Juana Carrasco Martín.— Son escenarios inventados por la inteligencia de Estados Unidos y sus aliados, pero a los ojos de lectores nada avispados parecen los planes de Vladimir Putin para «invadir» Ucrania y, como decía un analista, tienen la misma procedencia que le presentó al mundo «las armas de destrucción masiva de Irak» y la «colusión Trump-Rusia».
Peligrosos juegos de guerra mostrados en mapas y videos donde Moscú vuelve a ser el terrible enemigo comunista, en los que se basa la estrategia de la administración Biden de dividir al mundo en dos mitades totalmente antagónicas, negando toda posibilidad de convivencia pacífica.
Diarios y canales de televisión se convirtieron en reality shows con esa ficción anunciadora del apocalipsis, y fue denunciado por las autoridades del Kremlin; sin embargo, el pretexto es suficiente para poner en movimiento las industrias bélicas como motor económico frente a la crisis global y la pérdida paulatina pero constante del liderazgo estadounidense ante China, y buscar un consenso nacional a favor de la posición beligerante.
No todos están convencidos de los «beneficios» de aumentar constantemente las tensiones, de manera que menos de uno de cada seis estadounidenses quiere el despliegue de soldados de su país para defender Ucrania en el supuesto de la invasión.
Ese fue el resultado de una encuesta de Convention of States Action (COSA) y el Grupo Trafalgar publicada el viernes reciente, justo cuando se iniciaban conversaciones de alto nivel en Ginebra entre Serguéi Lavrov y Antony Blinken, que encontró que solo el 15,3 por ciento de los posibles votantes de las elecciones generales creían que Estados Unidos debería proporcionar «botas en el terreno», e incluso solo el 32,5 por ciento apoyaba proporcionar suministros militares.
Pero el cerco se va completando y en medio de las tensiones y el aumento de los juegos de guerra, el sábado se conocía que el portaviones nuclear USS Harry S. Truman y su grupo de tarea se unen en esta semana que comienza a los 12 días de maniobras bélicas de la OTAN Neptune Strike ‘22 en el Mar Mediterráneo, para demostrar «la capacidad de la OTAN para integrar las capacidades de ataque marítimo de alta gama de un grupo de portaviones para apoyar la disuasión y la defensa de la alianza», según dijo el portavoz del Pentágono John Kirby, aunque negó enfáticamente que tuviera algo que ver con el tema Ucrania —que por cierto, no es miembro de la OTAN.
El Neptune Strike es uno de los ejercicios militares a ojos vista y el USS Harry S. Truman estará muy ocupado en ellos, pues también tomará parte en el mayor ejercicio de la OTAN dentro del Círculo Polar Ártico, Cold Response, que está previsto para principios de marzo, en el cual participarán 35 000 soldados de 28 naciones.
Pudiera decirse que esto es lo habitual en el quehacer del Departamento de Defensa estadounidense, mostrando por doquier su fuerza, lo cual no deja de ser cierto, pero también en estos momentos cruciales se esmera en el alarde de musculatura militar.
No se queda ahí la situación. El bloque militar anunció este lunes que está desplegando barcos y aviones de combate adicionales en Europa del este, «reforzando la disuasión y la defensa aliadas», aunque no precisó dónde, y también dejó claro que Estados Unidos considera aumentar su presencia uniformada en Europa.
En las recientes menciones de despliegue están la fragata danesa enviada al Mar Báltico y cuatro aviones de combate a Lituania; España ha enviado barcos para unirse a las fuerzas navales de la OTAN y aviones de combate a Bulgaria, donde también ha desplegado dos aviones de combate Países Bajos que, además, tiene divisiones terrestres en espera para la Fuerza de Respuesta de la OTAN, y Francia dirige tropas a Rumanía, un despliegue bienvenido por el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg.
Mientras las noticias falsas sobre los planes rusos proliferan, el ejército de la nación euroasiática afirma que el Pentágono podría estar ayudando a Kiev a organizar una operación de bandera falsa que justificaría una operación militar en el este de Ucrania.
Vale preguntarse cuál es el propósito de Estados Unidos de un enroque que ha acelerado para transferir a Kiev y mantenerlos por tanto en Ucrania, cinco helicópteros de transporte rusos Mi-17 —que originalmente el Pentágono compró para el escenario afgano antes de los talibanes— y quién sabe cuál será su misión en las actuales circunstancias. ¿Posibles banderas falsas?
Entretanto, duró bien poco la reunión en Ginebra, apenas hora y media y con escasos avances en el campo de la diplomacia, donde la humanidad pone esperanzas, a pesar de que las discusiones fueron «francas y sustantivas» para comprender las preocupaciones del otro, según Blinken.
En las preocupaciones del otro, es decir de Rusia, están dos proyectos que le han presentado a la Casa Blanca y a la OTAN: uno garantizaría por escrito que el bloque atlantista no se expandirá hacia sus fronteras, como empuja en estos momentos, y el segundo pide el rechazo de la solicitud de membresía de Ucrania.
Mas en Occidente solo se habla de sanciones y una «respuesta rápida, severa y unida» a Moscú.
Blinken fue tajante en la defensa del Gobierno de Kiev establecido tras un golpe de Estado apoyado y propiciado totalmente por Washington en 2014: «le dejé claro al ministro Lavrov que hay ciertos principios que Estados Unidos, nuestros socios y aliados, están comprometidos a defender. Eso incluye aquellos que impedirían el derecho soberano del pueblo ucraniano a escribir su propio futuro. No hay espacio allí de negociación». La trama se enrarece…
Sin embargo, The Wall Street Journal publicaba que Alemania impide que Estonia, aliado de la Organización del Tratado del Atlántico Norte y situado en la frontera norte de Rusia, brinde apoyo militar a Ucrania al negarse a emitir permisos para que las armas de origen alemán se exporten a Kiev mientras se prepara para la «posible invasión rusa».
Parece que hay una probable grieta en el espejo donde Estados Unidos, Gran Bretaña, Polonia y otros aliados, abierta y directamente apuestan a la confrontación, por lo que no es tan compacta la alianza, ni parece haber una respuesta común frente a Rusia.
No solo Berlín parece ser reticente a una respuesta militar en el caso ucraniano. Francia propuso que la Unión Europea formule una política separada, y en algunos análisis se enfatizaba que los principales afectados —es decir Europa—, no eran tomados en cuenta y estaban ausentes de las discusiones Washington-Moscú.
Europa tiene otros intereses, no son militares, y sí de supervivencia, pues uno de ellos es la conclusión y puesta en marcha de la fabulosa obra del Nord Stream 2, un ducto de gas natural construido desde Rusia que, por supuesto, refuerza militarmente sus fronteras europeas, y que suministrará el combustible a buena parte del viejo continente.
Según The Wall Street Journal el canciller alemán, Olaf Scholz, ha dicho que habrá un alto costo para Rusia si agrede militarmente a Ucrania, pero no se ha comprometido firmemente a detener el oleoducto.
Mientras tanto, la Federación Rusa no duerme y refuerza militarmente sus fronteras europeas, como es lógico suponer, no para iniciar una invasión, sino para impedir que alguien se pase de la raya y quiera convertir en hechos reales la ficción que ahora imprime en falsos mapas y videos de juegos de guerra.
Sin alarmismos, tampoco podemos mirar hacia otro lado, cuando es evidente que la calificación que ha hecho del planeta en que vivimos el secretario general de la ONU, António Guterres, es tristemente real, el mundo actual es «mucho más caótico, mucho menos predecible» que durante la Guerra Fría entre la antigua Unión Soviética y Estados Unidos.