«Por tanto, la tarea de tanto el historiados como el sociólogo es de ir más allá de los límites de las discusiones sobre la naturaleza humana.
Permítannos tomar una característica tal como la proclividad hacia la imitación. Gabriel Tarde, que ha hecho una muy interesante investigación de las leyes de la imitación, deduce que son el alma de la sociedad. Según su definición, cada grupo social consiste en una combinación de bienes que parcialmente se imitan el uno al otro y parcialmente imitan un modelo común. No cabe duda que la imitación ha jugado un papel muy importante en la historia de todas nuestras ideas, gustos y costumbres. Los materiales del siglo dieciocho pusieron énfasis en esta enorme importancia: «El hombre es pura imitación» dijo Helvetius. Sin embargo, hay pocas dudas que la teoría de la imitación de Tarde está basada en una premisa falsa.
Cuando la restauración de los Estuardo en Inglaterra temporalmente restauró el reino de la nobleza antigua, esta nobleza, no estaba para nada en imitar a los representativos extremos de la burguesía revolucionaria, los puritanos; en cambio, ellos demostraron una fuerte inclinación hacia los hábitos y los gustos directamente contrarios a las reglas puritanas de la vida. Lo estricto de la moral puritana dio curso al libertinaje extremo. Hacer y amar aquello que los puritanos habían prohibido llegó a ser virtud. Los puritanos eran muy religiosos. Los cavaliers −realistas− no tenían ni freno ni regla y hasta eran ateos. Los puritanos persiguieron la literatura y el teatro; su caída fue el signo por una violenta pasión por estas cosas. Los puritanos se cortaban el pelo corto y condenaban el lujo en el vestir; tras la restauración, el pelo largo, las ropas elegantes y el juego de las cartas llegó a ser la moda. En resumen, no descubrimos imitación sino contradicción, que evidentemente también existe en la naturaleza humana.
¿Pero por qué este sentido de contradicción en las relaciones mutuas entre la nobleza y la burguesía se desarrollaron tan fuertemente en Inglaterra en el siglo XVII? Simplemente porque aquella fue una época de lucha agria entre la nobleza y la burguesía o, el «tercer estado». Podemos concluir, entonces, que aunque indudablemente el hombre tiene fuertes tendencias a la imitación, esta tendencia se desarrolla solamente en ciertas relaciones sociales como las que existieron en Francia en el siglo diecisiete, cuando la burguesía conscientemente, aunque sin éxito, trató de imitar a la nobleza; recuerde «El burgués gentilhombre» (1670) de Molière. En otras relaciones sociales la tendencia hacia la imitación se ve reemplazada por la tendencia opuesta, que por ahora la llamaremos la tendencia hacia la contradicción. Pero a esto lo hemos expresado incorrectamente. La tendencia hacia la imitación no desapareció entre los ingleses del siglo XVII. En las relaciones mutuas entre la gente de la misma clase se mostró claramente como nunca. Beljame describe a los cavaliers de la siguiente forma: «Esta gente no son siquiera no creyentes; niegan de antemano para que no les confundan con «roundheads» −cabezas redondas, pelados− y para evitarse el problema de pensar». Lo que podemos decir de esta gente es que contradijeron para no imitar. Pero para imitar a los infieles ellos obviamente contradijeron a los puritanos. La imitación probó que era, por tanto, una fuente de contradicción. Pero sabemos que, si entre la nobleza inglesa los nobles más débiles imitaron a los más fuertes, fue gracias que la falta de creencias se consideró como buena propagación y lo llegó a ser gracias a la contradicción como reacción en contra del puritanismo que, a su vez, llegó a ser resultado de la antes mencionada lucha de clases. Por tanto, en la base de toda esta compleja dialéctica de fenómenos sicológicos hubo hechos de naturaleza social; y de todo esto se hace obvio hasta qué punto y en qué sentido la conclusión lograda anteriormente de la tesis de Darwin es correcta: que la naturaleza del hombre le hace posible tener ciertas concepciones −o gustos o inclinaciones−, y que dependiendo de su medio ambiente depende la transformación de su potencialidad a la realidad –el medio ambiente le hace tener precisamente estas concepciones −o gustos o inclinaciones− y no otras. Si no estamos equivocados, esto lo admitió uno de los materialistas históricos rusos:
