La formación del Estado de los germanos; Friedrich Engels, 1884

«Según Tácito, los germanos eran un pueblo muy numeroso. Por César nos formamos una idea aproximada de la fuerza de los diferentes pueblos germanos. Según él, los usipéteros y los teúcteros, que aparecieron en la orilla izquierda del Rin, eran 180.000, incluidos mujeres y niños. Por consiguiente, correspondían cerca de 100.000 seres a cada pueblo [1], cifra mucho más alta, por ejemplo, que la de la totalidad de los iroqueses en los tiempos más florecientes, cuando en número menor de 20.000 fueron el terror del país entero comprendido desde los Grandes Lagos hasta el Ohio y el Potomac. Si tratáramos de señalar en un mapa el emplazamiento de los pueblos de las márgenes del Rin, que conocemos mejor por los relatos llegados hasta nosotros, veríamos que cada uno de ellos ocupa en el mapa, poco más o menos, la misma superficie de un departamento prusiano, o sea unos 10.000 kilómetros cuadrados ó 182 millas geográficas cuadradas. La «Germania Magna» de los romanos, hasta el Vístula, abarcaba en números redondos 500.000 kilómetros cuadrados. Pues bien; tomando para cada pueblo la cifra media de 100.000 individuos, la población total de la «Germania Magna» se elevaría a 5 millones, cifra considerable para un grupo de pueblos bárbaros, pero en extremo baja para nuestras actuales condiciones –10 habitantes por kilómetro cuadrado, ó 550 por milla geográfica cuadrada–. Pero esa cifra no incluye, ni mucho menos, a todos los germanos que vivían en aquella época. Sabemos que a lo largo de los Cárpatos, hasta la desembocadura del Danubio, vivían pueblos germanos de origen gótico –los bastarnos, los peukinos y otros–, tan numerosos, que Plinio los tiene por la quinta tribu principal de los germanos; unos 180 años antes de nuestra era; esos pueblos servían ya como mercenarios al rey macedonio Perseo y en los primeros años del imperio de Augusto avanzaron hasta llegar a Andrinópolis. Supongamos que sólo fuesen un millón, y tendremos, en los comienzos de nuestra era, un total probable de 6 millones de germanos, por lo menos.

Después de fijar su residencia definitiva en Germania, la población debió de crecer con rapidez cada vez mayor; prueba de ello son los progresos industriales de que antes hablamos. Los descubrimientos hechos en los pantanos de Schleswig son del siglo III, a juzgar por las monedas romanas que forman parte de los mismos. Así, pues, por aquella época había ya en las orillas del Mar Báltico una industria metalúrgica y una industria textil desarrolladas, se desplegaba un comercio activo con el imperio romano y entre los ricos existía cierto lujo, indicio todo ello de una población más densa. Pero también por aquella época comienza la ofensiva general de los germanos en toda la línea del Rin, de la frontera fortificada romana y del Danubio, desde el Mar del Norte hasta el Mar Negro, prueba directa del aumento constante de la población, la cual tendía a la expansión territorial. La lucha duró tres siglos, durante los cuales todas las tribus principales de los pueblos góticos –excepto los godos escandinavos y los burgundos– avanzaron hacia el Sudeste, formando el ala izquierda de la gran línea de ataque, en el centro de la cual los altoalemanes –herminones– empujaban hacia el alto Danubio y en el ala derecha los istevones, llamados a la sazón francos, a lo largo del Rin. A los ingevones les correspondió conquistar la Gran Bretaña. A fines del siglo V, el imperio romano, débil, desangrado e impotente, se hallaba abierto a la invasión de los germanos.

Antes estuvimos junto a la cuna de la antigua civilización griega y romana. Ahora estamos junto a su sepulcro. La garlopa niveladora de la dominación mundial de los romanos había pasado durante siglos por todos los países de la cuenca del Mediterráneo. En todas partes donde el idioma griego no ofreció resistencia, las lenguas nacionales tuvieron que ir cediendo el paso a un latín corrupto; desaparecieron las diferencias nacionales, y ya no había galos, íberos, ligures, nóricos; todos se habían convertido en romanos. La administración y el Derecho romanos habían disuelto en todas partes las antiguas uniones gentilicias y, a la vez, los últimos restos de independencia local o nacional. La flamante ciudadanía romana conferida a todos, no ofrecía compensación; no expresaba ninguna nacionalidad, sino que indicaba tan sólo la carencia de nacionalidad. Existían en todas partes elementos de nuevas naciones; los dialectos latinos de las diversas provincias fueron diferenciándose cada vez más; las fronteras naturales que habían determinado la existencia como territorios independientes de Italia, las Galias, España y África, subsistían y se hacían sentir aún. Pero en ninguna parte existía la fuerza necesaria para formar con esos elementos naciones nuevas; en ninguna parte existía la menor huella de capacidad para desarrollarse, de energía para resistir, sin hablar ya de fuerzas creadoras. La enorme masa humana de aquel inmenso territorio, no tenía más vínculo para mantenerse unida que el Estado romano, y éste había llegado a ser con el tiempo su peor enemigo y su más cruel opresor. Las provincias habían arruinado a Roma; la misma Roma se había convertido en una ciudad de provincia como las demás, privilegiada, pero ya no soberana; no era ni punto céntrico del imperio universal ni sede siquiera de los emperadores y gobernantes, pues éstos residían en Constantinopla, en Tréveris, en Milán. El Estado romano se había vuelto una máquina gigantesca y complicada, con el exclusivo fin de explotar a los súbditos. Impuestos, prestaciones personales al Estado y censos de todas clases sumían a la masa de la población en una pobreza cada vez más angustiosa. Las exacciones de los gobernantes, los recaudadores y los soldados reforzaban la opresión, haciéndola insoportable. He aquí a qué situación había llevado el dominio del Estado romano sobre el mundo: basaba su derecho a la existencia en el mantenimiento del orden en el interior y en la protección contra los bárbaros en el exterior; pero su orden era más perjudicial que el peor desorden, y los bárbaros contra los cuales pretendía proteger a los ciudadanos eran esperados por éstos como salvadores.

No era menos desesperada la situación social. En los últimos tiempos de la república, la dominación romana se reducía ya a una explotación sin escrúpulos de las provincias conquistadas; el imperio, lejos de suprimir aquella explotación, la formalizó legislativamente. Conforme iba declinando el imperio, más aumentaban los impuestos y prestaciones, mayor era la desvergüenza con que saqueaban y estrujaban los funcionarios. El comercio y la industria no habían sido nunca ocupaciones de los romanos, dominadores de pueblos; en la usura fue donde superaron a todo cuanto hubo antes y después de ellos. El comercio que encontraron y que había podido conservarse por cierto tiempo, pereció por las exacciones de los funcionarios; y si algo quedó en pie, fue en la parte griega, oriental, del imperio, de la que no vamos a ocuparnos en el presente trabajo. Empobrecimiento general; retroceso del comercio, de los oficios manuales y del arte; disminución de la población; decadencia de las ciudades; descenso de la agricultura a un grado inferior; tales fueron los últimos resultados de la dominación romana universal.

La agricultura, la más importante rama de la producción en todo el mundo antiguo, lo era ahora más que nunca. Los inmensos dominios –«latifundia»– que desde el fin de la república ocupaban casi todo el territorio en Italia, habían sido explotados de dos maneras: o en pastos, allí donde la población había sido remplazada por ganado lanar o vacuno, cuyo cuidado no exigía sino un pequeño número de esclavos, o en villas, donde masas de esclavos se dedicaban a la horticultura en gran escala, en parte para satisfacer el afán de lujo de los propietarios, en parte para proveer de víveres a los mercados de las ciudades. Los grandes pastos habían sido conservados y hasta extendidos; las villas y su horticultura se habían arruinado por efecto del empobrecimiento de sus propietarios y de la decadencia de las ciudades. La explotación de los «latifundia», basada en el trabajo de los esclavos, ya no producía beneficios, pero en aquella época era la única forma posible de la agricultura en gran escala. El cultivo en pequeñas haciendas había llegado a ser de nuevo la única forma remuneradora. Una tras otra fueron divididas las villas en pequeñas parcelas y entregadas éstas a arrendatarios hereditarios, que pagaban cierta cantidad en dinero, o a «partiarii» –aparceros–, más administradores que arrendatarios, que recibían por su trabajo la sexta e incluso la novena parte del producto anual. Pero de preferencia se entregaban estas pequeñas parcelas a colonos que pagaban en cambio una retribución anual fija; estos colonos estaban sujetos a la tierra y podían ser vendidos con sus parcelas; no eran esclavos, hablando propiamente, pero tampoco eran libres; no podían casarse con mujeres libres, y sus uniones entre sí no se consideraban como matrimonios válidos, sino como un simple concubinato –«contibernium»–, por el estilo del matrimonio entre esclavos. Fueron los precursores de los siervos de la Edad Media.

Había pasado el tiempo de la antigua esclavitud. Ni en el campo, en la agricultura en gran escala, ni en las manufacturas urbanas, daba ya ningún provecho que mereciese la pena; había desaparecido el mercado para sus productos. La agricultura en pequeñas haciendas y la pequeña industria a que se veía reducida la gigantesca producción esclavista de los tiempos del imperio, no tenían dónde emplear numerosos esclavos. En la sociedad ya no encontraban lugar sino los esclavos domésticos y de lujo de los ricos. Pero la agonizante esclavitud aún era suficiente para hacer considerar todo trabajo productivo como tarea propia de esclavos e indigna de un romano libre, y entonces lo era cada cual. Así, vemos, por una parte, el aumento creciente de las manumisiones de esclavos superfluos, convertidos en una carga; y, por otra parte, el aumento de los colonos y los libres depauperados –análogos a los «poor whites» [2] de los antiguos Estados esclavistas de Norteamérica–. El cristianismo no ha tenido absolutamente nada que ver con la extinción gradual de la esclavitud. Durante siglos coexistió con la esclavitud en el imperio romano y más adelante jamás ha impedido el comercio de esclavos de los cristianos, ni el de los germanos en el Norte, ni el de los venecianos en el Mediterráneo, ni más recientemente la trata de negros [3]. La esclavitud ya no producía más de lo que costaba, y por eso acabó por desaparecer. Pero, al morir, dejó detrás de sí su aguijón venenoso bajo la forma de proscripción del trabajo productivo para los hombres libres. Tal es el callejón sin salida en el cual se encontraba el mundo romano: la esclavitud era económicamente imposible, y el trabajo de los hombres libres estaba moralmente proscrito. La primera no podía ya y el segundo no podía aún ser la forma básica de la producción social. La única salida posible era una revolución radical.

