Carlos X. Blanco.— Soplan aires de guerra. Azufre y hedor de cadáver es lo que trae el viento. También, como se diría en la narración de El Señor de los Anillos de J.R.R. Tolkien, se columbran negros nubarrones y lejanos fuegos que cierran el azul del cielo europeo. Las estrellas se apagan.
El capitalismo tardío resolverá su crisis, como augura Lazzarato en el artículo, “Ármate para salvar en capitalismo” (https://socialismomultipolaridad.blogspot.com/2025/04/armate-para-salvar-el-capitalismo.html), con una nueva guerra. “La guerra final”, dicen algunos. El potencial nuclear, así como la temible tecnología militar convencional, hacen pensar que esta puede ser la Gran Guerra, la III Guerra Mundial, la contienda que arrasará definitivamente Europa. No será mañana, pero puede estar ya en el horizonte. Y los pueblos no reaccionan. Nadie grita para decir “¡que paren!”
Que llegue el mal a tal extremo, ya lo veremos. Pero el hecho palpable de que el continente nuestro ya está sembrado de cadáveres, esto justamente, ya lo estamos viendo hoy (cientos de miles de muertos ucranianos y rusos, por no mencionar a los mercenarios extranjeros).
Porque siempre es Europa el escenario central de la Gran Masacre que está por venir. La Tierra Media (Mitteleuropa) es el corazón de las batallas por el dominio de Eurasia: un amplio espacio entre la frontera franco-alemana y la rusa. Europa, sometida al poder yanqui desde 1945, desea librar una guerra que no puede librar. Obedece a un amo, “eligiendo” entre su propia destrucción y su propia destrucción, es decir: forzada por un amo que la pretende aniquilar porque le sale caro mantenerla. Europa fue “liberada” del monstruo nacionalsocialista, el Sauron del siglo pasado, para acabar siendo colonia, desde entonces hasta hoy, de otro monstruo. Salió del “mundo-Auschwitz” y entró en el “mundo-Hiroshima”.
Europa pagó caro su guerra civil de 1914-1945, la guerra civil entre Imperios. Ahora quiere devenir ariete de otro monstruo: el monstruo del capitalismo imperialista y neoliberal angloamericano, contra Rusia.
Europa, hoy devastada en la guerra 1914-1944 (el paréntesis de 1918-1939 fue la prolongación de la guerra por otros medios), es una precaria unión de muchos pueblos que sigue con la bota de los norteamericanos encima. O campo de batalla, o ariete contra Rusia. Quieren que entremos en esta perversa alternativa.
Los estrategas de la administración americana saben que una alianza entre Europa y Rusia es el fin de la dominación mundial yanqui. La Federación Rusa, que es también, a todos los efectos parte de Europa, podría habernos salvado. Si Rusia coexistiera unida a Europa, o al menos en paz comercial y amistosa los demás países del subcontinente, así como en paz y alianza con las grandes potencias asiáticas (unión euroasiática), podría relegar a los EEUU al papel de potencia “provincial”. Un poder yanqui mucho más autocentrado (la supuesta “ideología Trump”, de la cual no me fío) que controlaría la parte central y meridional del Nuevo Mundo (con ambiciones hacia Groelandia y el Canal de Panamá, mostrada por este Trump del segundo mandato). Poderío provincial (“América para los americanos) que, a su vez, se vería comprometido ante una Hispanidad real en términos geopolíticos.
Por cierto, esta Hispanidad no es real en términos geopolíticos porque los yanquis ya se han cuidado suficientemente de sembrar cizaña en las clases políticas de los países hispano-luso-hablantes. Es fácil, en nuestros países, llenar las aulas y las cabezas hueras con teorías indigenistas y leyendas negras contra la Hispanidad. Despotrican estas clases políticas contra España, un país prostituido y decadente, y corren, sin embargo a lamerle “por detrás” al presidente americano. Así de fácil es controlar el patio trasero americano hispano-luso-hablante, entre un golpe de estado y otro.
En esta Tierra Media europea vivíamos pueblos diversos, no siempre bien avenidos, dotados de equilibrios precarios “westfalianos”, pero coexistiendo siempre con lazos comunes innegables. El capitalismo imperialista, desde el último tercio del XIX, fomentó entre nosotros los europeos los peores resortes nacionalistas y supremacistas. Nadie como Lenin vio con tanta claridad ni nadie describió con mayor precisión el fenómeno del Imperialismo y su consecuencia: millones de cadáveres de europeos.
