Escuela de los Annales: génesis y mito; Equipo de Bitácora (M-L), 2023

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«Para los marxistas, la filosofía y la historia están íntimamente ligadas. Este no es el caso de quienes afirman que sus métodos de trabajo solo pueden ser científicos porque están −según ellos− libres de cualquier concepción filosófica y son, por lo tanto, ideológicamente neutrales. Negar la verdad del sentido del trabajo del historiador y el carácter esencial de este trabajo, en el plano ideológico y político, en última instancia solo conduce a obligarse a trabajar «gratuitamente» −la historia por la historia−, a un trabajo verdaderamente enajenado. Porque, ¿puede la investigación en historia ser otra cosa que una contribución a la constitución de una conciencia colectiva, a la que tradicionalmente siempre ha apuntado, y de la que los historiadores contemporáneos pretenden que deben y pueden emanciparse por razones científicas? ¿Es la historia «científica» cuando pretende ser una descripción de una situación o de hechos pasados aceptables y aceptados, según ella, por todos los individuos o grupos involucrados?». (Claire Pascal; un pasado al que suscribirse: rol y métodos de la historia, 1990)

 

«Para poder construir la historia, su historia, los hombres deben integrar esta dimensión en su proyecto revolucionario. La revolución, por lo tanto, requiere la conciencia de su propia historicidad, por lo que no puede haber revolución posible en una sociedad no historizada. Esto es lo que diferencia la revolución del mito, del mesianismo o de la revuelta, una diferencia que los ideólogos burgueses se esfuerzan constantemente por negar. Así, las sociedades que han permanecido prisioneras del mito, santifican el pasado y excluyen las representaciones del tiempo histórico capaces de abrir la posibilidad de una ruptura. En cuanto al mesianismo, se refiere a la aspiración de cambio en el futuro lejano de una liberación sobrenatural. Por el contrario, la revolución solo puede darse en la realidad −frente a la utopía− y en el tiempo de una historia conscientemente asumida». (Bernard Peltier: La historia, una cuestión ideológica y política, 1990)

Preámbulo

Todo revolucionario sabe que hoy en día el marxismo es menospreciado y vapuleado en el mundo académico. Esto no es algo nuevo, ni algo que nos deba extrañar. Para empezar, la doctrina marxista se opone al intelectualismo prepotente, superficial y servicial que predomina en las ciencias sociales. Unos rasgos y actitudes de los que hasta presumen los profesores e investigadores universitarios, acostumbrados a realizar estudios acordes a las modas e intereses de las instituciones y revistas científicas. Sin embargo, también dentro del campo de los intelectuales que se consideran más de «izquierdas», encontramos con frecuencia un cierto aprecio a doctrinas y pensadores supuestamente «progresistas», pero que, realmente, dejan mucho que desear. Este también sería el caso de la famosa Escuela de los Annales, la cual fue representante de una especie de humanismo pequeño burgués. Esta corriente terminó siendo hegemónica en Francia durante varias décadas del siglo XX y tuvo una gran repercusión internacional, incluyendo a España. En su momento ya comentamos por encima el por qué de este fenómeno:

«Ha sido un secreto a voces que el marxismo está en horas bajas pese a que en su momento este movimiento político tuvo una gran transcendencia hasta el punto de que sus herramientas de análisis, el materialismo histórico y dialéctico, penetraron en todos los poros de la vida social: discusiones filosóficas, estudios académicos, debates en asociaciones vecinales, sindicatos, revistas de sociología, movimientos políticos, etc. Un ejemplo interesante de este fenómeno es observar cómo este debate permanente sobre el marxismo y su utilidad se reflejó en las ciencias sociales. Mismamente en el campo histórico, la mayoría de escuelas historiográficas del siglo XX estuvieron de una u otra forma influenciada por sus teorías y conceptos. Así ocurrió con la Escuela de los Annales o la Escuela de Frankfurt, lo que no excluye, faltaría más, que medie un abismo entre la esencia y metodología de Marx y Engels y lo que propusieron y concluyeron estas escuelas que precisamente trataron, muy desafortunadamente, de mezclar marxismo con estructuralismo, marxismo con freudismo, etc… aguando así su contenido, algo que hasta la propia CIA reconoció en sus informes confidenciales. Véase el documento de la CIA: «Francia: la defección de los intelectuales de izquierda» (1985)». (Equipo de Bitácora (M-L); La cuestión educativa y el liberalismo de la «izquierda», 2021)

Todas las corrientes historiográficas de aquella época, incluyendo las encabezadas por el revisionismo soviético, se hicieron eco del prestigio y/o animadversión que la famosa Escuela de los Annales fue creando a su paso:

«Uno de los rasgos más característicos de la literatura extranjera sobre la escuela de los Annales es la extrema polaridad de las valoraciones: desde una apología desmedida hasta una negación casi total de su significado e incluso un énfasis en la «nocividad» para la ciencia social burguesa, que en sí mismo ya es significativo; en realidad no a menudo cualquier escuela histórica burguesa es tan controvertida.

