¿Se puede repetir la barbarie?

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La primera bomba fue arrojada por Estados Unidos sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945 y la destrucción en Nagasaki fue similar tres días después. Cientos de miles de personas fallecieron, algunas en el instante y otras en los años siguientes

Sergio Alejandro Gómez
internet@granma.cu

Las cenizas de 70 000 víctimas no identificadas reposan en un monte del Monumento a la Paz de Hiroshima. Al centro, en medio del agua, dos bloques gigantes representan las manos abiertas de los quemados por la radiación nuclear pidiendo ayuda. La sed intensa de quienes sobrevivieron a la explosión los llevó a arrojarse a los ríos y morir.

La primera bomba fue arrojada por Estados Unidos sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945 y la destrucción en Nagasaki fue similar tres días después. Cientos de miles de personas fallecieron, algunas en el instante y otras en los años siguientes. El presidente Harry S. Truman justificó la orden afirmando que más vidas se hubieran perdido en una invasión terrestre.

El poder desatado sobre las ciudades japonesas cambió el mundo para siempre. La humanidad está desde entonces a un botón de distancia de su propia extinción.

«Que jamás vuelva a ocurrir semejante barbarie», escribió el líder histórico de la Revolución, Fidel Castro, durante una visita en el año 2002 al museo erigido en Hiroshima para mostrar el alcance de la destrucción nuclear.

Pero a unos cientos de kilómetros de Japón, en la península coreana, las tensiones de un conflicto heredado de la época de la Segunda Guerra Mundial le muestran a la humanidad cuán cerca sigue del borde del abismo.

El conflicto entre el norte y el sur de Corea se remonta a la división del país que promovieron los aliados después de 1945. China y la Unión Soviética apoyaron al norte cuando estalló la guerra en 1950 y Washington al sur, en el que se considera el primer capítulo bélico de la Guerra Fría.

El armisticio firmado en 1953 puso fin a los combates, pero en teoría aún los dos países se encuentran en guerra.

La República Popular Democrática de Corea (RPDC) considera que poseer armas nucleares y la capacidad de golpear a un posible agresor en su propio territorio son condiciones claves para garantizar la defensa del país.

En cualquier caso, las primeras ojivas nucleares llegaron a la península de mano de Estados Unidos y sus aliados del sur. Pyongyang desarrolló y probó sus propias armas mucho tiempo después, en el año 2006, subiendo el tono de la confrontación.

Durante los últimos meses, la RPDC ha hecho pruebas de misiles balísticos que podrían llegar al territorio estadounidense, lo que ha generado nuevas tensiones. Washington asegura que maneja «todas las opciones» para enfrentar «la amenaza de Corea del Norte».

Las sanciones económicas, como las que aplicó esta semana el Consejo de Seguridad de la ONU a propuesta de Estados Unidos, han logrado poco. La vía diplomática tampoco promete mucho. Incluso el acuerdo nuclear con Irán,
alcanzado tras largos meses de negociación, pende de un hilo con la administración de Donald Trump.

Cientos de miles de sudcoreanos han salido a las calles a exigir a su propio gobierno y a Washington que pongan fin a la escalada. Ese sentimiento se manifestó también en las urnas con la elección como presidente de Moon Jae-in, mucho más propenso al diálogo con el norte.

Los coreanos saben que la decisión se tomaría desde un buró a miles de kilómetros de distancia, pero la nube en forma de hongos se levantaría sobre sus cabezas.

Los países vecinos como China, que también es una potencia nuclear y resultaría afectada por un posible ataque, llaman a las partes a la cordura. En la región vive más de la mitad de la población mundial y un conflicto, incluso sin el uso de armamento nuclear, tendría un costo humano incalculable.

Hoy, las ojivas son cientos de veces más poderosas que las utilizadas en agosto de 1945. El uso de un puñado de ellas, alertan los científicos, podría ser suficiente para desatar un invierno nuclear que transformaría el clima del planeta, causando hambrunas y muertes.

En el monumento a las víctimas en Hiroshima, escrito en piedra, se puede leer: «descansen en paz, no volveremos a cometer el mismo error». ¿Habrán sacado la misma conclusión quienes se consideran «vencedores» en aquella guerra?

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