Las esencias están en el pueblo

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«Las elecciones no constituyen un concurso de popularidad; son en todo caso, un concurso de méritos y un concurso de capacidades» Fidel Castro Ruz

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Perfectible, como todo, puede ser nuestro sistema electoral. Creerlo perfecto sería, cuando menos, pretensioso. Pero hay principios, digamos esenciales, que lo distinguen, y que son también los principios sobre los cuales se ha construido nuestro proyecto de país, desde un ideal de lo justo y lo democrático que pone al pueblo en su mismísimo centro.

Es en el pueblo, en su derecho de proponer, nominar y elegir a quienes lo representarán, donde debemos buscar las esencias de un sistema distante de los vicios y de las campañas; y donde ocurre «el milagro», al decir de Fidel, su principal artífice, de que «…un ciudadano humilde del pueblo, sin un centavo, puede ser electo…».

Y esa suerte de «milagro» cubano no llegó por añadidura, ni fue la imitación de un modelo anterior. Como rememoraba el Comandante en Jefe, en su discurso del 20 de febrero de 1993, durante la segunda reunión de trabajo con los candidatos a diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular y delegados a la asamblea provincial en la antigua Ciudad de La Habana, «afortunadamente, desde que hicimos la primera Constitución nosotros no copiamos, sino que elaboramos ideas sobre cómo debían ser las elecciones en nuestro país.

«…Todo el mundo comprendía que nuestro sistema era en sí democrático, muy democrático, o era, al menos, más democrático que todos los demás que se estaban aplicando, tanto en el socialismo como en el capitalismo, porque habíamos establecido un principio clave que por primera vez se expresaba de una manera concreta: el principio de que el pueblo postula y el pueblo elige.

«…Nosotros teníamos que crear algo nuevo, algo más justo, algo más equitativo, algo más democrático, algo más puro, porque la preocupación fundamental era preservar la pureza de nuestro proceso electoral…».

Esa voluntad de salvaguardar lo honesto de las elecciones, su transparencia, y ponderar siempre el protagonismo del pueblo, fueron probablemente dos de las ideas más reiteradas por Fidel en cada uno de los discursos referidos a nuestros comicios, sobre los que muchos, aun sin conocerlos, lanzan dardos.

Y esa transparencia no anda colgando de frases, ni disminuida a buenas o malas interpretaciones.

La transparencia nace en una reunión de vecinos, en medio de cualquier cuadra, donde los participantes nominan sin presiones ni condicionamientos; la trasparencia parte de tomar en cuenta, como máximos atributos, la capacidad de los candidatos, sus méritos, sus valores éticos y su compromiso, nunca lo mucho o poco de su bolsillo; la transparencia es fruto de la presentación en sitios públicos y concurridos de las listas de electores y del derecho de estos a buscarse, reconocerse o solicitar su incorporación.

Lo límpido es también la publicación, en el mismo lugar donde se compran las medicinas o el pan, de las biografías de aquellos que fueron nominados y por quienes podemos votar. Lo límpido está en leer, en saber su historia, porque elegir al mejor deja de ser consigna cuando se asume como derecho y deber.

¿Cuánta transparencia encierra la custodia de las urnas por pioneros? Foto: Ortelio González Martínez.

«… ¿En qué otro país se seleccionan los candidatos como se seleccionaron aquí? En la base, por los vecinos directamente, después en las asambleas municipales por los delegados que los vecinos eligieron (…) y a través de las listas que presentaron las comisiones de candidatura, integradas por las organizaciones de masa y presididas por la organización de los trabajadores, sin que las presidiera el Partido…», subrayaba el líder de la Revolución, el 15 de marzo de 1993, durante la clausura de la sesión de constitución de la Asamblea Nacional, en su IV Legislatura.

¿En qué otro lugar –podría agregarse– se garantiza la más estricta imparcialidad en la actuación de las autoridades electorales, o se permite que los electores o cualquier otra persona comprueben que las urnas están vacías antes de sellarse, y presencien el conteo de los votos? ¿En qué otro lugar es responsabilidad de los pioneros, niños en definitiva, la custodia de la urnas?

En muy pocos, dirían algunos, si es que existen.

Hace ya poco más de 24 años aseguraba Fidel que «a la Revolución le ocurre que cuando ya había hecho muchas cosas, cuando había alcanzado extraordinarios logros, ahora tiene que luchar por salvar lo que hizo…». En materia de elecciones eso significa, tomando sus propias palabras, que el pueblo siga viendo en los candidatos que nominó o los delegados que elegirá, «a gente modesta, gente humilde, gente trabajadora» y que no pueda decir que ahí «hay un malversador, un ladrón, alguien que se hizo rico con el dinero del pueblo».

A todas estas fortalezas hay que añadir, según recomendaba el Comandante, «como gran privilegio, como gran ventaja de nuestro sistema», el hecho de que la mitad de los diputados a la Asamblea Nacional son delegados de base, esos que debemos elegir el próximo domingo.
Y un diputado, aseguraba, «…debe hacer todo lo que pueda por su país en cualquier parte donde se encuentre, no puede volverse sectario, pensar únicamente en su distrito; pero el diputado debe hacer todo lo que pueda por su distrito, y cuando no pueda hacer nada, hablar con los electores cada vez que pueda y explicarles qué se hace y qué no se hace, qué puede hacerse y qué no puede hacerse. Constantemente hay que estar dando explicaciones…».

Ya casi a las puertas del 26 de noviembre, fecha fijada para las elecciones de delegados a las asambleas municipales del Poder Popular, valdría retomar –por los electores y los elegidos– la savia infinita de quien siempre apostó por los valores de justicia e igualdad de nuestro sistema.

Asumir el derecho al voto como expresión genuina de democracia, y premiar con ello a quienes mejor puedan representarnos es un deber, y un ejercicio de participación ciudadana que refleja también cómo seguimos apoyando el proyecto de país que elegimos, soberanamente, desde hace mucho.

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