Carmen Maturell Senon (Granma).— Apenas ha comenzado el curso escolar. Nuevamente se despierta temprano y, mientras espera que su mamá le prepare la mochila, no hace otra cosa que recorrer con ojos inquietos el uniforme, los zapatos y las libretas. ¿Las emociones? Quizá sean mezcla de alegría, ansiedad, consternación; poco se puede percibir. Pero como él hay muchos niños, adolescentes y jóvenes, en situación de discapacidad intelectual y con trastorno del espectro autista (TEA), que requieren que miremos intrínsecamente las formas de inclusión socioeducativa.
«¿Cómo reaccionará?, ¿podrá relacionarse bien con sus compañeros de aula?, ¿si mi hijo no habla, cómo lo entenderá su maestro?, ¿cómo sabré si le ha ido bien o mal? Todo eso nos preguntamos sus familiares», comenta a Granma Yohania Mateu Reina, vicepresidenta nacional de la Asociación Cubana de Personas en Situación de Discapacidad Intelectual (Acpdi), y madre de un niño diagnosticado con autismo.
Su preocupación como representante legal es evidente, porque muchos de esos infantes tienen dificultades en el área del lenguaje y la comunicación, «y los padres se convierten, en varias ocasiones, en mediadores. Ya que hemos aprendido a interpretar sus miradas, sus gestos, sus preferencias, lo que les molesta…».
Añade, que algunos que comienzan en los centros educativos, o se enfrentan a cambios, pueden presentar conductas disruptivas al tener una respuesta adaptativa diferente. Por eso «es imprescindible intercambiar con la familia sobre las peculiaridades del niño o niña».
Al respecto, afirma que las escuelas especiales realizan periodos de adaptación, tanto para los nuevos ingresos como para los alumnos continuantes. A su vez, ajustan los contenidos escolares según las potencialidades y motivaciones que el infante posea, para compensar las áreas más afectadas.
«La enseñanza brinda nuevas perspectivas y formas de estimular ambientes de socialización con los pares de su edad. Sin embargo, existen dificultades con los materiales, equipos, e instrumentos para formar laboralmente a las personas con discapacidad intelectual, a fin de que puedan tener un empleo.
«En caso de que el niño o niña acuda a un centro de enseñanza regular, en no pocas ocasiones, es víctima de bullying, incomprensión de los maestros, y temor de los padres de los demás alumnos a que desencadenen una conducta agresiva».
Sobre algunos desafíos en estos centros, la Vicepresidenta de la Acpdi explica que en las escuelas regulares se debe ajustar el currículo para el éxito en el proceso de aprendizaje, mediante los métodos de evaluación u otra forma.
En ese sentido, asociaciones como la Acpdi, que crean las oportunidades necesarias para la inclusión social de las personas en situación de discapacidad, también promueven acciones que garantizan la inserción de los infantes en los centros escolares.
Yohania Mateu resaltó que existen, entre la Acpdi y el Ministerio de Educación (Mined), frecuentes despachos que permiten transmitir las inquietudes identificadas. «En interacción con los funcionarios del Mined, comunicamos el sentir de las familias con hijos en escuelas regulares y especiales, con el objetivo de potenciar su máximo desarrollo», explicó.
De igual forma, desde la institución se fomentan las ventajas que proporciona la inclusión socioeducativa en los centros de enzeñanza regular, «que no debe ser vista como una imposición, sino como una opción para la familia», puntualizó.
Por eso, Yohania Mateu declara que colaborar de manera intersectorial para potenciar la interacción con proyectos culturales y deportivos, capacitar a la familia sobre el tema, así como lograr la formación laboral con entidades estatales y privadas, aprovechando el iii Perfeccionamiento del Sistema Educativo, son las metas trazadas a futuro.