Las tesis de Imperialismo, fase superior del capitalismo (1916), una de las obras maestras de Lenin, siguen siendo apropiadas para el día de hoy. Si acaso, cabe indicar ahora el matiz de que no son las naciones imperialistas los únicos agentes estratégicos (por emplear los términos de Gianfranco La Grassa), sino que también juegan un enorme papel toda una amplia gama de agentes estratégicos no estatales, ni nacionales, que pugnan entre sí en diversos planos, dentro de los estados y a través de los estados. Fundaciones, corporaciones, monopolios, oligopolios, iglesias, oenegés, etc., son unidades de acción estratégica que atraviesan “trascendentalmente” a los estados nacionales, instrumentalizándolos a su vez. Los estados son unidades políticas que por su parte son creadas e instrumentalizadas por lobbies más o menos ocultos, grupos financieros, etc. que no siempre ni principalmente actúan bajo una lógica estatal o nacional, agentes que hacen y deshacen los propios estados y emprenden bloques de alianzas a niveles diversos. Las contradicciones irresolubles de tipo económico (la imposible evitación de la caída de la tasa de ganancia) se entreveran con los conflictos estratégicos de los más diversos agentes.
El principal agente agresor e imperialista, de tipo estatal, está representado por los Estados Unidos. Ningún agente estratégico con protagonismo mundial está tan presente en el mundo por medio de bases militares, flotas, y programas de cretinización universal de las masas de los países donde ellos ejercen control y hegemonía.
La propia Unión Europea fue una creación de los EEUU en gran medida (https://infoposta.com.ar/notas/14039/la-ue-fue-una-creaci%C3%B3n-de-los-estados-unidos/). La estrategia siempre es la misma: primero, la destrucción bélica; acto seguido, la reconstrucción. Ambas fases implican creación de plusvalía a favor de ciertos sectores industriales, a costa de la destrucción masiva de bienes (capital muerto o congelado). Al poner el contador a cero, tras una destrucción masiva, se renuevan las expectativas de nueva creación de plusvalía y se frena la caída tendencial de la tasa de ganancia.
Siguiendo una lógica inexorable, pero criminal, el capitalismo no puede reproducirse sino a costa de la vida: cuando la vida humana es explotable, de ella, como fuerza de trabajo, se obtiene la plusvalía. Cuando la vida humana es mercantilizable, antes y más allá de su empleo en la producción, como está ocurriendo en las nuevas formas de esclavitud y comercialización de cuerpos humanos: la industria “trans” –vide los trabajos de Jennifer Bilek-, los úteros de alquiler, el comercio de órganos, y demás horrores del llamado transhumanismo, el capitalismo sigue su curso a costa de lo natural y de lo humano. Cuando el capitalismo decide poner el contador a cero, realizar un gran “reseteo”, ello se debe a una crisis gigantesca de realización. Son fases (y ahora nos estamos metiendo de lleno en una de ellas) en las cuales las grandes finanzas deben remodelar el planeta entero y a sus habitantes.
Se suele decir que el capitalismo es intrínsecamente genocida. Es cierto, pero insuficiente. La dinámica del imperialismo, que en el análisis clásico de sus primeros momentos (Lenin, Hilferding) implicaba el control de los bancos sobre las empresas, la organización financiera de la producción de las potencias, ávidas por exportar capitales y practicar un neocolonialismo económico (más que militar, territorial y administrativo), para repartirse el mundo, conllevaba altas dosis de genocidio: las resistencias indígenas frente a los imperialistas suponía para los pueblos su muerte, la destrucción.
Los grandes monopolios y oligopolios se asocian de diversas maneras para un mejor y mayor saqueo del mundo, pero ya desde el principio compiten entre sí. No hay solo una “lucha de clases”, ni esta es, en modo alguno, el verdadero motor de la Historia. El motor de la Historia son las acciones de los agentes estratégicos que compiten y se alían entre sí en distintos momentos. El mundo fue organizado en colonias y neocolonias (estas últimas en la fase imperialista del capital financiero), y los millones de muertos caídos en los campos de Europa fueron vidas humanas sacrificadas para que los imperios capitalistas “no dejaran de perder”.
Cada vez que se agita una bandera nacionalista-imperial, como la que agitó Zelensky engañado por americanos y británicos, y como la vuelven a agitar polacos, alemanes, bálticos, escandinavos y otros perrillos falderos occidentales de la OTAN, el pueblo debería recordar quién la está agitando realmente. Un imperio que no es, precisamente, un imperio con base nacional llamado a realizar una “misión histórica”. Esa patraña, en estos tiempos nihilistas, ya solo puede engañar a un tonto de remate. Las unidades políticas estatales y sus proclamas nacionalistas son hoy los juguetes o las armas, según sea el caso a tratar (en EEUU o Alemania son armas del imperialismo económico y sus agentes, aunque muy insuficientes ante Rusia; en España, ni siquiera hablamos de arma, es un juguete y además, roto).
El nacionalismo imperial resucitado en la Europa occidental, contando con los antecedentes que ya sabemos (las dos guerras mundiales anteriores, o si se quiere la “guerra civil” europea del 14 al 45) está a punto de prender la mecha. Sabemos de manera sobrada que las carnicerías se organizaron no por choques ideológicos o incompatibilidades culturales, sino azuzadas por agentes estratégicos que en aquel tiempo eran agentes monopolistas, financieros e imperialistas, sujetos con poder de decisión que orientaron a los grandes estados capitalistas a la destrucción recíproca, para poder pasar de una multipolaridad a una estricta unipolaridad.
