Los villanos veraces

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En la pelea de gallos última entre Pablo Casado, presidente del PP, e Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad madrileña, se demuestra que, para acercarse un mínimo a la verdad de las cosas, hay que detenerse y fijarse en los testimonios de los villanos, de los «malos» de esta película.

Cuando se trata de las élites, el procedimiento jurídico administrativo español se vuelve exquisitamente formalista para eludir los quids de la cuestión, los meollos, los busilis. Un
hermano de Ayuso es acusado de llevarse una cuantiosa «mordida» por una adjudicación hecha por la presidenta a un amigo de ambos hermanos para la venta de unas mascarillas en plena pandemia. Se dice que el chanchullo es «legal», pero no se dice nada sobre qué hay de cierto acerca de la desorbitante comisión cobrada.

Los fontaneros del aparato político del PP, al servicio de Casado, contratan a unos detectives para que investiguen esa comisión descubriendo el chollo del hermanísimo de su hermana Ayuso. Una Ayuso que finge escandalizarse por haber sido «espiada» por su propio partido, esto es, por la forma seguida para revelar sus maniobras fraudulentas obviando el fondo de la cuestión, esto es, dilucidar la verdad, responder a si es verdad o no lo que dicen los villanos.

Ya sabemos que detrás están las ambiciones políticas de estos personajillos y otros intereses, pero ahora se trata de una corruptela destapada entre ellos mismos. De zancadillas entre correligionarios que ahora se tiran a degüello.

Es como cuando Amedo, gran villano de los GAL, empezó a soltar verdades cuando un (bi)ministro, Belloch, le cortó el grifo de la guita de la guerra sucia a los esbirros. Sólo un rencoroso Amedo decía la verdad, al menos parte de ella, mientras mentían quienes hasta un minuto antes le pagaban la soldada.

Lo mismo pasa cuando un Bárcenas, que se siente traicionado por los suyos, empieza a «largar» verdades sobre las corrupciones del «caso Gurtel». aunque pronto calló.

O, para acabar, las verdades del comisario Villarejo, otro villano, que sólo cuando se ve apurado, empieza a «recordar» episodios de las cloacas del Estado. En los comienzos de la «transición» también se dieron casos de villanos que contaban «la verdad».

La conclusión que sacamos de tanta molicie y putrefacción es que, en este sistema podrido y purulento, donde hay que andar con una pinza en la nariz (y una mascarilla en la boca), sólo se puede hacer caso a los villanos. Los politiqueros, los jueces, policías, falsimedia, mienten.

Fuente: mpr21.info

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