La situación no era mejor en las provincias. Las más amplias noticias que poseemos se refieren a las Galias. Allí, junto a los colonos, aún había pequeños agricultores libres. Para estar a salvo contra las violencias de los funcionarios, de los magistrados y de los usureros, se ponían a menudo bajo la protección, bajo el patronato de un poderoso; y no fueron sólo campesinos aislados quienes tomaron esta precaución, sino comunidades enteras, de tal suerte que en el siglo IV los emperadores tuvieron que promulgar con frecuencia decretos prohibiendo esta práctica. Pero, ¿de qué servía a los que buscaban protección? El señor les imponía la condición de que le transfiriesen el derecho de propiedad de sus tierras y en compensación les aseguraba el usufructo vitalicio de las mismas. La Santa Iglesia recogió e imitó celosamente esta artimaña en los siglos IX y X para agrandar el reino de Dios y sus propios bienes terrenales. Verdad es que por aquella época, hacia el año 475, Salviano, obispo de Marsella, se indignaba aún contra semejante robo y relataba que la opresión de los funcionarios romanos y de los grandes señores territoriales había llegado a ser tan cruel, que muchos «romanos» huían a las regiones ocupadas ya por los bárbaros, y los ciudadanos romanos establecidos en ellas nada temían tanto como volver a caer bajo la dominación romana. El que por entonces muchos padres vendían como esclavos a sus hijos a causa de la miseria, lo prueba una ley promulgada contra esta práctica.

Por haber librado a los romanos de su propio Estado, los bárbaros germanos se apropiaron de dos tercios de sus tierras y se las repartieron. El reparto se efectuó según el orden establecido en la gens; como los conquistadores eran relativamente pocos, quedaron indivisas grandísimas extensiones, parte de ellas en propiedad de todo el pueblo y parte en propiedad de las distintas tribus y gens. En cada gens, los campos y prados se dividieron en partes iguales, por suertes, entre todos los hogares. No sabemos si posteriormente se hicieron nuevos repartos; en todo caso, esta costumbre pronto se perdió en las provincias romanas, y las parcelas individuales se hicieron propiedad privada alienable, alodios –«alod»–. Los bosques y los pastos permanecieron indivisos para su uso colectivo; este uso, lo mismo que el modo de cultivar la tierra repartida, se regulaba según la antigua costumbre y por acuerdo de la colectividad. Cuanto más tiempo llevaba establecida la gens en su poblado, más iban confundiéndose germanos y romanos y borrándose el carácter familiar de la asociación ante su carácter territorial. La gens desapareció en la marca, donde, sin embargo, se encuentran bastante a menudo huellas visibles del parentesco original de sus miembros. De esta manera, la organización gentilicia se transformó insensiblemente en una organización territorial y se puso en condiciones de adaptarse al Estado, por lo menos en los países donde se sostuvo la marca –Norte de Francia, Inglaterra, Alemania y Escandinavia–. No obstante, mantuvo el carácter democrático original propio de toda la organización gentilicia, y así salvó –incluso en el período de su degeneración forzada– una parte de la constitución gentilicia, y con ella un arma en manos de los oprimidos que se ha conservado hasta los tiempos modernos.

Si el vínculo consanguíneo se perdió con rapidez en la gens, se debió a que sus organismos en la tribu y en el pueblo degeneraron por efecto de la conquista. Sabemos que la dominación de los subyugados es incompatible con el régimen de la gens, y aquí lo vemos en gran escala. Los pueblos germanos, dueños de las provincias romanas, tenían que organizar su conquista. Pero no se podía absorber a las masas romanas en las corporaciones gentilicias, ni dominar a las primeras por medio de las segundas. A la cabeza de los cuerpos locales de la administración romana, conservados al principio en gran parte, era preciso colocar, en sustitución del Estado romano, otro Poder, y éste no podía ser sino otro Estado. Así, pues, los representantes de la gens tenían que transformarse en representantes del Estado, y con suma rapidez, bajo la presión de las circunstancias. Pero el representante más propio del pueblo conquistador era el jefe militar. La seguridad interior y exterior del territorio conquistado requería que se reforzase el mando militar. Había llegado la hora de transformar el mando militar en monarquía, y se transformó.

Veamos el imperio de los francos. En él correspondió a los salios victoriosos la posesión absoluta no sólo de los vastos dominios del Estado romano, sino también de todos los demás inmensos territorios no distribuidos aún entre las grandes y pequeñas comunidades regionales y de las marcas, y principalmente la de todas las extensísimas superficies pobladas de bosques. Lo primero que hizo el rey franco, al convertirse de simple jefe militar supremo en un verdadero príncipe, fue transformar esas propiedades del pueblo en dominios reales, robarlas al pueblo y donarlas o concederlas en feudo a las personas de su séquito. Este séquito, formado primitivamente por su guardia militar personal y por el resto de los mandos subalternos, no tardó en verse reforzado no sólo con romanos –es decir, con galos romanizados–, que muy pronto se hicieron indispensables por su educación y su conocimiento de la escritura y del latín vulgar y literario, así como del Derecho del país, sino también con esclavos, siervos y libertos, que constituían su corte y entre los cuales elegía sus favoritos. A la más de esta gente se les donó al principio lotes de tierra del pueblo; más tarde se les concedieron bajo la forma de beneficios, otorgados la mayoría de las veces, en los primeros tiempos, mientras viviese el rey. Así se sentó la base de una nobleza nueva a expensas del pueblo.

Pero esto no fue todo. Debido a sus vastas dimensiones, no se podía gobernar el nuevo Estado con los medios de la antigua constitución gentilicia; el consejo de los jefes, cuando no había desaparecido hacía mucho, no podía reunirse, y no tardó en verse remplazado por los que rodeaban de continuo al rey; se conservó por pura fórmula la antigua asamblea del pueblo, pero convertida cada vez más en una simple reunión de los mandos subalternos del ejército y de la nueva nobleza naciente. Los campesinos libres propietarios del suelo, que eran la masa del pueblo franco, quedaron exhaustos y arruinados por las eternas guerras civiles y de conquista –por estas últimas, sobre todo, bajo Carlomagno– tan completamente, como antaño les había sucedido a los campesinos romanos en los postreros tiempos de la república. Estos campesinos, que originariamente formaron todo el ejército y que constituían su núcleo después de la conquista de Francia, habían empobrecido hasta tal extremo a comienzos del siglo IX, que apenas uno por cada cinco disponía de los pertrechos necesarios para ir a la guerra. En lugar del ejército de campesinos libres llamados a filas por el rey, surgió un ejército compuesto por los vasallos de la nueva nobleza. Entre esos servidores había siervos, descendientes de aquéllos que en otro tiempo no habían conocido ningún señor sino el rey, y que en una época aún más remota no conocían a señor ninguno, ni siquiera a un rey. Bajo los sucesores de Carlomagno, completaron la ruina de los campesinos francos las guerras intestinas, la debilidad del poder real, las correspondientes usurpaciones de los magnates –a quienes vinieron a agregarse los condes de las comarcas instituidos por Carlomagno, que aspiraban a hacer hereditarias sus funciones– y, por último, las incursiones de los normandos. Cincuenta años después de la muerte de Carlomagno, yacía el imperio de los francos tan incapaz de resistencia a los pies de los normandos, como cuatro siglos antes el imperio romano a los pies de los francos.

Y no sólo había la misma impotencia frente al exterior, sino casi el mismo orden, o más bien desorden social en el interior. Los campesinos francos libres se vieron de una situación análoga a la de sus predecesores, los colonos romanos. Arruinados por las guerras y por los saqueos, habían tenido que colocarse bajo la protección de la nueva nobleza naciente o de la iglesia, siendo harto débil el poder real para protegerlos; pero esa protección les costaba cara. Como en otros tiempos los campesinos galos, tuvieron que transferir la propiedad de sus tierras, poniéndolas a nombre del señor feudal, su patrono, de quien volvían a recibirlas en arriendo bajo formas diversas y variables, pero nunca de otro modo sino a cambio de prestar servicios y de pagar un censo; reducidos a esta forma de dependencia, perdieron poco a poco su libertad individual, y al cabo de pocas generaciones, la mayor parte de ellos eran ya siervos. La rapidez con que desapareció la capa de los campesinos libres la evidencia el libro catastral –compuesto por Irminón– de la abadía de Saint-Germain-des-Prés, en otros tiempos próxima a París y en la actualidad dentro del casco de la ciudad. En los extensos campos de la abadía, diseminados en el contorno, había entonces, por los tiempos de Carlomagno, 2.788 hogares, compuestos casi exclusivamente por francos con apellidos alemanes. Entre ellos se contaban 2.080 colonos, 35 lites [4], 220 esclavos, ¡y nada más que ocho campesinos libres! La práctica declarada impía por el obispo Salviano, y en virtud de la cual el patrón hacía que le fuera transferida la propiedad de las tierras del campesino y sólo permitía a éste el usufructo vitalicio de ellas, la empleaba ya entonces de una manera general la Iglesia con respecto a los campesinos. Las prestaciones personales, que iban generalizándose cada vez más, habían tenido su modelo tanto en las «angariae» romanas, cargas en pro del Estado, como en las prestaciones personales impuestas a los miembros de las marcas germanas para construir puentes y caminos y para otros trabajos de utilidad común. Así, pues, parecía como si al cabo de cuatro siglos la masa de la población hubiese vuelto a su punto de partida.