Si los estómagos tienen una cierta cantidad de comida, se pone a funcionar según las leyes generales de la digestión. Pero, por medio de estas, ¿se puede explicar por qué en su estómago hay comida alimenticia y de buen sabor cada día cuando en mi estómago hay muy poca? ¿Explican estas leyes por qué algunos comen demasiado cuando hay otros que mueren de hambre? Parece que esta explicación se debe encontrar en otros lugares, en leyes completamente diferentes. Lo mismo es verdad para la mente humana. Una vez puesto en esas condiciones, tras que el medio ambiente le da ciertas impresiones, él las combina según ciertas leyes generales y aquí también los resultados difieren extremadamente según la diversidad de impresiones recibidas. ¿Pero qué le sitúa en tal condición? ¿Qué determina la corriente y el carácter de esas impresiones? Este es un problema que no lo resuelve ninguna ley del pensamiento. Y es más: imagínese una pelota de goma que cae de una torre alta. Sus movimientos están condicionados por ciertas leyes de la mecánica bien conocidas y obvias. Pero la bola cae sobre un plano inclinado. Sus movimientos se alteran se alteran según otra también muy simple y obvia ley de la mecánica. Como resultado se produce una línea quebrada de movimiento hecha posible por la acción combinada de las dos leyes mencionadas anteriormente. ¿Pero de dónde aparece el plano inclinado? Esto no lo explica ninguna de las leyes, ni tampoco por su acción unida. Lo mismo pasa con el pensamiento humano. ¿De dónde aparecieron las condiciones por las cuales sus movimientos quedan sujetos a la acción combinada de ciertas leyes? Esto no lo explica ninguna de las leyes separadas ni su acción combinada.
Estamos firmemente convencidos que la historia de la ideología la pueden entender solamente los que aceptan esta ley confiable y obvia.
Sigamos adelante. Al analizar la imitación mencionamos la tendencia hacia la contradicción como algo directamente opuesta a ella. Esto se debería estudiar cuidadosamente. Según Darwin, sabemos cuál es la función importante que tiene el «principio de la antítesis» en las emociones de los hombres y los animales:
«Ciertos estados de la mente conducen, como lo hemos visto en el capítulo anterior, a ciertos movimientos habituales que eran primariamente, o pueden seguir siendo, de servicio; y hallaremos que cuando se induce un estado mental directamente opuesto, hay una tendencia fuerte e involuntaria a hacer movimientos directamente opuestos a pesar que estos no hayan servido nunca». (Charles Darwin; La expresión de las emociones en el hombre y en los animales, 1873)
Darwin cita muchos ejemplos que demuestran claramente que el «principio de la antítesis» explica una gran cantidad acerca de la expresión de las emociones. Preguntamos ¿es este principio evidente en el origen de las costumbres?
Cuando un perro se hecha sobre sus espaldas ante su dueño, su pose, resumiendo como lo hace lo opuesto al antagonismo o la resistencia, es una expresión de obediencia. Aquí, el principio de la antítesis es obvio. También es evidente en el ejemplo del explorador Burton. Los negros de la tribu Wanyamwezi, al pasar por medio de su tribu enemiga no llevan armas para no provocar una pelea. Sin embargo, en su propia casa, donde comparativamente no están en peligro, todos van armados por lo menos con un garrote. Si, afirma Darwin, un perro da vuelta los labios hacia arriba como para decirla a su dueño: «Mira, soy tu sirviente», entonces cuando el negro Wanyamwezi, desarmándose cuando parecería ser que debería ir armado, de la misma forma le dice al enemigo: «El pensamiento de la autodefensa está lejos de mi mente; confío enteramente en tu generosidad».
