Klaus Hommels y Fiona Murray, presidentes de la junta directiva del Fondo de Innovación, indicaron en julio pasado que, al invertir en tecnologías emergentes, la organización puede “aprovechar el poder de la innovación del sector privado”, mientras contrarresta la influencia de sus competidores estratégicos.
«Los dirigentes del Fondo creen que la propensión del capital de riesgo a la innovación tecnológica puede ser la carta de triunfo de la OTAN en un contexto geopolítico cada vez más peligroso (…) Si el historial de línea dura de los capitalistas de riesgo estadounidenses es un indicio, es más bien uno que promete potenciar el militarismo a escala transnacional», señala el artículo de la revista Responsible Statecraft.
El análisis estima que además de ser un negocio arriesgado, en el que las sociedades de capital riesgo gastan sumas millonarias en pequeñas empresas para convertirlas en grandes compañías, en ramos como el sector de defensa, la ética queda en segundo plano para “obtener contratos que sostengan el negocio”.
El artículo señala que los inversores estadounidenses de capital de riesgo y las empresas que han recibido estos fondos también han consolidado poder político, mediante el financiamiento de campañas para el Congreso de Estados Unidos y la obtención de contratos militares de gran valor mediante el cabildeo con el Gobierno.
Las empresas estadounidenses en el ramo de defensa respaldadas por las sociedades de capital de riesgo están obteniendo “beneficios monstruosos”, en el marco de los conflictos en Ucrania y la Franja de Gaza, destacó la revista. La creación del Fondo de Innovación de la OTAN indica que los inversionistas externos quieren participar.
El fondo de la OTAN y sus operaciones «parecen opacas”, pese a su posible impacto en las capacidades militares y de seguridad, afirma el análisis. Aunque este mecanismo fue fundado por la organización que recibe contribuciones de los Estados miembros, en su página web se afirma que es un «fondo de capital de riesgo privado».
La escritora Ingrid Lunden, destacó para el medio TechCrunch, que no está claro si existen límites respecto a las empresas de defensa en la que invertiría el fondo de la OTAN o con las que buscaría colaborar.
En ese sentido, destaca el análisis de Responsible Statecraft, “es lamentable la falta de vigilancia” de estos fondos de capital de riesgo, que han invertido en tecnologías militares controvertidas, basadas en inteligencia artificial o drones letales, e «inspiran poca confianza».