
Rafael Cruz Ramos (Granma).— Uno de mis profesores más enérgicos, cuando me escucha hablar de comunicación política, interviene con la misma pregunta: ¿Cuál no lo es?
La duda puede sonar sospechosamente absoluta, pero si se atiende bien, es difícil que un relato social no lleve consigo al menos una dimensión política, desde las obras de Leonardo da Vinci, los cuentos de Edgar Alan Poe, el Manifiesto Comunista, la Teoría de la Relatividad, los clasificados de Revolico o el Popol Vuh. Porque en todos esos casos y los otros millones más, el narrador, el contexto y la audiencia son sujetos mediados por las relaciones de poder.
Este lado del mundo llamado «El Sur» más que geográfico es cultural, económico, de distribución de riquezas, de predominio de los mercados o de los mercaderes y, sobre todo, de resistencia.
Es fundamental comprender esa capacidad contaminante que tienen la política para, por ejemplo, no perderse en las hierbas altas de las industrias culturales y de entretenimiento; para no desinformarse por la «información» o terminar de vasallos en los feudos de las plataformas digitales.
Las premisas de una comunicación política con enfoque Sur asumen una visión crítica y de resistencia activa, frente a las estructuras de poder impuestas, históricamente, por las metrópolis y sus herederos: los Estados imperialistas y neoliberales. La dimensión política del relato desde el Sur estremece las estructuras del mercado, para sustituirlas por las de la humanidad y sus luchas por la justicia social.
La descolonización no solo es cultural, sino también económica, científica, tecnológica, ética, comunicacional, ecualiza la voz de los pueblos marginados para que no queden por debajo de las del poder dominante, y no parezca tenue, plañidera, sino voz firme de gente que es dueña de su destino.
Escuché a un colega opinar que al cubano, o a la cubana, se les reconoce de inmediato dondequiera que estén, porque caminan con la frente en alto, la mirada recta, el gesto de quien no reconoce patrón. Es el efecto formador de dignidad que transmite la Revolución, aunque quien lo porte puede ser que la niegue o la maldiga.
Entender las relaciones de poder con una mirada desde el Sur implica comprender y, por ello, rechazar el predominio de las narrativas hegemónicas eurocéntricas; esas que nos imponen en detrimento de los relatos de nuestros pueblos. En la ciencia, por ejemplo, la perspectiva de una comprensión contrahegemónica de la realidad obliga a alzarse sobre el subdesarrollo o el relato dominante que nos desprecia y nos niega como creadores, investigadores, para demostrar en la práctica el valor tangible de nuestra ciencia.
Ese grafiti común en los muros de Cuba: ¡Sí se puede!, más allá de la consigna, expresa ese ejemplo de nación humilde, capaz de fabricar sus propias vacunas en un mundo mortalmente amenazado, tanto por el virus como por las corporaciones farmacéuticas, o la de los obreros de las termoeléctricas que no se rinden ante la oscuridad, ni al silencio de sus hierros.
Una verdadera comunicación política desde el Sur pone sus esfuerzos colectivos en visibilizar las luchas cotidianas contra el colonialismo, sean en favor de los niños masacrados en Gaza, en defensa de los ancianos golpeados en las calles de Buenos Aires, en resistencia a los jóvenes cocinados por las drogas –importadas en aviones militares– que llegan a los barrios de Detroit.
La toma de posesión del emperador Trump, escoltado por los dueños de las corporaciones mediáticas, miembros plenos del segmento más rico del planeta, fue una declaración directa de que los millonarios serían los beneficiarios de sus decisiones como estadista; pero, sobre todo, nos lanzó una advertencia clara para que comprendamos contra quién estamos luchando.
Ahí está el gran desafío de la comunicación política desde el Sur: enfrentar a los grandes conglomerados mediáticos, que imponen sus narrativas desde un poder económico cada vez más descomunal, al punto de arrastrar a la humanidad a un raro «pasado–futuro» que algunos llaman Tecnofeudalismo; según el cual las plataformas de redes digitales funcionan como los antiguos feudos, y los usuarios vagamos por ellas como siervos que pagamos un tributo invisible en los metadatos y el tráfico, por la «felicidad» de vivir conectados al ciber-mundo.
La comunicación con enfoque Sur tiene, inexorablemente, que ser antimperialista. Pareciera una verdad de Perogrullo, pero suele confundirse la lógica diversidad ideológica, de la que tanto se habla hoy, con imprescindible unidad política. Solemos asistir con demasiada frecuencia al espectáculo lamentable de las pugnas entre hermanos, quienes tienen ideas distintas, pero el mismo enemigo. Vemos cómo se desgastan, para ser cazados uno a uno por el poder dominante.
Al menos una de las funciones principales de la comunicación política emancipadora es fomentar la unidad frente al imperialismo, demostrando que es, en definitiva, la verdadera amenaza a la humanidad.
Un listado rápido de algunas de las premisas para la comunicación política con enfoque Sur: descolonización de las ciencias y del poder; la justicia social y redistribución equitativa de las riquezas materiales y de sentido; el antimperialismo como principio y la soberanía como bastión; la inclusión social; la participación política, diálogo y relaciones horizontales; ecología y justicia; solidaridad Sur-Sur; cultura e identidad como resistencia; fomento progresivo, indetenible y obligatorio de nuestros medios alternativos y contrahegemónicos; soberanía tecnológica; ética al servicio de la dignidad humana; memoria histórica; diversidad y enfoque de género.
En síntesis, la comunicación política con enfoque Sur procura contribuir a la transformación raigal de las relaciones de poder político, mediante un relato emancipador, y militante, sustentado en las luchas y las aspiraciones de quienes hemos sido excluidos, más de una vez, del derecho a existir.