Pero esto no probaba sino dos cosas: en primer lugar, que la diferenciación social y la distribución de la propiedad en el imperio romano agonizante habían correspondido enteramente al grado de producción contemporánea en la agricultura y la industria, siendo, por consiguiente, inevitables; en segundo lugar, que el estado de la producción no había experimentado ningún ascenso ni descenso esenciales en los cuatrocientos años siguientes y, por ello, había producido necesariamente la misma distribución de la propiedad y las mismas clases de la población. En los últimos siglos del imperio romano, la ciudad había perdido su dominio sobre el campo y no lo había recobrado en los primeros siglos de la dominación germana. Esto presupone un bajo grado de desarrollo de la agricultura y de la industria. Tal situación general produce por necesidad grandes terratenientes dotados de poder y pequeños campesinos dependientes. Las inmensas experiencias hechas por Carlomagno con sus famosas villas imperiales, desaparecidas sin dejar casi huellas, prueban cuán imposible era injertar en semejante sociedad la economía latifúndica romana con esclavos o el nuevo cultivo en gran escala por medio de prestaciones personales. Estas experiencias sólo las continuaron los conventos, y no fueron productivas más que para ellos pero los conventos eran corporaciones sociales de carácter anormal, basadas en el celibato. Es cierto que podían realizar cosas excepcionales, pero, por lo mismo, tenían que seguir siendo excepciones.

Y sin embargo, durante esos cuatrocientos años se habían hecho progresos. Si al expirar estos cuatro siglos encontramos casi las mismas clases principales que al principio, el hecho es que los hombres que formaban estas clases habían cambiado. La antigua esclavitud había desaparecido, y habían desaparecido también los libres depauperados que menospreciaban el trabajo por estimarlo una ocupación propia de esclavos. Entre el colono romano y el nuevo siervo había vivido el libre campesino franco. El «recuerdo inútil y la lucha vana» del romanismo agonizante estaban muertos y enterrados. Las clases sociales del siglo IX no se habían formado con la decadencia de una civilización agonizante, sino entre los dolores de parto de una civilización nueva. La nueva generación, lo mismo señores que siervos, era una generación de hombres, si se compara con sus predecesores romanos. Las relaciones entre los poderosos terratenientes y los campesinos que de ellos dependían, relaciones que habían sido para los romanos la forma de ruina irremediable del mundo antiguo, fueron para la generación nueva el punto de partida de un nuevo desarrollo. Y además, por estériles que parezcan esos cuatrocientos años, no por eso dejaron de producir un gran resultado: las nacionalidades modernas, la refundición y la diferenciación de la humanidad en la Europa occidental para la historia futura. Los germanos habían, en efecto, revivificado a Europa y por eso la destrucción de los Estados en el período germánico no llevó al avasallamiento por normandos y sarracenos, sino a la evolución de los beneficios y del patronato –encomienda– hacia el feudalismo y a un incremento tan intenso de la población, que dos siglos después pudieron soportarse sin gran daño las fuertes sangrías de las cruzadas.

Pero, ¿qué misterioso sortilegio era el que permitió a los germanos infundir una fuerza vital nueva a la Europa agonizante? ¿Era un poder milagroso e innato a la raza germana, como nos cuentan nuestros historiadores patrioteros? De ninguna manera. Los germanos, sobre todo en aquella época, eran una tribu aria muy favorecida por la naturaleza y en pleno proceso de desarrollo vigoroso. Pero no son sus cualidades nacionales específicas las que rejuvenecieron a Europa, sino, sencillamente, su barbarie, su constitución gentilicia.

Su capacidad y su valentía personales, su espíritu de libertad y su instinto democrático, que veía un asunto propio en los negocios públicos, en una palabra, todas las cualidades que los romanos habían perdido y únicas capaces de formar, del cieno del mundo romano, nuevos Estados y nuevas nacionalidades, ¿qué era sino los rasgos característicos de los bárbaros del estadio superior de la barbarie, los frutos de su constitución gentilicia?

Si transformaron la forma antigua de la monogamia, suavizaron la autoridad del hombre en la familia y dieron a la mujer una situación más elevada de la que nunca antes había conocido el mundo clásico, ¿qué les hizo capaces de eso sino su barbarie, sus hábitos de gentiles, las supervivencias, vivas en ellos, de los tiempos del derecho materno?

Si por lo menos en los tres países principales, Alemania, el Norte de Francia e Inglaterra salvaron una parte del régimen genuino de la gens, trasplantándola al Estado feudal bajo la forma de marcas, dando así a la oprimida clase de los campesinos, hasta bajo la más cruel servidumbre de la Edad Media, una cohesión local y una fuerza de resistencia que no tuvieron a su disposición los esclavos de la antigüedad y no tiene el proletariado moderno, ¿a qué se debe sino a su barbarie, a su sistema exclusivamente bárbaro de colonización por gens?

Y, por último, si desarrollaron y pudieron hacer exclusiva la forma de servidumbre mitigada que habían empleado ya en su país natal y que fue sustituyendo cada vez más a la esclavitud en el imperio romano, forma que, como Fourier ha sido el primero en evidenciarlo, ofrece a los oprimidos medios para emanciparse gradualmente como clase –«fournit aux cultivateurs des moyens d’affranchissement collectif et progressif»–, superando así con mucho a la esclavitud, con la cual era sólo posible la manumisión inmediata y sin transiciones del individuo –la antigüedad no presenta ningún ejemplo de supresión de la esclavitud por una rebelión victoriosa–, al paso que los siervos de la Edad Media llegaron poco a poco a conseguir su emancipación como clase, ¿a qué se debe esto sino a su barbarie, gracias a la cual no habían llegado aún a una esclavitud completa, ni a la antigua esclavitud del trabajo ni a la esclavitud doméstica oriental?

Toda la fuerza y la vitalidad que los germanos aportaron al mundo romano, era barbarie. En efecto, sólo bárbaros eran capaces de rejuvenecer un mundo senil que sufría una civilización moribunda. Y el estadio superior de la barbarie, al cual se elevaron y en el cual vivieron los germanos antes de la emigración de los pueblos, era precisamente el más favorable para ese proceso. Esto lo explica todo.

Notas de la edición

[1] Esta cifra la confirma el siguiente pasaje de Diodoro de Sicilia acerca de los celtas galos: «En la Galia viven numerosos pueblos, desiguales por su fuerza numérica. Los más grandes, son de unos 200.000 individuos y los pequeños de 50.000» («Diodorus Siculos», V, 25). O sea, por término medio, 125.000. Algunos pueblos galos, por efecto de su mayor grado de desarrollo, debieron ser, indudablemente, más numerosos que los germanos. (Nota de Engels.)

[2] Pobres blancos. (N. de Edit. Progreso)

[3] Según el obispo Liutprando de Cremona, en el siglo X y en Verdún, por consiguiente en el santo imperio alemán, el principal ramo de la industria era la fabricación de eunucos que se exportaban con gran provecho a España, para los harenes de los moros. (Nota de Engels)

[4] Categoría social intermedia entre los colonos y los esclavos. (N. de Edit. Progreso)». (Friedrich Engels; El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, 1884)

¡Cuánto echábamos de menos que asomara la patita discriminatoria!

«¡Cuánto os hemos echado de menos!», les ha dicho Felipe VI de Franco a los descendientes de los sefardíes expulsados en 1492 que han recuperado la nacionalidad española. «Caminemos juntos, porque todos somos ciudadanos españoles, en la construcción de una España cada día mejor».

Y estos ¿por qué no son ciudadanos españoles si vivieron aquí varios siglos?

La exclusión de los moriscos de la nacionalidad española, que sí ha sido otorgada a los judíos sefardíes, es un acto «racista que emana de una política segregacionista», ha lamentado la Asociación de Memoria de los Andalusíes, que agrupa a los descendientes de los moriscos.

La asociación criticó en un comunicado publicado hoy la aprobación del Parlamento español el pasado jueves de una ley que otorga la nacionalidad española a los descendientes de los sefardíes expulsados a finales del siglo XV.

La asociación, que agrupa a los descendientes de los moriscos que viven en Marruecos (también los hay en Túnez y Argelia) deploró que este acto «ignore el crimen cometido por las mismas autoridades españolas contra la población morisca, que fue arrancada masivamente de sus tierras, por decretos reales españoles, parecidos a los que decidieron la expulsión de los sefardíes».

El comunicado valora sin embargo la concesión de nacionalidad a los sefardíes, pero reclama a los gobernantes y los legisladores españoles «que también reconozcan la injusticia que sufrieron los moriscos y que respeten el derecho a la rehabilitación de su memoria histórica».

Por cierto, mucho más reciente: A los saharauis que eran españoles de pleno derecho y que en cuestión de unos dias, de la mano de Juan Carlos de Borbón y Franco, dejaron de serlo ¿no se les va a devolver la nacionalidad?

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jmalvarezblog.blogspot.com

¿Dónde vives, utopía?

El relato oficial dice que entre la muerte de Franco en 1975 y el fallido golpe de Estado de Tejero (23 de febrero de 1981), España sería una Arcadia idílica (de apellido Transición), en la que los líderes de la oposición al régimen de Franco y los reformistas del interior pactaron una agenda para preparar al Estado español para su anhelada entrada en Europa así como garantizar la democracia y el progreso generalizado, todo ello bajo la supervisión del rey Juan Carlos I como valedor de la balbuciente democracia. Sin embargo, al cabo de 4 décadas, la crisis económica , la desafección política de la sociedad española motivada por los sangrantes casos de corrupción de la élite político-económica y el creciente descrédito de la institución Monárquica han hecho revisar tales esquemas, incluida la tesis de la supuesta reconciliación nacional propagada por la “mass media” de la época de la Transición , todavía pendiente de su finiquito legal.

