Un año de mentiras sobre el Nord Stream

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Miembros de la CIA consideraban que Scholz era consciente de la planificación que se estaba llevando a cabo para destruir los oleoductos …Tras la orden de Biden de activar los explosivos, bastó un vuelo de un avión noruego y el lanzamiento de un sonar en el mar Báltico para conseguirlo

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Seymour Hersh, premio Pulitzer de periodismo.— No sé mucho acerca de las operaciones encubiertas de la CIA –nadie ajeno a ellas puede saberlo–, pero sí entiendo que el elemento esencial de todas las misiones llevadas a cabo con éxito es la capacidad de negarlas de forma plausible.

 

Los hombres y mujeres estadounidenses que, de forma encubierta, entraron y salieron de Noruega durante los meses que tardaron en planear y destruir tres de los cuatro gasoductos Nord Stream en el mar Báltico hace un año no dejaron rastro alguno –ni un indicio de la existencia del grupo– aparte del éxito de su misión.

Poder negarlo oficialmente, como opción para el presidente Joe Biden y sus asesores de política exterior, era crucial. Por eso no se introdujo ninguna información importante sobre la misión en un ordenador, sino que se tecleó en una máquina de escribir Royal o quizá en una Smith Corona con una o dos copias de carbón, como si internet y el resto del mundo digital aún no se hubieran inventado.

La Casa Blanca se mantenía apartada de lo que ocurría cerca de Oslo; desde el terreno se proporcionaron varios informes y actualizaciones directamente al director de la CIA, Bill Burns, que era el único vínculo entre los planificadores y el presidente que autorizó que la misión tuviera lugar el 26 de septiembre de 2022.

Una vez concluida la misión, los papeles mecanografiados y los carbones se destruyeron, de modo que no quedara ningún rastro físico, ninguna prueba que más adelante pudiera desenterrar un fiscal especial o un historiador dedicado al estudio de los presidentes. Se podría decir que fue el crimen perfecto.

Hubo un fallo: una falta de entendimiento entre quienes llevaron a cabo la misión y el presidente Biden respecto a por qué este ordenó la destrucción de los oleoductos cuando lo hizo. Mi reportaje inicial de 5.200 palabras, publicado a principios de febrero, terminaba citando crípticamente a un funcionario conocedor de la misión que dijo: “Era una historia de portada”. El funcionario añadió: “El único fallo fue la decisión de llevarla a cabo”.

Esta es la primera vez que se relata ese fallo, en el primer aniversario de las explosiones, y seguramente no gustará al presidente Biden y a su equipo de seguridad nacional.

Inevitablemente, mi primer artículo causó sensación, pero los principales medios de comunicación hicieron hincapié en los desmentidos de la Casa Blanca y se apoyaron en un viejo truco –mi confianza en una fuente anónima– para unirse a la Administración en desmentir la idea de que Joe Biden pudiera haber tenido algo que ver con semejante atentado.

Debo señalar aquí que he ganado literalmente decenas de premios a lo largo de mi carrera por artículos publicados en el The New York Times y The New Yorker sin identificar a una sola fuente. En el último año hemos visto una serie de artículos periodísticos contrarios, que no identificaban ninguna fuente de primera mano, que afirman que un grupo disidente ucraniano llevó a cabo el ataque de la operación de buceo técnico en el mar Báltico con un yate alquilado de 15 metros llamado Andromeda.

Ahora puedo escribir sobre el inexplicable fallo citado por el funcionario anónimo. Una vez más, se trata de la cuestión clásica de qué es, en realidad, la Agencia Central de Inteligencia (CIA): una cuestión que ya planteó Richard Helms, que dirigió la agencia durante los tumultuosos años de la guerra de Vietnam y el espionaje secreto de la CIA a los estadounidenses, ordenado por el presidente Lyndon Johnson y mantenido por Richard Nixon.

En diciembre de 1974, publiqué en The Times un reportaje sobre ese espionaje que dio lugar a unas sesiones sin precedentes en el Senado sobre el papel de la agencia en sus infructuosos intentos, autorizados por el presidente John F. Kennedy, de asesinar al líder cubano Fidel Castro. Helms les dijo a los senadores que la cuestión era si él, como director de la CIA, trabajaba para la Constitución o para la Corona, personificada en los presidentes Johnson y Nixon. El Comité Church dejó la cuestión sin resolver, pero Helms dejó claro que él y su agencia trabajaban para el mandamás de la Casa Blanca.

Volviendo a los gasoductos Nord Stream: es importante entender que, cuando Joe Biden ordenó volarlos el 26 de septiembre de 2022, el gas ruso ya no llegaba a Alemania a través de dichos gasoductos. Nord Stream 1 había estado inyectando grandes cantidades de gas natural a bajo coste hacia Alemania desde 2011, y había contribuido a reforzar el estatus de Alemania como coloso fabril e industrial.

