El título de este artículo podría parecerse a las advertencias sanitarias que aparecen en los paquetes de cigarrillos; advertencias que, a pesar de ser ciertas y graves para la salud de las humeantes personas fumadoras, de tanto verlas ya no hacen efecto alguno. Pero la realidad, cuando se trata de referir las consecuencias del sistema de producción capitalista, es mucho más trágica, pues no se trata ya de que cada uno o una elija la forma en que se muere (que en cierto modo, puede ser hasta respetable) sino que es un riesgo perenne y cierto que pende sobre la clase obrera cuando acude a trabajar diariamente.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), durante el pasado año de 2024, la siniestralidad laboral y las enfermedades relacionadas con la actividad laboral se cobró la vida de 2.600.000 trabajadores y trabajadoras; 300.000 de ellos se deben a accidentes laborales mortales.
La falta de medios de protección, tanto individuales como colectivos, los recortes presupuestarios en las empresas en medidas de seguridad, la intensificación desmedida de los ritmos de producción, la falta de formación e información en materia de salud laboral, etc. es la principal causa de estos accidentes mortales. Pero ojo, esto es solo aplicable a los países desarrollados, pues en aquellos países, la mayoría, menos desarrollados y pobres, estas tasas se multiplican exponencialmente, implicando a niños y niñas en tareas agotadoras, embrutecedoras y peligrosas. África y parte de Así han venido siendo un ejemplo de ello.
Junto a la brutal explotación que el sistema capitalista somete al proletariado desde siempre, pues de ello depende su propia existencia, ahora se le añade la desmedida necesidad que este siniestro sistema tiene de materias “raras” para el desarrollo de las actuales tecnologías y cuyo suministro dependen fundamentalmente de la República Popular de China, que actualmente representa el 90% de la producción mundial. La guerra económica desatada por el imperialismo estadounidense y sus socios contra el auge económico de China busca cada vez más reducir la dependencia que tienen de este país por estos materiales. A esto se le añade la enérgica posición de cada vez más países africanos, como Burkina Faso, contra la colonización y expoliación de sus recursos naturales ante la voracidad de un sistema, el capitalista, que solo quiere materiales para continuar con la producción de dispositivos para seguir obteniendo beneficios y para ello, los necesita baratos, de ahí que no se cuestione si la extracción de cobalto, coltán, etc., genera muertes en cualquier rincón africano.
Ante este escenario, los capitalistas se han lanzado a buscar estos materiales esenciales para la producción de las actuales tecnologías dentro de sus propios países, como es el caso de Suecia y el estado español, donde recientemente han fallecido cinco mineros y cuatro han resultado gravemente heridos en una explosión de gas grisú en la mina de Zarréu, Asturias.
Esta mina estaba inactiva desde hace siete años pero se reabrió recientemente bajo un “polémico” permiso otorgado a la empresa Blue Solving para realizar investigaciones de nuevos usos del carbón. No obstante, no se conoce exactamente qué hacía Blue Solving en una zona restringida, existiendo contradicciones entre lo autorizado oficialmente y lo que los testigos han denunciado.
Esto no es más que una muestra de lo que un sistema capitalista enloquecido por obtener beneficios a toda costa, incluso la salud y la propia vida de los trabajadores y trabajadoras, es capaz de hacer. Y encima, nos vienen con el cuento de que los empresarios arriesgan. Aquí la única que arriesga es la clase obrera mientras que los medios de producción sean propiedad privada de los explotadores.
La socialización de los medios de producción por parte de la clase obrera es la única alternativa viable para que la Humanidad pase a un nivel superior de civilización, donde desaparezca la explotación de los seres humanos y con ella las clases sociales. Solo en el socialismo y el comunismo se puede realizar esta tarea histórica.