La obscenidad de la Banca y los restos del naufragio económico

Según la agencia EFE, la gran Banca española (Santander, BBVA, CaixaBank, Bankia, Popular y Sabadell) obtuvo en el primer trimestre del 2015 un beneficio neto de 4.138 millones € (un 67´5 % % más que en el mismo período del 2014) a pesar del descenso del crédito de más de 500.00 millones desde el 2008, de la disminución de las tasas de rentabilidad del 20% del 2008 al 6´5% actual y de una reducción drástica de los presupuestos para obras sociales, (un 60% menos desde el 2008) mientras según el FROB, cerca de 167.000 afectados por la venta irregular de preferentes de Bankia, NCG Banco o Catalunya Banc no podrán recuperar ni tan siquiera un pequeño porcentaje de su inversión al tiempo que se producirían 100 desahucios diarios ( aumento del 2,1 %) y del parque de viviendas viviendas vacías que podrían destinarse al alquiler social, un mínimo de 600.000 serían propiedad de entidades financieras o del Banco malo según un informe de la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca). De todo ello, se deduce que la Banca se habría convertido en un parásito hematófago (chinche doméstico), organismos chupópteros que no viven permanentemente sobre su hospedador o víctima sino que sólo se acercan a él para alimentarse y tras succionar hasta la última gota de sangre los abandonan exangües y desahuciados.

Por otra parte, según el Consejo Económico y Social, 422.600 hogares vivían gracias a la pensión de los abuelos con ingresos medios de 840 € y que a pesar de su exigüidad, constituía hasta hoy el último salvavidas de los restos del naufragio económico español , pero teniendo en cuenta que se ha establecido por Ley un mínimo incremento de las pensiones de un 0,25 %, el colchón familiar verá reducido su grosor y se elevará el riesgo de pobreza y fractura social. Así, según el último informe de Intermon Oxfam sobre “Crisis, desigualdad y pobreza”,se advierte que de continuar los recortes sociales, la pobreza en España podría llegar a afectar al 40 % de la población en el horizonte de la próxima década (en la actualidad, según dicha ONG, la tasa de pobreza se situaría en el 27% de la población y afectaría ya a 13 millones de personas). Finalmente, añadir que según Cáritas tres millones de personas vivirían ya en situación de «pobreza severa» ( menos de 307 euros al mes) mientras el número de millonarios en España habría aumentado un 13% en el último año según datos de Eurostat, con lo que se estaría agudizando de forma vertiginosa una fractura social de resultados imprevisibles.

La distopía del Estado español

En el plano político, asistimos en el Estado español a un escenario distópico fruto del Tejerazo de 1.981, en el que los líderes políticos confinados en el Congreso fueron “invitados” a aceptar un acuerdo tácito por el que se declaraban intocables el status quo (establishment) asociado al sistema monárquico (Juancarlismo) , al sistema político bipartidista ( implantación de las listas cerradas y de la Ley D´Hont) y a la defensa de la “unidad indisoluble de la nación española”, pasando Navarra desde entonces a ser considerada “cuestión de Estado”. El término distopía fue acuñado a finales del siglo XIX por John Stuart Mill en contraposición al término eutopía o utopía, empleado por Tomas Moro para designar a un lugar o sociedad ideal. Así, distopía sería “ una utopía negativa donde la realidad transcurre en términos antagónicos a los de una sociedad ideal”.Las distopías se ubican en ambientes cerrados o claustrofóbicos enmarcados en sistemas antidemocráticos, donde la élite gobernante se cree investida del derecho a invadir todos los ámbitos de la realidad en sus planos físico y virtual e incluso , en nombre de la sacro-santa seguridad del Estado, a eliminar el principio de inviolabilidad ( habeas corpus) de las personas, síntomas todos ellos de una posterior deriva totalitaria del sistema.

El establishment del Estado español estaría formado por las élites financiera-empresarial,política, militar, jerarquía católica,universitaria y mass media del Estado español que serían los herederos naturales del legado del General Franco y que habrían fagocitado todas las esferas de decisión (según se desprende de la lectura del libro “Oligarquía financiera y poder político en España” escrito por el ex-banquero Manuel Puerto Ducet).

La metástasis de la corrupción afectaría a cargos electos de la mayoría de los partidos políticos que detentan el Poder en cualquiera de los corruptos Reinos de Taifas en que se ha convertido el Estado español (PP, PSOE,CDC, PNV, Coalición Canaria, IU y UPN), convirtiendo la escena política en un inmenso queso taladrado por la corrupción y envuelto en la capa de la inviolabilidad (estatus de aforado) establecido por la doctrina del Tribunal Supremo, devenido en dique de contención de los recursos populares contra la parasitaria y corrupta clase política establecida en cualquier segmento de poder (establishment).

Recordar que el bipartidismo establecido en el acuerdo tácito entre los partidos políticos tras el simulacro de golpe de mano de Tejero (23-F del 1981), tuvo su culminación con la llegada al poder del PSOE y el nombramiento como Presidente del Gobierno de Felipe González ( 1.982), con quien asistimos al finiquito de la idílica e inacabada Transición y al inicio de la deriva totalitaria del sistema, mediante la implementación del llamado “terrorismo de Estado” o “guerra sucia” contra ETA y su entorno, del que serían paradigma los Grupos Armados de Liberación (GAL) y de la Ley Anti-terrorista, primeros pasos de la deriva involucionista hacia el Estado Tardo-franquista. La Ley Anti-terrorista todavía vigente, sería pues un anacronismo propio de la dictadura franquista, un limbo jurídico que habría convertido los sótanos de cuartelillos y comisarías en escenarios distópicos de naturaleza real (no ficitica) y en Guantánamos virtuales refractarios al control de jueces, fiscales y abogados y que facilitarían la labor de los Cuerpos de Seguridad del Estado para obtener evidencias delictivas mediante prácticas inadecuadas (léase tortura), prácticas confirmadas por las declaraciones de Luis Roldán, Director General de la Guardia Civil con Felipe González

El Tardofranquismo

El Tardofranquismo sería hijo del Tejerazo o golpe blando de 1.981 en el que los líderes políticos confinados en el Congreso fueron “invitados” a aceptar un acuerdo tácito por el que se declaraban intocables el establishment asociado al sistema monárquico, al sistema político bipartidista y a la “unidad indisoluble de la nación española” y estaría plasmado en la todavía vigente Constitución de 1.978, Carta Magna que estaría blindada ante cualquier cambio institucional que se pueda producir en el Estado español con lo que se cumpliría una vez más la profecía : “Todo está atado y bien atado”. Y con el actual Gobierno del PP, estaríamos asistiendo a la fase final de la implementación de dicho Estado Tardofranquista, doctrina que bebe de las fuentes del centralismo jacobino francés y del paternalismo de las dictaduras blandas y que estaría refrendado por iniciativas como la aprobación de la nueva Ley de Educación (Lomce);la Ley Antiaborto de Gallardón, la implementación de la censura en Internet tras el cierre decretado por la AN de la web “Ateak Ireki” y la previsible modificación del Código Penal para constriñir hasta su nimiedad los derechos de huelga, reunión y manifestación. Así, no sería descartable la próxima modificación de la actual Ley de Huelga a petición de la CEOE y una nueva y agresiva reforma del Código Penal, en la que se penalizará la resistencia a la autoridad (tanto activa como pasiva) y la convocatoria de concentraciones violentas por cualquier medio de comunicación, (incluido Internet y las redes sociales como Facebook, Twitter), con el objetivo inequívoco de hacer realidad la frase de Fraga en su etapa de Ministro de la Gobernación del régimen franquista (“La calle es mía”) aunado con la adopción en las ciudades gobernadas por el PP como Madrid, de medidas anticívicas calcadas de la Ley franquista de Buen Gobierno (1948) y la posterior implantación en todo el Estado español de un clon de la Ley de Vagos y Maleantes (ley nacida en la II República y adoptada por aclamación por el régimen franquista).

Finalmente, como culminación del paroxismo regresivo, asistiremos a la implementación de la Doctrina Aznar que tendría como ejes principales la culminación de la «derrota institucional de ETA para impedir que el terrorismo encuentre en sus socios políticos el oxígeno que le permita sobrevivir a su derrota operativa» y el mantenimiento de la «unidad indisoluble de España «, lo que se traducirá en el finiquito de la representación institucional lograda por EH Bildu en base al apoyo popular mediante la ilegalización del partido abertzale Sortu (tras la remisión por UPyD a la Fiscalía del TSJPV de una denuncia penal contra el presidente de Sortu, Hasier Arraiz, al que acusa de «justificar y reivindicar la actuación de ETA») y en la prohibición de la celebración del referéndum sobre la independencia en Cataluña, medidas que conllevarán el final de la más larga experiencia seudodemocrática de la historia del Estado española (35 años).

¿Hacia la III República?

Para entender el cambio que se avecina habrá que recurrir a Hermann Hesse, quien en su libro “El lobo estepario” (Der Steppenwolf,1.927), plasma el sentimiento de angustia, desesperanza y desconcierto que se apoderó de la sociedad europea en el período de entreguerras y critica mordazmente la sociedad burguesa (“la decadencia de la civilización”), dictadura invisible que anula los ideales del individuo primigenio y le transforma en un ser acrítico, miedoso y conformista que sedado por el consumismo compulsivo de bienes materiales pasa a engrosar ineludiblemente las filas de una sociedad homogénea, uniforme y fácilmente manipulable. Recordar que la entrada en recesión de las economías europeas ha implementado el estigma de la incertidumbre y la incredulidad en una sociedad inmersa en la cultura del Estado de Bienestar del mundo occidental, derivando posteriormente en un shock traumático al constatarse el vertiginoso tránsito desde niveles de bienestar hasta la cruda realidad de la pérdida del trabajo y posterior desahucio, inmersión en umbrales de pobreza y dependencia en exclusiva de los subsidios sociales, por lo que se antoja inevitable un proceso de catarsis y posterior metanoia colectiva.