Pero Putin lo cerró a finales de agosto de 2022, cuando la guerra de Ucrania estaba, en el mejor de los casos, estancada. Nord Stream 2 se terminó de construir en septiembre de 2021, pero el Gobierno alemán, presidido por el canciller Olaf Scholz, bloqueó el suministro de gas dos días antes de la invasión rusa de Ucrania.

Habida cuenta de las vastas reservas de gas natural y petróleo de Rusia, los presidentes estadounidenses, desde John F. Kennedy, han estado alerta ante la posible militarización de estos recursos naturales con fines políticos. Esta sigue siendo la opinión principal entre Biden y sus asesores de política exterior más agresivos, el secretario de Estado, Antony Blinken; el asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan; y Victoria Nuland, ahora segunda de a bordo de Blinken.

Sullivan convocó una serie de reuniones de alto nivel sobre Seguridad Nacional a finales de 2021, cuando Rusia estaba incrementando sus efectivos a lo largo de la frontera de Ucrania y la invasión se consideraba casi inevitable. El grupo, que incluía a representantes de la CIA, fue conminado a presentar una propuesta de acción que pudiera servir como un elemento disuasorio para Putin.

La misión de destruir los oleoductos estaba motivada por la determinación de la Casa Blanca de apoyar al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. El objetivo de Sullivan parecía claro. “La política de la Casa Blanca era disuadir a Rusia de un ataque”, me dijo el funcionario. “El reto que se planteó a los servicios de inteligencia fue que ideáramos una vía que fuera suficientemente potente como para lograr eso, y que supusiera una firme demostración sobre la capacidad de Estados Unidos”.

Ahora sé lo que no sabía entonces: la verdadera razón por la que la Administración Biden “sacó a relucir  la eliminación del gasoducto Nord Stream”. Hace poco, el funcionario me explicó que en aquel momento Rusia suministraba gas y petróleo a todo el mundo a través de más de una docena de gasoductos, pero que Nord Stream 1 y 2 iban directamente desde Rusia a Alemania a través del mar Báltico.

“La Administración puso Nord Stream sobre la mesa porque era el único al que podíamos acceder y porque [la misión] sería completamente negable”, dijo el funcionario. “Resolvimos el problema en pocas semanas –a principios de enero– y se lo comunicamos a la Casa Blanca. Supusimos que el presidente utilizaría la amenaza contra Nord Stream como un elemento disuasorio para evitar la guerra”.

Para el grupo secreto de planificación de la Agencia no fue ninguna sorpresa que, el 27 de enero de 2022, la segura y confiada Nuland, entonces subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos, advirtiera estridentemente a Putin de que si invadía Ucrania, como claramente planeaba hacer, “de un modo u otro, Nord Stream 2 no seguiría adelante”.

La frase llamó mucho la atención, pero no así las palabras previas a la amenaza. La transcripción oficial del Departamento de Estado muestra que antes de la amenaza, Nuland dijo, con respecto al gasoducto: “Seguimos manteniendo conversaciones muy firmes y claras con nuestros aliados alemanes”.

Cuando un periodista le preguntó cómo podía afirmar con certeza que los alemanes estarían de acuerdo, “porque lo que los alemanes han dicho públicamente no coincide con lo que usted está diciendo”, Nuland respondió con un asombroso doble lenguaje: “Le diría que volviera atrás y leyera el documento que firmamos en julio [de 2021], que dejaba muy claras las consecuencias para el gasoducto si Rusia volvía a atacar a Ucrania”.

Pero ese acuerdo, que se comunicó a los periodistas, no especificaba amenazas ni consecuencias, según informaron The Times, The Washington Post y Reuters. En el momento del acuerdo, el 21 de julio de 2021, Biden dijo a la prensa que, dado que el 99 % del oleoducto estaba terminado, “la idea de que se iba a decir o hacer algo para detenerlo ya no era posible”.

En aquel momento, los republicanos, encabezados por el senador Ted Cruz, de Texas, describieron la decisión de Biden de permitir el paso del gas ruso como un “triunfo geopolítico generacional” para Putin y “una catástrofe” para Estados Unidos y sus aliados.

