Estados Unidos, un país en guerra permanente

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En apuesta para perder al seguro, la administración del imperio solicita billones para financiar viejas y nuevas conflagraciones

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Considerada una de sus principales zonas de influencia geopolítica, la región del Medio Oriente es la destinataria de miles de millones de dólares del presupuesto militar estadounidense. Autor: Reuters

Juana Carrasco Martín (Juvenud Rebelde).— El presidente Joseph Biden, orondo porque en las primarias del segundo martes de marzo alcanzó los delegados necesarios para que la Convención Nacional del Partido Demócrata, en agosto, lo nombre oficialmente el candidato a las elecciones de noviembre, mostró nuevamente la cara del administrador del imperio belicista y ha solicitado 895 000 millones de dólares como gasto militar para el presupuesto de 2025.

Algunos analistas conocedores de su país afirman que si se tienen en cuenta otras partidas que tienen que ver con las guerras, la cifra real para el presupuesto militar de ese año fiscal superará fácilmente los 1,5 billones de dólares, porque hay ciertas armas, equipamientos, investigaciones o insumos guerreros que se enmascaran en facturas de otras agencias gubernamentales; por ejemplo: las bombas nucleares en el Departamento de Energía, o el de Asuntos de los Veteranos.

Según antiwar.com la cifra solicitada hubiera sido mayor, pero se lo impide el acuerdo sobre el techo de la deuda de la nación, al que llegaron en 2023 la bancada republicana de la Cámara de Representantes y la Casa Blanca administrada por Biden, que le puso un límite a los dineros militares para 2024 y 2025.

Sin embargo, advierte ese portal informativo que ese techo no es limitante para el gasto militar «suplementario de emergencia» y ahí está ubicado el financiamiento que Washington hace a tres puntos de la geografía que le son de especial prioridad para sus intereses geopolíticos estratégicos: Ucrania, Israel y Taiwán.

Me atrevo a explicarlo con mayor precisión nombrando a quienes en esas cercanías serían los «enemigos» a neutralizar o a derrotar: Rusia, Irán y China, lo que no requiere de un ejercicio analítico muy profundo y dificultoso, toda vez que clonando lo que está plasmado en la doctrina militar estadounidense en la Ley de Autorización para la Defensa Nacional del año fiscal 2024 se dice: «Estados Unidos enfrenta un conjunto peligroso y creciente de desafíos de seguridad nacional. Lo más urgente es que la República Popular China haya surgido como el principal competidor de Estados Unidos, como la única nación con la intención y la capacidad de plantear un desafío sostenido a los intereses económicos y de seguridad de Estados Unidos. Además, Rusia ha demostrado ser una fuerza violenta y desestabilizadora, e Irán y Corea del Norte continúan traspasando los límites de la política militar arriesgada. Para disuadir y superar estas amenazas, el ejército de Estados Unidos debe tener los recursos, el entrenamiento, el equipo y las capacidades que necesita para mantener segura a la nación».

Una claridad que enturbia las aguas y que de manera aún más directa lo expresó el almirante Christopher Grady, subjefe del Estado Mayor Conjunto: «Debemos seguir adaptándonos, avanzando e innovando a velocidad y a escala en todos los ámbitos, priorizando a China como el desafío y a Rusia como una amenaza grave. Nuestro presupuesto impulsado por la estrategia hace precisamente eso».

Téngase en cuenta que para presionar a los legisladores —que en realidad no lo necesitan mucho, con el poder de convencimiento que tienen los dineros de los lobistas del complejo militar industrial que contribuyen a sus campañas electorales y otros favores—, el exgeneral de cuatro estrellas y actual secretario de Defensa, Lloyd Austin, ante el Foro de Defensa Nacional Reagan, en Simi Valley, California, el pasado diciembre dijo que el peligro real para Estados Unidos, los que desestabilizan al mundo, son quienes en EE. UU. abogan por «una retirada estadounidense de la responsabilidad». Y esto también tiene su traducción cierta, aquellos que se oponen al intervencionismo en los asuntos y guerras de otros lares, o a su fomento, organización y financiamiento se les pone el sambenito, el letrero de nombre y castigo, de responsables o culpables de los fracasos estadounidenses.

A pesar de que Estados Unidos tiene en su récord financiero el 39 por ciento de los gastos militares de todo el mundo, y que estos superan tres veces a los de China, el más cercano en la lista, y diez veces a los de Rusia, la cifra parece insuficiente.

En diciembre pasado, se aprobó definitivamente un presupuesto de defensa de 886 000 millones de dólares para 2024, con el reforzamiento de un sistema internacional de vigilancia ya ampliamente utilizado por el país, y era mayor que el de 2023 con vistas a «reforzar la posición de Estados Unidos. Ahora están pidiendo mucho más de 895 000 millones de dólares.

Para Austin si no cumplen cabalmente su condición hegemónica de policía global, «el mundo solo se volverá más peligroso si los tiranos y terroristas creen que pueden salirse con la suya con una agresión generalizada y una masacre en masa». No se confunda, no estaba hablando de Israel, ni de su primer ministro Benjamín Netanyahu, y mucho menos de EE. UU.

Dicho de manera popular o a la cubana, a los administradores del imperio —léase la Casa Blanca y los del cohecho, Pentágono y Departamento de Estado—, a quienes «invierten» en su llamada seguridad e interfieren en los asuntos de otras naciones y a la fuerza quieren o pretenden «democratizar» el mundo, les encanta «jugar con la cadena…», sin entender que en el extremo no hay un monito titi.

Biden va por más en su impronta de regente de la que creen potencia omnímoda, apuesta a viejas y nuevas conflagraciones, y solicita billones para sufragarlas, sin advertir que el malgasto pavimenta el camino de la decadencia imperial.

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