Los variados modos de expresar pena también ofrecen ilustración del principio de la antítesis, David y Charles Livingstone declaran que una negra nunca deja su hogar sin su pelele excepto cuando está en pena. «Siempre que un Niam-niam ha perdido un pariente muy cercano, la primera muestra de su dolor se demuestra al afeitarse su cabeza. Su elaborado peinado que hubo sido su orgullo y su delicia, el trabajo de manos conyugales devotas queda rudamente destruido y los penachos, las trenzas, los trenzados se botan lejos y en un amplio sector por los caminos y en terrenos agrestes». Según Du Chaillu, en Africa, tras la muerte de un hombre que ocupaba un lugar importante en su tribu, muchos negros visten ropajes sucios.
En la isla de Borneo, algunos de los nativos, para expresar pena, se sacan sus ropajes de algodón tradicionales y se visten con ropajes hechos de corteza de árbol, del tipo que usaban en tiempos antiguos. Algunas tribus mongolas dan vuelta sus ropajes por el mismo propósito. En todas estas circunstancias, para expresar ciertas emociones se da una acción que es exactamente lo opuesto a lo que se considera normal, esencia, útil o agradable en el curso de la vida ordinaria.
Por tanto, cuando ordinariamente se considera bueno cambiarse las ropas sucias a ropas limpias –en casos de pena ocurre lo contrario según el principio de antítesis; es decir, las ropas limpias hacen lugar a las sucias. Los anteriormente mencionados nativos de Borneo se veían bastante agradados por sus ropas de algodón, pero en tiempos de penas el principio de antítesis les causa el revertir a las antiguas ropas de corteza de árbol. Hasta el momento en que su vida normal se interrumpe por alguna pena, los mongoles se visten como cualquier persona, pero como esto se ve demasiado normal, dan vuelta su ropa al revés en el momento en que ocurre algo. Otro ejemplo más vívido: Schweinfurth relata que muchos negros africanos «como un signo de pena… visten una soga alrededor de su cuello».
En todos estos casos se expresa la emoción por una acción contraria a aquella que se considera útil o agradable en el curso de la vida normal. A causa de una gran cantidad de estos casos, estamos convencidos que muchas costumbres deben su origen a la acción del principio de la antítesis. Y si esta convicción tiene alguna base en este hecho, podemos suponer que el desarrollo de nuestras concepciones estéticas también está influenciado por este principio. ¿Hay material real para confirmar una proposición como esta? Creemos que sí. En Senegambi, las negras adineradas llevan zapatillas que son demasiado pequeñas para sus pies, lo que resulta en que a estas señoras se les distingue por un caminar extraño. A este caminar extraño, sin embargo, se le considera extremadamente atractiva.
¿Cómo llegó a pasar esto?
Para poder entender esto, debemos primeramente entender que los pobres, las negras trabajadoras no se ponen las zapatillas mencionadas y que tienen un caminar normal. Ellas no caminan como lo hacen las vanidosas adineradas, porque gastaría demasiado tiempo. Y es solamente por esta distinción que el caminar extraño de las mujeres ricas es tan atractivo; el tiempo no es valioso para ellas porque no necesitan trabajar. El caminar en sí no tiene valor, solamente llega a ser importante en contraste con el caminar de las mujeres que trabajan. El principio de la antítesis se hace obvio aquí, pero entienda que es necesario por razones sociales: por la existencia de la desigualdad en la propiedad entre las negras de Senegambi.