Sin embargo, el 7 de febrero de 2022, dos semanas después de la declaración de Nuland, en una conferencia de prensa conjunta en la Casa Blanca con [el canciller Olaf] Scholz, que estaba de visita, Biden dio a entender que había cambiado de opinión y que se unía a Nuland y a otros asesores de política exterior igualmente belicistas, y habló de acabar con el gasoducto. “Si Rusia invade, es decir, si los tanques y las tropas vuelven a cruzar la frontera de Ucrania, ya no habrá Nord Stream 2. Le pondremos fin. Le pondremos fin”. A la pregunta de cómo podría hacerlo, ya que el gasoducto estaba bajo control de Alemania, respondió: “Lo haremos, se lo prometo, podremos hacerlo”.

A la misma pregunta, Scholz respondió: “Actuamos conjuntamente. Estamos absolutamente unidos y no daremos pasos diferentes. Daremos los mismos pasos, y serán muy muy duros para Rusia, y ellos deberían entenderlo”. Algunos miembros del equipo de la CIA consideraban entonces –y ahora– que el dirigente alemán era plenamente consciente de la planificación secreta que se estaba llevando a cabo para destruir los oleoductos.

Para entonces, el equipo de la CIA ya había hecho los contactos necesarios en Noruega, cuyos mandos de la Marina y de las fuerzas especiales tienen un largo historial de colaboración en tareas de operaciones encubiertas con la Agencia.

Los marineros noruegos y las patrulleras de la clase Nasty ayudaron a introducir clandestinamente operativos de sabotaje estadounidenses en Vietnam del Norte a principios de la década de 1960, cuando Estados Unidos, tanto en el Gobierno de Kennedy como en el de Johnson, dirigía allí una guerra no declarada. Con la ayuda de Noruega, la CIA hizo su trabajo y encontró la manera de hacer lo que la Casa Blanca de Biden quería que se hiciera con los oleoductos.

En ese momento, el reto para la comunidad de los servicios de inteligencia era idear un plan que fuera lo bastante contundente como para disuadir a Putin de que atacara a Ucrania. El funcionario me dijo: “Lo conseguimos. Encontramos un elemento disuasorio extraordinario por su impacto económico para Rusia. Pero Putin lo hizo [invadir Ucrania] a pesar de la amenaza”.

Fueron necesarios meses de investigación y práctica en las agitadas aguas del mar Báltico por parte de los dos expertos buceadores de aguas profundas de la Marina estadounidense reclutados para la misión antes de que esta se diera por iniciada. Los magníficos marinos noruegos encontraron el lugar adecuado para colocar las bombas que harían estallar los oleoductos.

Los altos funcionarios de Suecia y Dinamarca, que siguen insistiendo en que no tenían ni idea de lo que estaba ocurriendo en sus aguas territoriales compartidas, hicieron la vista gorda ante las actividades de los operativos estadounidenses y noruegos.

El equipo estadounidense de buzos y el personal de apoyo en el buque nodriza de la misión –un cazaminas noruego– sería difícil de ocultar mientras los buzos realizaban su trabajo. El equipo no sabría hasta después del atentado que los más de 1.200 kilómetros del Nord Stream 2 se habían cerrado dejando gas natural en su interior.

Lo que yo no sabía entonces, pero me contaron hace poco, fue que después de la extraordinaria amenaza pública de volar el Nord Stream 2 que hizo Biden con Scholz a su lado, el grupo de planificación de la CIA fue informado por la Casa Blanca de que no habría un ataque inmediato contra los dos gasoductos, pero que el grupo debía organizar la colocación de las bombas necesarias y estar preparado para activarlas “bajo demanda” una vez comenzada la guerra. “Fue entonces cuando nosotros” –el pequeño grupo de planificación que trabajaba en Oslo con la Marina Real Noruega y los servicios especiales en el proyecto– “comprendimos que el ataque a los oleoductos ya no sería disuasorio, porque a medida que avanzaba la guerra nunca tuvimos el mando”.

Tras la orden de Biden de activar los explosivos colocados en los oleoductos, bastó un corto vuelo de un avión noruego y el lanzamiento de un dispositivo de sonar modificado en el lugar adecuado del mar Báltico para conseguirlo.

Para entonces, el grupo de la CIA hacía tiempo que se había disuelto. El funcionario también me dijo: “Nos dimos cuenta de que la destrucción de los dos oleoductos rusos no estaba relacionada con la guerra de Ucrania” –Putin estaba en proceso de anexionarse los cuatro óblasts [regiones] ucranianos que quería–, “sino que formaba parte de una agenda política neoconservadora para evitar que Scholz y Alemania, con el invierno a la vuelta de la esquina y los oleoductos cerrados, se acobardaran y abrieran” el Nord Stream 2 cerrado. “El temor de la Casa Blanca era que Putin pusiera a Alemania bajo su control y luego fuera a por Polonia”.