El término Metanoia, traducido a la actual coyuntura, sería “transformar la mente para adoptar una nueva forma de pensar, con ideas nuevas, nuevos conocimientos y una actitud enteramente nueva ante la irrupción del nuevo escenario socio-político ”, lo que implicaría la doble connotación de movimiento físico (desandar el camino andado) y psicológico (cambio de mentalidad tras desechar los viejos estereotipos económicos y políticos vigentes en las últimas décadas) y que tendrá como efectos benéficos la liberación de la parte indómita del individuo primigenio ( el lobo estepario) que ha permanecido agazapado en un recodo del corazón, sedado y oprimido por la tiranía de la manipulación consumista de el actual sistema dominante, de filiación neoliberal y monárquica. En consecuencia, asistiremos a la aparición de un nuevo individuo reafirmado en una sólida conciencia crítica y sustentado en valores caídos en desuso como la solidaridad y la indignación colectiva ante la corrupción e injusticia imperantes (de lo que sería paradigma la irrupción en el firmamento político del fenómeno electoral Podemos), generador de un posterior tsunami popular de denuncia del déficit democrático, social y de valores de la actual Casta dominante e instaurador del caos constructivo. Dicha vorágine o caos terminará por diluir el opiáceo inhibidor de la conciencia crítica ( consumismo compulsivo) y provocar la necesaria metanoia en la sociedad, no siendo descartable el retorno a escenarios ya olvidados de frentepopulismo en las próximas elecciones Municipales del 2015 que tras un previo consenso de mínimos dará prioridad en lo social a la revitalización del llamado “Estado social y democrático de Derecho” y en lo político a la reinstauración de la República en el horizonte del 2016.

GERMÁN GORRAIZ LÓPEZ-Analista

¿Se puede llamar «oposición» a esta gentuza?

El Gobierno venezolano es nuevamente blanco de difamación por medios nacionales y extranjeros por la muerte de Luis Manuel Díaz, un dirigente político de oposición, y cuya responsabilidad se le atribuye – sin presentar pruebas que lo sustenten- al Partido Socialista Unido de Venezuela, a solo dos semanas de que se realicen las elecciones parlamentarias.

El jefe de Estado, Nicolás Maduro, dijo que las primeras versiones de la investigación apuntan a que el crimen fue resultado de un sicariato entre bandas rivales y que la acusación del secretario general del partido de oposición Acción Democrática, Henry Ramos Allup, es falsa y temeraria. «Ellos andan buscando algo. Andan buscando llenar el país de violencia».

Maduro alertó que maneja información de inteligencia sobre planes de desestabilización que prepara la oposición como parte de su campaña electoral para las venideras elecciones del 6 de diciembre.

De acuerdo a cómo sucedieron los hechos y las acusaciones, se trata del escenario más esperado y probable de quienes calculan la violencia política necesaria para forzar el calentamiento de las calles, tal como ha pasado en otras oportunidades (golpe de Estado a Hugo Chávez en 2002, la descarga de la “arrechera” que pidió Henrique Capriles en 2013 y guarimbas de 2014).

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telesurtv.net

El Spetsnaz los tiene identificados a todos

En la Federación de Rusia creemos que en EE.UU. conocen a las personas que bailaban alrededor del cuerpo del piloto ruso tras el derribo del Su-24, ha declarado la portavoz del Ministerio de Exteriores, María Zajárova.

«Esperamos que el Departamento del Estado nos explique quién bailó alrededor del cadáver del militar ruso», ha afirmado la portavoz de la Cancillería rusa.

«Quiero llamar la atención del servicio de prensa del Departamento de Estado sobre el hecho de que en las redes sociales se encuentran todos los datos sobre las personas que asesinaron al piloto ruso. Además, tenemos todas las razones para creer que EE.UU. posee información precisa sobre quiénes son estas personas», ha precisado.

Zajárova también ha destacado que es «una barbaridad por parte del Departamento del Estado de EE.UU. justificar el asesinato del piloto ruso con la necesidad de la autodefensa».

Traslado

El avión que transporta el cuerpo de Oleg Peshkov, el piloto fallecido del avión ruso Su-24 abatido el pasado 24 de noviembre por la Fuerza Aérea de Turquía, ha salido de Ankara en dirección a Rusia, informa RIA Novosti citanto el portal Ulke haber.

Israel le «hace la cama» a Erdogan

Un avión ruso ingresó recientemente en el espacio aéreo israelí, pero no fue derribado gracias a las «abiertas comunicaciones entre ambos países», informó el ministro de Defensa de Israel.

Moshe Yaalon señaló el domingo que el avión entró a unos 1.5 kilómetros en el espacio aéreo israelí por «error» e inmediatamente regresó a Siria cuando los rusos fueron notificados. El funcionario señaló que Israel abrió hace poco un canal de cooperación con Rusia «para evitar malentendidos».

«Los aviones rusos no intentan atacarnos y por lo tanto no hay necesidad de derribarlos automáticamente, incluso aunque haya algún tipo de error»

Agencias

¿Qué representa la actual socialdemocracia?; Enver Hoxha, 1964

«La socialdemocracia actual es la continuadora directa de la traidora II Internacional. Ha heredado todo el bagaje ideológico, organizativo y táctico de los partidos de la II internacional. Los socialdemócratas iniciaron su traición alejándose de las enseñanzas fundamentales del marxismo-leninismo, declarándolas caducas e inservibles, negando la lucha de clases y sustituyéndola por la «teoría» de la armonía y la reconciliación de clases, negando la revolución y sustituyéndola por reformas en el marco del orden capitalista, renunciando a la vía revolucionarla y reemplazándola por la vía «pacífica», «democrática» y parlamentaria, negando la necesidad indispensable de destruir el viejo aparato del Estado burgués y aceptando el Estado capitalista como medio para pasar al socialismo, negando la dictadura del proletariado y poniendo en su lugar a la «democracia pura y general», apartándose del internacionalismo proletario y deslizándose totalmente a las posiciones del nacional-chovinismo, de la abierta unidad con la burguesía imperialista.

Desenmascarando la traición de la vieja socialdemocracia, Lenin en su obra «¿Qué hacer?» de 1902, escribía:

«La socialdemocracia debe transformarse de partido de la revolución social, en un partido democrático de reformas sociales. Bernstein ha apoyado esta reivindicación política con toda una batería de «nuevos» argumentos y consideraciones armoniosamente bastante concordados. Ha sido negada la posibilidad de fundamentar científicamente al socialismo y de demostrar, desde el punto de vista de la concepción materialista de la historia, su necesidad e inevitabilidad; ha sido negado el hecho de la miseria creciente, de la proletarización y de la exacerbación de las contradicciones capitalistas; ha sido declarado inconsistente el concepto mismo del «objetivo final», rechazada en absoluto la idea de la dictadura del proletariado; ha sido negada la oposición de principios que existe entre el liberalismo y el socialismo, ha sido negada la teoría de la lucha de clases, pretendiendo que no es aplicable a una sociedad estrictamente democrática, gobernada conforme a la voluntad de la mayoría, etc». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Qué hacer?, 1902)

Alineándose en este camino la socialdemocracia se transformó en fiel defensora del orden capitalista, en servidora de la burguesía, en el más importante apoyo ideológico y político de la burguesía en el seno del movimiento obrero. Ha ayudado a la burguesía a oprimir y explotar a los obreros de su propio país y a los pueblos de los demás países, ahogar su movimiento revolucionario y de liberación.

«Se ha demostrado que los militantes del movimiento obrero, que pertenecen a la tendencia oportunista, son mejores defensores de la burguesía que los propios burgueses. Si ellos no dirigieran a los obreros, la burguesía no podría sostenerse». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Informe sobre la situación internacional y las tareas fundamentales de la Komintern, 19 de julio de 1920)

Pero la socialdemocracia actual ha ido más lejos en su camino de traición que en el período de la II Internacional. Lo que hoy le caracteriza es su tendencia cada vez más acentuada hacia la derecha.

A partir de 1955, los partidos socialdemócratas de Europa Occidental, como el Partido Laborista Inglés, los partidos socialdemócratas de Francia, Austria, Suiza, Holanda, Luxemburgo, Alemania Occidental y de los países escandinavos, cambiaron sus programas, o se han dedicado a elaborar nuevas orientaciones programáticas. ¿Qué es lo que caracteriza estos programas y nuevas orientaciones programáticas? Es la unión ecléctica de las viejas teorías oportunistas con las teorías burguesas «modernas», la renuncia definitiva a todos los principios e ideales del socialismo, la abierta defensa del sistema de explotación capitalista y el anticomunismo furibundo.

Si los viejos reformistas aceptaban, aunque fuera solamente de palabra, la instauración del socialismo, como objetivo final, los socialdemócratas de hoy han renunciado abiertamente a este objetivo. Predican que están por el llamado «socialismo democrático», el cual nada tiene en común con el verdadero socialismo científico, es más, lo niega y lo substituye con algunas reformas liberales burguesas, que no afectan en absoluto las bases de la sociedad capitalista. ¿Cómo se puede hablar de socialismo, cuando en numerosos programas socialdemócratas se ha suprimido hasta el requisito elemental del socialismo que es la liquidación de la propiedad privada de los medios de producción?

