A finales de la semana pasada, se informó de los presuntos planes de Japón de desplegar misiles de largo alcance en la isla Kyushu, al suroccidente del país. Una ubicación estratégica importante —por su proximidad a Taiwán— que pondría al territorio de la República Popular Democrática de Corea (RPDC) y las zonas costeras de China al alcance de Tokio en caso de un conflicto.
De acuerdo con analistas, citados por el periódico South China Morning Post, con esta iniciativa, Japón podría llegar a restringir a Pekín el acceso al océano Pacífico a través del estrecho de Taiwán. Se trata de mandar el mensaje de que habría «costos significativos» si el gigante asiático lanzara una operación militar en esa zona o sus alrededores, por ejemplo, en aguas en disputa en las islas Diaoyu (islas Senkaku en japonés), asegura Stephen Nagy, profesor de la Universidad Cristiana Internacional de Tokio.
En su opinión, Tokio intenta demostrar a Estados Unidos que se toma en serio la seguridad regional —y su alianza— y que también está preocupado por las actividades de China, que incluyen ejercicios militares y actividades de zona gris contra Taiwán. La isla se encuentra en el foco de constantes tensiones en la región del mar de la China Meridional, que sigue siendo no solamente objeto de reclamaciones territoriales y marítimas, sino también una importante vía marítima internacional.
A principios de febrero, el presidente de EE.UU., Donald Trump, y el primer ministro japonés, Shigeru Ishiba, publicaron una declaración conjunta en la que se oponen a cualquier intento de cambiar la situación en el estrecho de Taiwán a través de la fuerza o la coerción. Reafirmaron su firme oposición a las «reclamaciones marítimas ilegales» de Pekín y la «militarización de los territorios reclamados y las actividades amenazantes y provocadoras en el mar de la China Meridional».