La Casa Blanca no dijo nada mientras el mundo se preguntaba quién había cometido el sabotaje. “De modo que el presidente asestó un golpe a la economía de Alemania y Europa Occidental”, me dijo el funcionario. “Podría haberlo hecho en junio y decirle a Putin: ‘Te dijimos lo que haríamos’”.

El silencio y los desmentidos de la Casa Blanca fueron, dice, “una traición a lo que estábamos haciendo. Si vas a hacerlo, hazlo cuando sirva para algo”. El invierno pasado, Alemania asignó 286.000 millones en subvenciones para hacer frente a facturas de electricidad

Un paso hacia la III Guerra Mundial

La dirección del equipo de la CIA interpretó que las directrices engañosas de Biden al aprobar la orden de destruir los oleoductos, me dijo el funcionario, eran “como dar un paso estratégico hacia la Tercera Guerra Mundial. ¿Y si Rusia hubiera respondido diciendo: ‘vosotros volasteis nuestros oleoductos y yo voy a volar vuestros oleoductos y vuestros cables de comunicación?”.

Nord Stream no era una cuestión estratégica para Putin, era una cuestión económica. Quería vender gas. Ya había perdido sus gasoductos cuando se cerraron los Nord Stream 1 y 2 antes de que comenzara la guerra de Ucrania.

Pocos días después del atentado, las autoridades de Dinamarca y Suecia anunciaron que llevarían a cabo una investigación. Dos meses después informaron de que, efectivamente, se había producido una explosión y dijeron que habría nuevas investigaciones. No se ha hecho ninguna.

El Gobierno alemán llevó a cabo una investigación, pero anunció que gran parte de sus conclusiones serían confidenciales. El invierno pasado, las autoridades alemanas asignaron 286.000 millones de dólares en subvenciones a grandes empresas y propietarios de viviendas que tuvieron que hacer frente a facturas de electricidad más elevadas para hacer funcionar sus negocios y calentar sus hogares. El impacto todavía se deja sentir hoy, con la previsión de un invierno más frío en Europa.

El presidente Biden esperó cuatro días antes de calificar el atentado contra el oleoducto de “acto deliberado de sabotaje”. Dijo: “Ahora los rusos están difundiendo información falsa al respecto”.

En una conferencia de prensa posterior, a Sullivan, que presidió las reuniones que condujeron a la propuesta de destruir de forma encubierta los oleoductos, se le preguntó si el gobierno de Biden “cree ahora que Rusia fue la probable responsable del acto de sabotaje”.

La respuesta de Sullivan, sin duda ensayada, fue: “Bueno, en primer lugar, Rusia ha hecho lo que hace con frecuencia cuando es responsable de algo, que es hacer acusaciones de que en realidad ha sido otro el que lo hizo. Lo hemos visto repetidamente a lo largo del tiempo”.

“Sin embargo, hoy el presidente también ha sido claro al expresar que hay que trabajar más en la investigación antes de que el Gobierno de Estados Unidos esté preparado para responsabilizar a alguien en este caso”. Continuó: “Seguiremos trabajando con nuestros aliados y socios para reunir todos los datos, y luego adoptaremos una decisión sobre qué hacer a partir de ahí”.

No he encontrado ningún caso en el que alguien de la prensa estadounidense haya preguntado posteriormente a Sullivan sobre los resultados de su “decisión”. Tampoco he encontrado ninguna prueba de que Sullivan, o el presidente, hayan sido interrogados desde entonces sobre los resultados de la “decisión”, ni sobre qué hacer a partir de ahí.

Tampoco hay pruebas de que el presidente Biden haya pedido a la comunidad de los servicios de inteligencia estadounidense que lleve a cabo una investigación exhaustiva sobre el atentado del oleoducto. Tales peticiones se conocen como “Taskings” (asignación de tareas) y se toman en serio dentro del gobierno.

Todo esto explica por qué una pregunta rutinaria, que formulé aproximadamente un mes después de los atentados a alguien con muchos años de experiencia en la comunidad de los servicios de inteligencia estadounidense, me llevó a una verdad que nadie en Estados Unidos ni en Alemania parece querer investigar. Mi pregunta era sencilla: “¿Quién lo hizo?”.

El gobierno de Biden voló los oleoductos, pero la acción tuvo muy poco que ver con ganar o detener la guerra en Ucrania. Fue el resultado de los miedos de la Casa Blanca a que Alemania vacilara y reabriera el flujo de gas ruso –y a que Alemania, y después la OTAN, por razones económicas, cayeran bajo el dominio de Rusia y sus extensos y baratos recursos naturales–. Y de este modo se llegó al temor definitivo: que Estados Unidos perdiera su antigua primacía en Europa Occidental.

Nota: publicado en Substack

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