Elson Concepción Pérez.— Las cortinas de ese espacio belicista llamado Cumbre de la OTAN se abrieron este martes y deben cerrarse hoy miércoles, en Vilna, la capital de Lituania, un espacio escogido por su cercanía al territorio ruso, y por el viraje que ha tenido hacia Occidente, apegado a lo que diga Estados Unidos.
El cónclave de ahora parece más que todo una subasta para ver quién aporta más armas para la guerra en Ucrania, o una competencia para ver quién llega primero a la meta: ser aceptados en la OTAN y servir, como la mayoría de los gobiernos de Europa, a los intereses estadounidenses.
Por todo ello, no resulta extraño que, en el primer día de la Cumbre, el secretario general de la alianza bélica, Jens Stoltenberg, admitiera que la OTAN «presta asistencia militar a Ucrania desde 2014», y que «el bloque acoge con beneplácito el apoyo militar que los aliados han proporcionado» a ese país.
De igual forma, afirmó que «no discutirá (el ingreso de ese país a la organización) hasta que Ucrania gane la guerra contra Rusia». «Entonces Ucrania se convertirá en miembro pleno de la OTAN», según un despacho del sitio Sputnik.
El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, reaccionó desafiante, y acusó a los miembros de la alianza de «falta de voluntad». En un mensaje publicado en su canal de Telegram, Zelenski afirmó que Ucrania «merece respeto».
Por su parte, el presidente francés, Emmanuel Macron, adelantó que «Francia entregará misiles de largo alcance a Ucrania», a pesar de haber asegurado antes que «su país no entregaría armas que puedan alcanzar el territorio ruso».