Después de la conocida declaración de la Internacional Socialista «Los fines y las tareas del socialismo democrático» –publicada en 1951–, los nuevos programas orientan a la clase obrera, no contra el capitalismo, sino solamente contra el capitalismo «no controlado» [1]. La nacionalización parcial de las empresas por el Estado burgués, la creación del capitalismo monopolista de Estado, la injerencia del Estado capitalista en la vida económica del país, la introducción de algunas reformas democrático-burguesas, todas estas cuestiones, en los nuevos programas y declaraciones de los socialdemócratas, se presentan como pruebas que demuestran que, supuestamente, en algunos países capitalistas se han sentado las bases del socialismo [2]. Al mismo tiempo, niegan el carácter socialista de las transformaciones en los países socialistas. Repiten así, directa o indirectamente, las teorías burguesas en boga sobre el «capitalismo popular», «controlado», «organizado», «democrático», etc.

Este alejamiento de los socialdemócratas de los principios del socialismo y su respaldo al capitalismo lo ha saludado, en más de una ocasión, la prensa reaccionaria burguesa. En uno de sus editoriales titulado «La sepultura del marxismo», el periódico «Washington Post and Times Herald», escribía:

«84 años después de su fundación en el histórico congreso de Gotha, el Partido Socialdemócrata de Alemania, en su congreso de Bad-Godesberg, renunciaba a la ideología marxista y dejaba de ser socialista en el verdadero sentido de la palabra. Aceptaba el principio de la «libre iniciativa privada dondequiera que sea posible» en la vida económica». (Washington Post and Times Herald; La sepultura del marxismo, 1959)

Los nuevos programas de los partidos socialdemócratas han rechazado las ideas sobre las contradicciones, el antagonismo y la lucha de clases, han borrado los límites entre los oprimidos y los opresores, los explotados y los explotadores. En vez de la lucha de clases preconizan el «sentido de responsabilidad» del hombre «en general». Y así, en el programa del Partido Socialdemócrata de Alemania, se dice:

«La libertad y la democracia en la sociedad industrial, son posibles solamente si el mayor número de personas elevan su conciencia social y se muestran dispuestas a compartir la responsabilidad. Los socialdemócratas se expresan por la solidaridad y la armonía de todos los hombres», por lograr el objetivo que está «por encima de las clases», el «socialismo democrático». (Partido Socialdemócrata de Alemania; Programa, 1959)

Siendo que el «socialismo democrático» no afecta en lo más mínimo las bases del régimen capitalista, sino que es una forma de capitalismo «reformado», es natural que no haya necesidad de ninguna revolución socialista. Según los socialdemócratas el «socialismo democrático» se realizará mediante la «evolución económica, espontánea», la limitación de los derechos y del potencial de las uniones monopolistas y con la ayuda del mismo Estado capitalista. Sin embargo, para alcanzar ese ideal, es necesario que los socialdemócratas accedan al poder y el único camino para conseguirlo es la lucha electoral para obtener la mayoría en el parlamento burgués. Elogiando la declaración de la Internacional Socialista sobre: «Los fines y las tareas del socialismo democrático», uno de sus cabecillas, Brauntal, ha dicho que esta declaración «pone fin al debate sobre la dictadura del proletariado», «excluye la lucha revolucionaria de clases como método para la realización del socialismo», «rechaza la adhesión a cualquier teoría socialista».

Los partidos socialdemócratas han roto toda relación con el marxismo-leninismo, con la teoría del socialismo científico y la concepción materialista. En el programa del partido socialista austríaco, se dice que:

«El socialismo es un movimiento internacional, que no implica necesariamente unanimidad de puntos de vista. Independientemente del origen de sus puntos de vista, de si proceden del análisis marxista o de algún otro análisis social, de los principios religiosos o humanos, todos los socialistas tienden a un objetivo común». (Partido Socialdemócrata de Austria; Programa, 1958)

Hablando en el congreso del Partido Socialdemócrata de Alemania en Bad Godesberg, el ex presidente de este partido, Erich Ollenhauer, declaró que «la demanda de hacer del programa político de Karl Marx y Friedrich Engels el contenido del programa socialdemócrata de 1959, es inconcebiblemente antimarxista» [3], y agregó:

«No lograríamos hacernos comprender si hablásemos con el lenguaje del pasado, no lograríamos resolver los problemas actuales con nuestras viejas concepciones». (Erich Ollenhauer; Discurso en el Congreso de Bad Godesberg del Partido Socialdemócrata de Alemania, 1959)

La socialdemocracia actual, no solamente ha caído desde hace tiempo en las posiciones del idealismo filosófico, y ha asumido la defensa del idealismo, sino que se esfuerza por encontrar apoyo, e incluso por fundirse con su forma más extrema, la religión [4]. Así por ejemplo, en los programas de la socialdemocracia alemana, austriaca, suiza, etc., se subraya que el «socialismo democrático» tiene sus raíces en la ética y la doctrina cristiana, que socialismo y religión, lejos de excluirse concuerdan perfectamente. Hablando en el congreso del Partido Socialdemócrata de Austria, en 1958, el autor del nuevo programa, B. Kautsky, señaló:

«Nosotros quisiéramos elaborar un programa, al que pudieran subscribirse enteramente tanto los marxistas como los no marxistas, tanto los ateos como los socialistas creyentes». (B. Kautsky; Sobre el nuevo programa del Partido Socialdemócrata de Austria, 1958)

Una tentativa análoga de reconciliar el cristianismo con el socialismo, la concepción idealista religiosa y la concepción materialista científica, también se observa en la entrevista concedida al corresponsal del periódico italiano «l’Unitá» por el socialista francés Guy Mollet y que fue publicada en este periódico el 22 de febrero pasado.

Estos son en líneas generales los puntos de vista ideológicos de la socialdemocracia actual. Lo que aquí conviene acentuar, es que los programas, como siempre, son más izquierdistas que sus actos. Si de palabra, los socialistas de derecha tratan de hacerse, pasar todavía por verdaderos socialistas a fin desengañar a los obreros, con sus actos se han transformado, desde hace tiempo, en fieles defensores del régimen capitalista. Tanto si están a la oposición, a la cabeza de los gobiernos burgueses, o sean simples miembros de éstos, los cabecillas de la socialdemocracia, con todos sus puntos de vista y sus actos, sirven a la salvaguardia y al fortalecimiento del régimen burgués. Toda la demagogia socialista de la socialdemocracia actual, ha sido desenmascarada por la propia experiencia. Los socialistas han estado, más de una vez, a la cabeza del gobierno burgués, como en Inglaterra, Francia y otros Estados.

Todavía hoy, están a la cabeza de los gobiernos de numerosos países capitalistas, o forman parte de éstos. Pero, ¿qué han hecho por los obreros, por el socialismo? Nada más que llevar a la práctica las recomendaciones de Léon Blum, según las cuales, los socialistas en el poder deben ser los «gestores leales de la sociedad capitalista».

Detengámonos, aunque sea brevemente, para analizar la actividad del Partido Socialista Francés y de su dirigente, Guy Mollet, que más de una vez ha formado parte del gobierno francés, que incluso lo ha presidido y que ahora los revisionistas lo presentan como un elemento de izquierda con quien entablan conversaciones cordiales. Los socialistas franceses, cuando estaban a la cabeza del gobierno, han lanzado sus perros contra los obreros huelguistas, incitaron la infame guerra de Indochina, emprendieron represiones policíacas contra los pueblos de las demás colonias, desarrollaron e intensificaron la guerra contra el pueblo argelino, aprobaron el pacto del Atlántico Norte y el rearme de Alemania Occidental. El gobierno de Guy Mollet subscribió el acuerdo sobre el «Mercado Común» y el «Euratom», fue uno de los organizadores de la agresión militar contra Egipto, la traición de Guy Mollet abrió el camino a la instauración del poder personal en Francia, etc. Hablando sobre la actividad del gobierno de Guy Mollet, el propio semanario laborista «Tribune» escribía a comienzos del año 1957 que: «Mollet es una vergüenza tanto para Francia como para el socialismo».

Tal es la verdadera catadura traidora de la socialdemocracia actual. No en vano numerosos representantes de la burguesía han acentuado el gran papel de los partidos socialdemócratas en la represión del movimiento revolucionario de los trabajadores y en defensa del orden capitalista, y los han cubierto de elogios. Así por ejemplo, T. Junilla, director de un banco capitalista en Finlandia, declaraba:

«En la lucha por ganarse la conciencia de los obreros de la industria, sólo los socialdemócratas pueden servir como una poderosa fuerza, que pueda hacer frente a los comunistas. Si la socialdemocracia pierde esta batalla, esto podría ser, irremediablemente, el fin de la democracia en Finlandia. He aquí porque yo, siendo un conservador burgués, me veo obligado a decir que tenemos necesidad de un partido socialdemócrata unido, militante y que respalde resueltamente la democracia nórdica». (Declaración de T. Junilla)

Del mismo modo, el periódico burgués inglés «Financial Times», del 28 de junio de 1963, señalaba que:

«Los industriales van perdiendo el miedo a los laboristas, e incluso algunos de ellos son de la opinión de que el gobierno laborista abrirá mayores perspectivas de desarrollo que los tories». (Financial Times; 28 de junio de 1963)

Precisamente porque los socialdemócratas son agentes de la burguesía en el movimiento obrero, para los marxistas-leninistas ha estado siempre claro que, sin una lucha resuelta por el desenmascaramiento y la derrota ideológica y política de la socialdemocracia, la clase obrera no podrá desarrollar con éxito su lucha y lograr la victoria.

