José Antonio Fulgueiras.— Hasta el complejo escultórico que guarda sus restos mortales aquí en Santa Clara, el pueblo acude a rendirle homenaje al comandante guerrillero a nueve décadas y media de su nacimiento en Rosario, Argentina, pues es querido y admirado como si hubiese crecido en la isla.
Más de cinco millones y medio de personas de Cuba y de todo el mundo han visitado este sitio, inaugurado el 28 de diciembre de 1988, pero que alcanzó su mayor celebridad el 17 de octubre de 1997 cuando, dentro de un memorial, comenzaron a alinearse los nichos con los restos del Che y sus compañeros de la guerrilla en Bolivia.
El líder histórico de la Revolución, Fidel Castro, definió la llegada de los héroes como un destacamento de refuerzo, mientras el escritor Enrique Núñez Rodríguez declamaba en un poema:
“Porque no soy un santo /ni estoy muerto /llévenme resultados /surcos de fuego/, cañas cortadas, /fábricas que se abren, /aulas colmadas, /trabajos voluntarios, /semillas que germinan /sonrisas y alboradas, /poemas y canciones /y patrias liberadas”.
El entorno del mausoleo se muestra sobrio y radiante a la vez, en una interpretación del arte y la naturaleza, de lo que fue en vida y gloria el Comandante de la boina y de la estrella rebelde.
GRANDE Y VOLCÁNICO
El Che Guevara, aunque nunca se lo propuso y lo evitó a toda costa, lució grande y volcánico sobre todo lo que le rodeaba. Nadie sabe aún definir bien la razón de su encanto. Tal vez la mejor definición la dio Fidel Castro, cuando lo calificó de gigante moral.
Sus compañeros de guerrilla que aún viven lo recuerdan por el caminar jadeante e indetenible por los vericuetos de la Sierra Maestra, ora cargando fusil y mochila, ora extrayéndole una muela a un campesino, ora exhibiendo destreza en la invasión de Oriente a Las Villas (1958).
Cuando fueron a construir este monumento a la solidaridad, el escultor principal, José Delarra, pidió erguirlo en la loma del Capiro a la vera de la ciudad, pero la idea se desechó pues podía dar lugar a una interpretación ajena a la sencillez de uno de los hombres más llanos y austeros que recuerde la historia.
Quizás la frase más profética en los momentos que se iniciaban las construcciones la expresó el Comandante de la Revolución Juan Almeida: “No se preocupen del tamaño que la hagan; la escultura del Che va a ser la escultura del universo”.
Y así lo ha sido.
En entrevista con el escultor José Delarra (1938-2003) recordaba: “Aleida (March) me dio la camisa, el pantalón, el zambrán y la funda de la pistola. En Tropas Especiales hallamos un muchacho de cuerpo y estatura similar, y le pusimos la ropa.
“Cuando hice la figura, estuvieron en el estudio la mayor parte de los miembros de la Columna Ocho; los últimos, el comandante de la Revolución Ramiro Valdés y Harry Villegas, sobreviviente de las guerrillas del Congo y Bolivia, y Aleida March, quien fuera su esposa y compañera de lucha». “Todo lo hice bajo un rigor investigativo absoluto. La posición de la estatua del Che no obedece a una sola fotografía sino a muchas. Por ejemplo, tiene el brazo enyesado, pero no está metido dentro del cabestrillo. Eso demuestra el carácter del Che que, aun teniendo el cabestrillo, no lo usaba”, dijo.
“El monumento al Che posee una forma geométrica, con un gran relieve rectangular de seis por 18 metros. Se observa la concepción áurea de la composición que inventaron los griegos”, agregó.
Según Delarra, la base es un cubo rectángulo de tres por 10 metros. Y el otro rectángulo -donde están el Che haciendo trabajo voluntario, los niños en la alfabetización y la carta que le deja a Fidel- posee seis por tres metros. Todo eso descansa en un rectángulo de 72 metros de largo, en el cual hay dos cubos de tres por tres metros.
Todo este conjunto caracteriza la personalidad del Che: sólida, sencilla y muy definida.
Destacó que él representó la figura del guerrillero más allá de la propia escultura, pues está simbolizado en los árboles, las palmas y los olivos del entorno, y en las recogidas de tornillos, planchas, tubos y piezas que hicieron los santaclareños en más de 500 mil horas de trabajo voluntario.
Concibió, asimismo, la escalinata para las actividades políticas y culturales. Esta forma escalonada permitió que hubiera espacio para el museo, y salones de protocolo y documentación.
“En aquel momento -enfatizó- no pensé que pudieran aparecer los restos del Che, pero en realidad, el espacio existió. Un área de 900 metros cuadrados, donde hoy descansan sus restos junto a los de sus compañeros caídos en Bolivia (1967).
EL ENTORNO DE LA PLAZA
Desde lo alto de la ciudad, con el mundo atrapado en su pupila y la fragancia del monte en el uniforme, el Che insta a continuar su ejemplo. Por eso el artista lo hizo acompañar de 144 figuras, que -en un mural a relieve y en expresión de movimiento- destaca a quienes combatieron junto a él en la Sierra y en el llano.
Al conjunto monumental también le imprimen sobriedad y fortaleza tres jardineras de ofrendas permanentes: una de ellas, con el texto íntegro de su carta a Fidel, y en las otras, se muestra al argentino en el trabajo voluntario y la participación de la juventud en la obra de la Revolución.
Late la historia al paso indetenible de las columnas invasoras Ciro Redondo y Antonio Maceo comandadas por el Che Guevara y Camilo Cienfuegos, respectivamente. Basta escudriñar cada trazo del creador sobre la cubierta de mármol para percibir la huella de aquellos hombres desde Oriente hasta Las Villas.
Asimismo se creó un espacio para sepultar a los combatientes que estuvieron junto al Che en la ofensiva contra la dictadura de Fulgencio Batista (1952-1958) en tierras villareñas.
El museo, dentro del complejo, atesora sus más íntimas pertenencias. Allí está el abrigo, el de la famosa foto de Korda que recorre el mundo. Se preservan múltiples etapas de su vida, que permiten desentrañar los valores de esa extraordinaria personalidad a través de imágenes, fotografías, planos, documentos y objetos, ordenados, desde su niñez hasta el último disparo.
Permanecen igualmente los binoculares que utilizó en el Congo y el plato de campaña donde ingería la magra ración en Bolivia.
El memorial es un espacio pequeño y cerrado, que puede evocar la selva.
Los arquitectos villaclareños Blanca Hernández y Jorge Cao asumieron su diseño y cambiaron la concepción de los espacios ya existentes en el edificio. Delarra realizó los rostros de los héroes que están en las tapas de los 39 nichos, así como los osarios de los 31 que ya se encuentran dentro del recinto.
A la distancia de varios años, miles de personas de todo el mundo siguen arribando a este sitio de la humildad y el decoro. Unos se persignan y otros adoptan posición de firme, en saludo al jefe, al camarada.
La llama del fondo continúa eterna, y aún parece estar Fidel Castro prendiendo la luz. El Che no se ha quitado el traje de campaña, y sus pasos, como al inicio, anuncian al mundo que sigue estando vivo.