La Anglosfera se impuso finalmente en la mitad de Europa en 1945, una Anglosfera renovada: los británicos hubieron de pasar a un segundo plano, complementario (pero siempre criminal) del verdadero agente imperialista hegemónico, los EEUU. La reconstrucción de la Tierra Media, específicamente de Alemania, solo podía llevarse a cabo al precio de su subordinación como potencia manufacturera-tecnológica controlada y, literalmente, ocupada, por los EEUU. Pero la situación ya ha cambiado radicalmente. La capacidad productiva de Alemania ha bajado mucho, y sus empresas solo nominalmente se puede decir que sean alemanas: son corporaciones penetradas completamente por el capital de los “Big Three”, que en gran parte son activos financieros judaico-anglosajones (véanse los trabajos de Andrés Piqueras, https://andrespiqueras.com/)
Cuando leemos en la prensa que “Alemania se prepara para la guerra contra Rusia”, se nos quiere hacer pensar en un estado westfaliano (independientemente del belicismo prusiano o nacionalsocialista del pasado) que se debe proteger ante un “Oso” enorme y amenazante, arrastrándonos a nosotros, sus siervos y periferias. Ni Alemania ni ningún otro estado europeo, con sus ejércitos de juguete, está actuando ya como una unidad política dotada de verdadera autonomía estratégica ante posibles “amenazas”. Cuando el lector lea “Alemania”, “Francia”, y demás, incluso cuando lea “EEUU” debe saber reconocer la ideología y la propaganda con las cuales se quiere encubrir y justificar la sorda (y siniestra) lucha entre capitalistas, lucha –por cierto- de la cual están excluidos los proletarios y las clases campesinas y medias de nuestra parte del mundo. Nunca el “pueblo” vivió de manera tan desorganizada e ignorante ante la carnicería que se está planeando para él y contra él. No somos ya un “nosotros” nacional. Es la guerra de las élites para “no dejar de perder”. Elites asesinas. Nunca hemos caminado al filo del abismo, con los ojos vendados y guiados por idiotas y ciegos. Nunca como ahora.
El pueblo está siendo despojado de todo cuanto había ido conquistando durante dos siglos de revoluciones, barricadas, sufrimiento y abnegación. Despojado de educación y sanidad de calidad. Despojado de la posibilidad de casarse y procrear. Despojado de la opción a tener vivienda en propiedad. Ya no hay proletariado, con las deslocalizaciones y la terciarización de la economía europea (sector “Servicios), generándose –en su lugar- un subproletariado, nutrido en gran parte por los emigrantes. El trabajo de los extranjeros, así como el de los nativos subproletarizados, es poco proclive a la unión sindical. Es precario y poco resistente ante las tensiones a las que les somete el capital. Están desunidos, incluso culturalmente. Estos trabajadores carecen de oportunidades físicas y comunicacionales a la hora de formar asambleas y adoptar decálogos de acción conjunta.
De otra parte, la clase media vive un proceso de aniquilación. El control de los grandes bancos sobre empresas y estados (fase monopolista a lo Hilferding) dio paso a un control monopolístico más global y sofisticado, en el que interactúan otros agentes estratégicos financiadores (grandes grupos financieros, las propias corporaciones multinacionales y transnacionales, los propios estados) en medio de los cuales los bancos son solo una parte y un instrumento. El capital monopolista (Baran y Sweezy) hace y deshace los pueblos, las naciones, las fronteras y, con los actuales desarrollos tecnológicos (las GAFAM, el “capitalismo de la vigilancia”), es capaz de moldear al hombre mismo, lo que da pábulo a las especulaciones (distópicas) de un futuro transhumanista. El 1% ultrarrico repartirá cada vez menos pastel a una clase media menguante, que hasta ayer les ayudaba a encaramarse en la cúspide. Un clase media que descenderá a la parte baja de la pirámide, pues ya no es necesaria a la superélite, engrosando ese 99% de personas míseras, en grado variable. En ese 99%, las diferencias vendrán marcadas en los aspectos más básicos de la existencia animal: poder comer o no comer, ser considerado “cosa” o “animal humano”, etc.. Habrá una enorme masa humana que pueda ser “prescindible”. El modelo que el fascismo sionista (el de Trump-Netanyahu) ejercido a ojos de todo el mundo: despejar un país entero de sus habitantes, para llevar a cabo una operación urbanístico-especulativa.
Los 50.000 palestinos asesinados por la Entidad Sionista, o los dos millones de personas susceptibles de ser deportados, “trasladados” como quien retira cascotes de un solar arruinado, antes de alzar hoteles y chalets, repiten esquemas conocidos en la Historia. Modelo Auschwitz-Modelo Hiroshima: siempre está detrás el imperialismo.
El Imperialismo del siglo XXI es la fase superior de la guerra contra el género humano. El destino de esos miles o millones masacrados es el destino que a ti, que lees estas líneas, te aguarda.