Permítannos recordar lo que dijimos antes sobre las morales de los cavaliers tras la restauración de los Estuardo, y se verá con qué efecto peculiar opera la contradicción en la sicología social. Virtudes como la sinceridad, el auto control, lo estricto de la moral familiar, etc., eran necesarias para la burguesía cuyo objetivo era ocupar una posición social y política más alta. ¿Pero necesitaba la aproblemada nobleza los vicios que contradecían las virtudes burguesas? No, estos vicios nacieron no como un arma en la lucha por la existencia, sino como un resultado psicológico de esta lucha: al odiar la clase cuyo triunfo final hubiera terminado todos los privilegios de la aristocracia, la nobleza empezó a menospreciar todas las virtudes burguesas también y por tanto comenzó a practicar los vicios opuestos. Esta tendencia al vicio apareció como cambio correlativo −si puedo tomar este término de Darwin−. En la sicología social tales cambios correlativos ocurren con bastante frecuencia; nos debemos dar cuenta de ello. Sin embargo, al mismo tiempo, se debe recordar que en último análisis, también, son las razones sociales las exigen.
De la historia de la literatura inglesa sabemos qué tan fuertemente la acción del principio de la antítesis, provocada por la lucha de clases, se reflejó en las concepciones estéticas de las clases altas de la sociedad. La aristocracia inglesa que vivió en Francia durante su exilio llegó a conocer el teatro francés y la literatura francesa que, siendo el producto de una aristocracia refinada, estaba más de acuerdo con sus propias tendencias aristocráticas que la literatura y el teatro inglés de la era isabelina. Tras la restauración, los gustos franceses llegaron a dominar el escenario inglés y la literatura inglesa. Los ingleses entonces comenzaron a rechazar a Shakespeare de la misma forma que los franceses que, respondiendo fuertemente a las tradiciones clásicas, le consideraban un «borracho salvaje». A su «Romeo y Julieta» se le consideró malo; a su «Sueño de una noche de verano» se le consideró «ridícula e insípida» a «Enrique VIII» se le consideró «una cosa simple» y a «Otelo», una «cosa cruel». Tal crítica de Shakespeare no desaparece del todo ni hasta tan tardíamente como el siglo siguiente. Hume pensaba que el genio de Shakespeare estaba sobre valuado de la misma manera que los cuerpos desproporcionados y malformados aparecer ser más gigantescos que lo que realmente son. Censuraba al dramaturgo por su total ignorancia de las artes y conductas teatrales.
Pope lamentaba que Shakespeare escribió para la gente y lo hizo sin la protección de su príncipe ni el apoyo de la corte. Hasta el famoso Garrick, un admirador de Shakespeare, trató de ennoblecer a su «ídolo» omitiendo la escena de los «cavadores de tumbas» en «Hamlet», y le dio un final feliz a «Rey Lear». Pero la parte democrática del público asistente inglés continuó sintiendo la devoción más profunda a Shakespeare. Garrick confesó que, al alterar los dramas de Shakespeare, él pasaba el riesgo de que la turba «le tirara las bancas por su cabeza». En sus cartas, sus amigos franceses le felicitaban por su tres «muy peligroso hacer» y la «valentía» con el que había enfrentado el peligro y uno agrega: «porque yo conozco el populacho inglés».
Lo licencioso de la nobleza de la segunda mitad del siglo XVII también se reflejó, por supuesto, en el escenario inglés, donde llegó a ser verdaderamente extremo. Según Eduard Engels, casi sin excepciones, las comedias inglesas escritas entre 1660 y 1690, pertenecen al ambiente de la pornografía. Por esto, podemos decir por adelantado que en Inglaterra, antes o después, −dado el principio de la antítesis− inevitablemente habrían aparecido producciones dramáticas producciones dramáticas preocupadas principalmente en mostrar y aplaudir las virtudes burguesas. Tales dramas fueron indudablemente producidos más tarde por los ideólogos de la burguesía inglesa. Sin embargo, dejaremos la discusión de este tipo de drama para el momento cuando hablemos sobre la comedie larmoyante francesa, la comedia sentimental». (Gueorgui Plejánov; Materialismo histórico y las artes, 1899)