado contra la guerra y han mostrado solidaridad a los civiles ucranianos que sufren ahora lo que su ejército ha infligido en todo este tiempo en Donbass.

El sufrimiento humano no entiende de fronteras ni líneas del frente y los civiles ucranianos merecen toda la solidaridad. Una solidaridad que, lamentablemente, han negado a sus conciudadanos al otro lado de la línea de separación. En ocho años de guerra, no ha habido en Ucrania el más mínimo movimiento contra la guerra ni muestra alguna de solidaridad con los civiles al otro lado de la línea de separación.

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