«El hecho es que los «partidos obreros burgueses», como fenómeno político ya han sido constituidos en todos los países capitalistas avanzados y que, sin una lucha enérgica y despiadada, en toda la línea, contra estos partidos –o, lo que es lo mismo, contra esos grupos, contra esas tendencias, etc.– no puede ni hablarse de lucha contra el imperialismo, ni de marxismo, ni de movimiento obrero socialista». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El imperialismo y la escisión del socialismo, 1916)

También Iósif Stalin, como revolucionario y marxista consecuente, señalaba:

«La actual ideología socialdemócrata es el puntal ideológico del capitalismo. Lenin tenía mil veces razón al decir que los actuales políticos socialdemócratas son «verdaderos agentes de la burguesía en el seno del movimiento obrero, lugartenientes obreros de la clase de los capitalistas» y que, en «la guerra civil entre el proletariado y la burguesía», se colocarán inevitablemente «al lado de los «versalleses» contra los «comuneros». No se puede acabar con el capitalismo sin acabar con la ideología socialdemócrata en él movimiento obrero. Por eso, la era de la agonía del capitalismo es, al mismo tiempo, la era de la agonía de la ideología socialdemócrata en el movimiento obrero». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; El carácter internacional de la revolución de octubre, 1927)

Asimismo, en la Declaración de Moscú de 1960, se subraya que:

«Los cabecillas socialdemócratas de derecha han pasado abiertamente a las posiciones del imperialismo, que defienden el sistema capitalista, dividen a la clase obrera y son enemigos del comunismo». (Declaración de los partidos comunistas en la Conferencia de Moscú; 1960)

Se exige a los comunistas continuar la lucha para desenmascararlos.

Pero los revisionistas modernos con el grupo de Jruschov a la cabeza, como renegados y enemigos del marxismo, obran totalmente en contra de las enseñanzas de Lenin y de Stalin y de las directrices de la Declaración de Moscú, siguen el camino de la unidad y de la fusión con los cabecillas socialdemócratas de derecha. Y esto no es casual. La socialdemocracia actual y los revisionistas modernos tienen muchas cosas en común, avanzan en una misma dirección y hacia un mismo fin contrarrevolucionario.

Anotaciones de «Bitácora (M-L)»

[1] Lo que aquí se llama, controlar los «desfases del capitalismo» y promover en cambio el «capitalismo controlado», sería una táctica adoptada no sólo por la socialdemocracia, sino también por todo tipo de revisionismos para implantar la «economía mixta» o dicho de otro modo: la existencia de la propiedad privada «ad infinitum» y por tanto la no eliminación de la explotación del hombre por el hombre. Esta una teoría económica utilizada siempre por los distintos revisionismos ya fuera el revisionismo yugoslavo, chino, eurocomunista, etc.:

«Para realizar una sociedad socialista –declaran los revisionistas italianos– no es necesaria una estatización integral de los medios de producción. Junto a un sector público actuará la iniciativa privada. Particular función desempeñarán la propiedad campesina libremente asociada; la artesanía; la pequeña y media industria; la iniciativa privada en el campo de las actividades terciarias. En esta concepción del proceso de transformación de la sociedad en sentido socialista, debe existir una articulación del sistema económico que asegure una integración entre la programación y el mercado, entre la iniciativa pública y privada». (La política y organización de los comunistas italianos; tesis y estatutos aprobados en el XVº Congreso del Partido Comunista de Italia, 1979)

Veamos otro ejemplo con el revisionismo chino:

«Mao Zedong era partidario de un desarrollo libre del capitalismo en China en el período del Estado de tipo de «nueva democracia», que es como denominaba al régimen que se establecería después de la retirada de los japoneses: «Hay quienes sospechan que los comunistas chinos nos oponemos al desarrollo de la iniciativa individual, al desarrollo del capital privado y a la protección de la propiedad privada; pero están equivocados. Son la opresión extranjera y la feudal las que obstaculizan sin piedad el desarrollo de la iniciativa individual del pueblo chino, obstruyen el desarrollo del capital privado y destruyen la propiedad de las amplias masas populares. La misión del sistema de nueva democracia, que preconizamos, consiste precisamente en eliminar esos obstáculos y detener esa destrucción, garantizar a las amplias masas populares la posibilidad de desarrollar libremente su iniciativa individual dentro de los marcos de la vida en la sociedad, garantizar el libre desarrollo de una economía privada capitalista». (Mao Zedong; Sobre el gobierno de coalición, 1945) De esta manera Mao Zedong hace suyo el concepto antimarxista de Kautsky, según el cual en los países atrasados no puede realizarse la transición al socialismo sin pasar por un largo período de libre desarrollo del capitalismo que prepare las condiciones para una transición posterior al socialismo. De hecho, el denominado régimen socialista que Mao Zedong y su grupo instauraron en China, era y continuó siendo un régimen democrático-burgués». (Enver Hoxha; Eurocomunismo es anticomunismo, 1980)

[2] Enver Hoxha, tiene el conocimiento básico para saber diferenciar entre la expropiación y nacionalización total de los medios de producción bajo el liderazgo de un partido marxista-leninista, que implanta la dictadura del proletariado e inicia una campaña para que el obrero pueda aprender a manejar y participar en la empresa, y poniéndola en funcionamiento en consonancia con los intereses de la sociedad socialista bajo el conocimiento y puesta en práctica de las leyes económicas del socialismo. Diferenciar de las nacionalizaciones parciales que puede realizar el partido burgués de turno a fin de alcanzar una rentabilidad que le permita manejar más y mejores beneficios, y que no altera en absoluto la dictadura de la burguesía ni el papel del obrero en la empresa, ni mucho menos las relaciones de producción capitalistas que rigen en la empresa:

En cuanto al llamado «sector público», cuya existencia la prevé el «socialismo eurocomunista», nos encontramos ante una simple especulación en materia de terminología, ante un trivial intento de hacer pasar por sector socialista de la economía, el sector del capitalismo de Estado, que actualmente en una u otra medida existe en todos los países burgueses.

«El sector del capitalismo de Estado, o el «sector público», como lo llama la burguesía, es sabido cómo y por qué ha sido creado». (Enver Hoxha; Eurocomunismo es anticomunismo, 1980)

Aquí, se hace un inciso, para explicar, como adelantábamos, que estas políticas se habían incrementado tras la Segunda Guerra Mundial, de algún modo, como medio de engañar al simpatizante del comunismo, y a la clase obrera en general, y emular un cierto control en la economía como los países socialistas hacían:

«El capitalismo de Estado en los países industrializados de Europa ha existido ya con anterioridad, pero fue a partir de la Segunda Guerra Mundial cuando empezó a tomar un notable desarrollo. Su creación fue resultado de algunos factores. En Italia por ejemplo, fue instaurado por la burguesía como resultado de la agudización de la lucha de clases y de la gran presión de las masas trabajadoras que exigían la expropiación del gran capital, en especial del capital ligado con el fascismo y que era el responsable de la catástrofe que sufrió el país. Para evitar una radicalización ulterior de la lucha de las masas trabajadoras y los estallidos revolucionarios, la debilitada burguesía italiana procedió a estatizar algunas grandes industrias, estatización que satisfacía las exigencias mínimas de los partidos comunistas y socialistas, que salían fortalecidos de la guerra. En Inglaterra, la creación del «sector público», como el ferroviario o el del carbón, fue resultado del abandono por parte del gran capital de algunas ramas atrasadas y no rentables. Estas se las traspasó al Estado para que las subvencionara con los ingresos de su presupuesto, con las sumas aportadas por los contribuyentes, mientras que sus propios capitales los destinó a los sectores de las nuevas industrias dotadas de alta tecnología, donde se obtenían superganancias más jugosas y con mayor rapidez. Estatizaciones de este tipo se han hecho y siguen realizándose por una u otra razón en otros países, pero no han modificado ni jamás podrán modificar la naturaleza capitalista del sistema vigente, no podrán eliminar la explotación capitalista, el desempleo, la pobreza, la falta de libertades y de derechos democráticos. El capitalismo de Estado, tal como ya lo ha probado una larguísima experiencia, es mantenido e impulsado por la burguesía, no para crear las bases de la sociedad socialista, contrariamente a lo que sostienen los revisionistas, sino para reforzar las bases de la sociedad capitalista, de su Estado burgués, para explotar y oprimir aún más a los trabajadores. Quienes dirigen el «sector público» no son los representantes de los obreros, sino gente del gran capital, son los que manejan los hilos de toda la economía y del Estado. La posición social del obrero en las empresas del «sector público» no se diferencia en nada de la que tiene en el sector privado; su posición respecto a los medios de producción, a la gestión económica de la empresa, a la política inversionista, salarial, etc., es la misma. En estas empresas es el Estado burgués, es decir, la burguesía, quien se apropia de las ganancias. Únicamente los revisionistas pueden encontrar diferencias entre el carácter «socialista» de las empresas del IRI y el carácter «burgués» de la FIAT, entre los obreros «libres de la Renault y los «oprimidos» de la Citroën». (Enver Hoxha; Eurocomunismo es anticomunismo, 1980)

[3] La negación de la socialdemocracia sobre la capacidad del marxismo para arreglar los problemas candentes de hoy, que como hemos visto es la retahíla típica de la socialdemocracia a la hora de excusarse cuando reniegan del marxismo, pero no es la única rama antimarxista que proclama dicha idea, el titoismo, por ejemplo, también veía oportuno dejar caer esa reflexión:

«Los diversos revisionistas dicen que el marxismo-leninismo «está anticuado», que no está en condiciones de resolver los problemas que plantea la sociedad desarrollada de hoy, que no puede acomodarse a la civilización actual. Según ellos, la sociedad actual ha absorbido del marxismo-leninismo todo lo que podía absorber y éste ha entrado en la fila de las viejas filosofías como el kantismo, el positivismo, el racionalismo bergsoniano y demás filosofías idealistas. El ultrarevisionista yugoslavo Milovan Đilas declara sin ambages que el marxismo-leninismo, una filosofía elaborada en el siglo XIX, ya no puede tener ningún valor desde el momento en que la ciencia actual está mucho más avanzada que la ciencia y la filosofía del siglo pasado». (Enver Hoxha; Eurocomunismo es anticomunismo, 1980)

