Inestabilidad hegemónica: cómo las políticas de EEUU han moldeado un mundo menos seguro

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En la historia reciente de las relaciones internacionales, la suposición de que podía existir cierta "estabilidad hegemónica" cuando el mundo vivía la existencia de un Estado dominante en el sistema ha caído en descrédito. Esto se debe a que las políticas estadounidenses desde la década de 1990 han hecho que el mundo sea más inseguro que nunca.

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Valdir da Silva Bezarra.— De hecho, el propio concepto de hegemonía, que en su sentido griego original significa “liderazgo”, fue muy mal utilizado por Washington durante el periodo unipolar que siguió al final de la Guerra Fría. La razón de que los estadounidenses hicieran un mal uso de su hegemonía provenía de su relación condescendiente con los demás Estados del sistema, incluidos sus socios occidentales tradicionales.

 

Para ejercer una hegemonía que se preste a un papel “estabilizador”, Washington debería haber respetado en primer lugar las propias reglas del sistema que ayudó a construir. En la práctica, Estados Unidos actuó unilateralmente para promover sus objetivos políticos en diversas partes del mundo, desafiando al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas e incluso en contra del consejo de aliados como Alemania y Francia, como en el caso de la invasión de Irak en 2003.

Al financiar guerras en tierras lejanas, satisfaciendo el apetito de su complejo militar-industrial, Estados Unidos, con el pretexto de expandir los llamados “valores democráticos” por todo el mundo, causaba un reguero de destrucción, refugiados y muerte allá donde iba. Estaba claro, a su vez, que el poder político estadounidense se sustentaba sobre todo en su poderío militar. No es casualidad que Estados Unidos tenga más de 800 bases militares en el mundo y el mayor presupuesto de defensa de todas las grandes potencias del sistema.

Como resultado, ha surgido un escenario internacional altamente inestable, en el que los cambios económicos, tecnológicos y militares han impulsado a varios Estados a contrarrestar la posición del Estado dominante. Incluso los beneficios que los estadounidenses aportaron a la economía internacional en forma de bienes públicos, como el uso del dólar para el comercio entre países, están ahora desacreditados.

Ahora, a pesar de su retórica sobre el Estado de derecho, Estados Unidos y sus aliados europeos no solo se han acostumbrado a secuestrar ilegalmente los activos financieros de otras naciones, sino que también se han convertido en expertos en el uso de sanciones económicas unilaterales como medio de coerción política.

No por casualidad varios países han empezado a ver la necesidad de migrar su comercio a monedas alternativas. Con ello, no solo se desvanece el papel del dólar como moneda de cambio para las transacciones mundiales, sino también la supuesta “neutralidad” de las organizaciones internacionales en las que Washington tiene una influencia predominante, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Además, como el poder de decisión en el seno de estas instituciones no se ha distribuido adecuadamente de forma equitativa entre los Estados emergentes, grupos como los BRICS han emprendido políticas para evitar ser vulnerables a sus dictados.

Mientras tanto, con su hegemonía en declive, los responsables políticos de Estados Unidos han llegado a temer el ascenso de potencias rivales como Rusia y China. Hoy en día, Washington ya no puede desempeñar un papel de liderazgo incontestable como lo hizo en el periodo unipolar de la década de 1990. De hecho, la capacidad de moldear las preferencias e intereses de otros Estados en el sistema de la que disfrutaban entonces los estadounidenses se ha visto erosionada precisamente por el ejercicio desenfrenado de su poder, especialmente mediante intervenciones directas en los asuntos internos de otros Estados.

Bajo el nombre de “intervención humanitaria”, en la práctica Estados Unidos se ha arrogado el derecho de violar impunemente la soberanía de los Estados. No hay un solo caso de intervención humanitaria empleada bajo la tutela de Washington que no tuviera un objetivo geopolítico detrás. Empezando a finales de la década de 1990, cuando la OTAN y sus aliados bombardearon Belgrado con el pretexto de ayudar a Kosovo. Luego siguieron las guerras gemelas de Afganistán e Irak, que comenzaron en 2001 y 2003, respectivamente.

Como resultado de la catastrófica intervención en estos países, no solo creció el sentimiento antiamericano en todo el mundo, sino que muchas naciones se dieron cuenta por fin de los efectos negativos de las acciones unilaterales del Gobierno estadounidense.

No olvidemos el calamitoso bombardeo de Libia en 2011 por parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que llevó al país a un estado de profundo caos socioeconómico, e incluso la incitación de las fuerzas de la oposición en Siria a partir de 2012, que contribuyó a la aparición y fortalecimiento de grupos como el Estado Islámico* en la región.

Hoy, además, se habla de la amenaza de una Tercera Guerra Mundial derivada de la posible escalada del conflicto en Ucrania. Al utilizar a Kiev para obtener ganancias geopolíticas en Europa del Este a expensas de Rusia, Estados Unidos ha arruinado el equilibrio de poder entre Moscú y Occidente que tanto había costado conseguir desde la Guerra Fría. La Unión Europea, por su parte, ha perdido casi por completo su soberanía política, subordinándose pasivamente a la injerencia extranjera en el continente, al tiempo que ve cortados indefinidamente sus lazos con Rusia.

Después de todo, ¿qué podemos esperar del futuro? La respuesta más obvia sería la inestabilidad.

En primer lugar, porque se ha erosionado el principio de soberanía como base del derecho internacional. Segundo, porque la autoridad de las Naciones Unidas está debilitada. Y tercero, porque parece que avanzamos hacia un orden global en el que difícilmente pueden conciliarse los intereses de las grandes potencias.

Las actitudes y acciones de Estados Unidos en la posguerra fría han abierto una auténtica caja de pandora. Por tanto, no cabe esperar tiempos fáciles. Al contrario, la inestabilid

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