Las teorizaciones de los opositores al marxismo-leninismo sobre los «cambios producidos en el seno de las sociedades actuales» por influjo de los avances científicos, son el puro reflejo y persiguen el mismo objetivo que el discurso oficial de la burguesía a escala mundial cuando ésta pretende edulcorar la lucha de clases a los niveles más ínfimos:

«La reacción mundial hace una bulliciosa propaganda pretendiendo que «no es en absoluto conservadora, sino progresista». Según ella, el capitalismo ya no es el que fue, ha cambiado, se ha hecho progresista, más liberal, más humano, ya no es el opresor y el vampiro de los pueblos ni enemigo del progreso, ya no es instigador de la guerra, ha dejado de ser asesino y de especular con el sudor y el trabajo de los hombres. Según ellos «los tiempos han cambiado, han cambiado también los hombres, el capitalismo ha desarrollado las fuerzas productivas, ha dado a los hombres mucha libertad, muchos derechos, incluso sobre las mismas empresas capitalistas; ha cambiado la estructura de clase, han disminuido los antagonismos de clase e incluso se están extinguiendo, la misma lucha de clases se está extinguiendo y ya no es la fuerza motriz de la historia. Nuevos factores han aparecido en el escenario social, tales como la revolución técnico-científica, etc. En otros términos, para ellos «la teoría de Marx y de Lenin ha envejecido, ha perdido su valor y no sólo esto, sino que como tal es una teoría que frena el progreso, el desarrollo y la elevación del bienestar, se ha transformado en una concepción teórica conservadora, anacrónica». Así pues, según ellos, «todos los que permanecen fieles a la teoría de Marx y de Lenin son conservadores». Según ellos, hay «comunistas conservadores dogmáticos», entre los cuales nos encontramos también nosotros que nos mantenemos fieles a la teoría del marxismo-leninismo y luchamos por su triunfo. Hay también «comunistas liberales de rostro humano», que son los traidores al marxismo- leninismo, de todo color y calaña, acaudillados por los revisionistas soviéticos, los titoistas, etc». (Enver Hoxha; Como se debe comprender y combatir el cerco imperialista-revisionista de nuestro país y el efecto de su presión sobre nosotros, 1973)

[4] Como todo el mundo sabe, esta tendencia de la socialdemocracia de tolerancia hacia la religión, e incluso de vender la fusión entre religión y marxismo-leninismo, entre materialismo marxista e idealismo religioso, es una tendencia que recogieron los distintos revisionismos como el cubano, coreano, etc. Hoy en día, las nuevas corrientes antimarxistas no ocultan declararse herederos de estas desviaciones, por eso los ideólogos y dirigentes del llamado «socialismo del siglo XXI» mantienen bien en alto la bandera de que por ejemplo «no hay contradicción entre ser marxista y cristiano» o «tomar el mundo desde la condición científica como hace el comunismo y aceptar el punto de vista idealista de la religión». Esto es lo que ha promovían los revisionistas italianos por ejemplo, los que a posteriori formaron el llamado eurocomunismo. Estos revisionistas no exigían lealtad ideológica a sus militantes, a una doctrina clara, no veían contradicción tampoco en que su partido anidaran militantes con concepciones religiosas:

«En las tesis del XVº Congreso del Partido Comunista Italiano de marzo-abril de 1979 se apunta que ahora se habría construido el «partido nuevo». ¿En qué consiste este «partido nuevo»?: «El Partido Comunista Italiano –se señala en sus estatutos– organiza a los obreros, los trabajadores, los intelectuales, los ciudadanos que luchan, en el marco de la constitución republicana, por el reforzamiento y desarrollo del régimen democrático antifascista, por la renovación socialista de la sociedad, por la independencia de los pueblos, por la distensión y la paz, por la cooperación de todas las naciones. En el Partido Comunista Italiano, –se dice más adelante– pueden ingresar los ciudadanos que han cumplido la edad de 18 años y que independientemente de la raza, de las convicciones filosóficas y del credo religioso, acepten su programa político y se entreguen a la acción para realizarlo militando en una organización del partidos». (La política y organización de los comunistas italianos; tesis y estatutos aprobados en el XVº Congreso del Partido Comunista de Italia, 1979) Hemos citado este extenso artículo de los estatutos del partido revisionista italiano, que son casi idénticos a los de los partidos revisionistas francés y español para que se vea hasta qué punto los revisionistas eurocomunistas se han alejado de los conceptos del partido leninista y se han aproximado a los modelos de los partidos socialistas y socialdemócratas. Al hablar de «partido nuevo», los revisionistas eurocomunistas tratan de diferenciarse del partido de tipo leninista, pero de hecho su partido, al que califican de nuevo, no es sino un «partido viejo» del tipo de los de la II Internacional, a los que Lenin combatió». (Enver Hoxha; Eurocomunismo es anticomunismo, 1980)

Por lo tanto, a este programa, como tantos otros que están en activo, no le importa la ideología de sus militantes, e incluso si éste tiene concepciones realmente retrógradas como las religiosas; a estos partidos sólo les importa el acatamiento del programa que la dirección del partido ha hecho y que quiere que el militante siga a ciegas».(Enver Hoxha; Los revisionistas modernos en el camino de la degeneración socialdemócrata y su fusión con la socialdemocracia, 1964)

Este fue hombre de los americanos

«Erdogan afirma que el avión ruso entró en el espacio aéreo de Turquía durante unos segundos, olvidando que sus propios aviones violan el espacio aéreo iraquí y sirio todos los días», denuncia Maliki y añade:

 

«Los aviones de combate turcos en los últimos meses han llevado a cabo una serie de ataques mortales contra los rebeldes del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) en sus bases en el norte de Irak. El doble rasero de Erdogan y sus políticas agresivas amenazan con una nueva guerra mundial»

El país que más «crece» en Europa no tiene un céntimo

Agencias.- Hacienda ha señalado como jugadores ilegales y defraudadores a un grupo de jubilados del barrio de Lorca. Cada jueves desde hace 10 años se reúnen en la asociación del Barrio de La Viña para jugar al bingo. Los beneficios de este juego van destinados a organizar dos comidas al año, una de Navidad y otra antes del verano, para los jubilados del barrio.

La Viña fue el más devastado por el terremoto de Lorca, lo que no les permitió desarrollar esta actividad durante un tiempo. Una vez reconstruído no tienen intención de abandornarlo, aunque después de la visita de los hombres de Montoro, tendrán que hacerlo a puerta cerrada.

«Si tenemos que pagar una multa nos quedaremos sin comer el arroz y pavo y el turrón de la comida de Navidad que ya teníamos contratado». Y relató cómo sucedieron los hechos: «Como cada jueves, estábamos jugando a la lotería. Se asomaron dos señores y preguntaron por el encargado. Salí fuera al saloncito que tenemos y se sentaron en una mesa y levantaron acta de lo que allí estaba sucediendo».

Sobre los permisos, «le dije que no lo tenía por escrito, pero que verbalmente sí, ya que el Ayuntamiento sabía que jugamos a la lotería familiar, porque un día vino el alcalde y varias concejales a vernos justo cuando estábamos jugando», añadió. La defensa de que los cartones solo cuestan diez céntimos y que los premios no superan los tres euros no sirvieron de excusa. «Ni siquiera cuando les dije que no había ganancias, que iban a una comida para todos los que jugamos».

A pesar de ello, los abuelos de La Viña dicen que van a seguir jugando. «Con cierto respeto, pero no nos van a quitar la poquita ilusión que nos queda, aunque a partir de ahora la puerta no estará abierta de par en par, sino entreabierta, para evitar que entre según qué gente», indica Juan Jiménez.

Agencias

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Los revisionistas modernos en el camino de la degeneración socialdemócrata y su fusión con la socialdemocracia; Enver Hoxha, 1964

«Los revisionistas modernos quieren justificar su acercamiento y su unión con los socialdemócratas, bajo el pretexto de que, en el seno de los partidos socialdemócratas, particularmente en los últimos tiempos, se habrían manifestado «tendencias positivas», de que estos partidos se habrían pronunciado por la paz, la coexistencia pacífica, el desarme, habrían modificado en un sentido positivo sus posiciones hacía la Unión Soviética, se habrían expresado en favor de un acercamiento con los comunistas, habrían manifestado una cierta disposición para satisfacer las demandas de la clase obrera, para la salvaguardia y consolidación de las instituciones democráticas y habrían declarado que están por la transformación socialista de la sociedad, etc. Y así los revisionistas, para justificar su camino de acercamiento con los cabecillas socialdemócratas de derecha hacen todo lo posible por crear en la gente la ilusión de que, ¡no es el tren de los revisionistas que avanza rápidamente hacia la estación socialdemócrata, sino que es ésta la que se acerca al tren revisionista!

Esta táctica no es nueva en los revisionistas. Precisamente, una maniobra de este tipo ha sido empleada por el grupo traidor de Jruschov y sus seguidores para justificar el acercamiento y su total unión con la camarilla titoista, declarando que los dirigentes yugoslavos habrían corregido muchos de sus errores y habrían adoptado las posiciones «marxista-leninistas». Y para justificar su traidora línea de conciliación y acercamiento con el imperialismo, particularmente con el imperialismo estadounidense, han propagado y propagan ilusiones como que los cabecillas del imperialismo han sentado la cabeza y se han vuelto «realistas», «pacíficos», «razonables» etc.

Pero los hechos demuestran que la camarilla titoista y el imperialismo no han cambiado ni de naturaleza ni de actitud, y menos aún los actuales cabecillas socialdemócratas. Si se puede hablar de algún cambio en los puntos de vista y actitudes de los cabecillas socialdemócratas el único cambio que se observa es su inclinación cada vez más acentuada hacia la derecha». (Enver Hoxha; Los revisionistas modernos en el camino de la degeneración socialdemócrata y su fusión con la socialdemocracia, 1964)

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