En trabajos especiales y cursos de conferencias en Occidente, esta escuela a menudo se evalúa como el desarrollo más significativo en la ciencia histórica mundial en los últimos 50 años. Los defensores de los «Annales» atribuyen a esta escuela la realización de «una revolución del pensamiento histórico, la única significativa en nuestro siglo», la creación de una «matriz disciplinaria» adecuada para toda la ciencia histórica. Se le otorga el derecho a «la última palabra» en el análisis y evaluación del proceso histórico, en la comprensión de sus perspectivas». (Yury Nikoláievich Afanásiev; Historicismo versus eclecticismo. La escuela histórica francesa de los Annales en la historiografía burguesa contemporánea, 1980)

Así, pues, expliquemos brevemente al lector las tres etapas de la Escuela de los Annales:

a) Para quien no lo sepa, la primera etapa de la Escuela de los Annales (1929-46) comienza con la fundación en 1929 de una revista titulada «Annales d’histoire économique et sociale» dirigida por Marc Bloch −bien instruido en historia medieval, economía, sociología y lingüística− y Lucien Febvre −especializado en historia moderna, geografía, sociología y psicología−. Aunque sin duda, si hay que hacerse eco de algo es de la influencia que tuvieron, en ambos, los descubrimientos en las ciencias naturales y la Escuela geográfica de Paul Vidal de La Blache.

Los primeros «annalistas» destacaron por revisar y demoler la herencia en materia histórica del positivismo dominante de Langlois y Seignobos. Consideraron que esta era una forma de hacer historia inadecuada al centrarse en la mera descripción de los acontecimientos, tomar como prueba fidedigna prácticamente solo los documentos oficiales y otorgar un excesivo valor a las grandes figuras históricas y sus hazañas. Esta vez no nos detendremos en la crítica a la historiografía positivista, ya que ha sido abordada en otras ocasiones. Véase el capítulo: «Marxismo y positivismo» (2022).

Las investigaciones de esta «primera generación» de los «Annales» se centraron especialmente en monografías muy detalladas sobre la Revolución Francesa y la Edad Media, algo que sigue siendo una de sus grandes aportaciones a la ciencia histórica. Sus historiadores se preocuparon por estimular las comparativas históricas, repensar la metodología y los límites del conocimiento histórico, promover la interrelación de las ciencias y dar a conocer la génesis de los conceptos y cómo estos reflejan la realidad. Esto no excluye que muchos de sus postulados, especialmente su escepticismo o distorsión del marxismo, fuesen una herencia de la crítica vulgar de autores semipositivistas como Durkheim, Burr y otros, de los que tanta influencia recibieron.

En honor a la verdad, Bloch y Febvre también contribuyeron a la ristra de mantras preferidos de esta escuela para disimular sus carencias. Expresiones típicas como «La ciencia histórica aún está por construirse» o «Cualquier definición es una prisión», sentaron el precedente para justificar una falta del objeto de estudio y dirección en la disciplina, algo que más tarde sus discípulos utilizarían en cada ocasión para no pronunciarse sobre ciertos temas de enjundia. Véase la obra de Yury Nikoláievich Afanásiev «Historicismo versus eclecticismo. La escuela histórica francesa de los Annales en la historiografía burguesa contemporánea» (1980).

Por último, cabe mencionar que los sucesivos cambios de nombre: a) «Annales d’ histoire économique et sociale» (1929-39); b) «Annales d’histoire sociale» (1939-42, 1945); c) «Mélanges d’histoire sociale» (1942-44); d) y «Annales; économies, sociétés, civilisations» (1946-1994) ya indicaba qué derroteros iba tomando la revista: cada vez más centrada en las costumbres, sentimientos, simbologías, etcétera. También se empezó a hacer común el análisis a nivel «micro», centrándose en lo que luego más adelante fue conocido como la «microhistoria» o la «historia regional».

b) La segunda etapa (1947-1968), acabó estando liderada por F. Braudel, E. Labrousse y P. Renouvin. Por su implicación institucional, fueron los principales exponentes de la escuela, logrando afianzar tanto la hegemonía académica como una financiación incluso externa −llegando a tener el mecenazgo de la Fundación Rockefeller−. En realidad, se continuó priorizando la crítica a las llamadas «fuentes tradicionales» −archivos−, y destacó el acercamiento a las teorías del exmenchevique y jefe de la sociología francesa Georges Gurvitch −que negó las leyes sociales−, con el cual se colaboró muy estrechamente.

En cuanto a temáticas, esta «segunda generación» destacó por el estudio de fenómenos como la evolución de los precios y salarios o sobre la influencia del clima sobre la sociedad. Sin embargo, el gran problema de la visión braudeliana de la historia fue que se centró más en estudiar «las relaciones entre el hombre y la naturaleza» en detrimento de las propias relaciones entre los seres humanos; el papel y posibilidad transformadora del sujeto comenzó a tornarse inútil ante el fatalismo ambiental-geográfico que planteó el autor. Su enfoque llevó a que sus figuras diluyeran los hechos trascendentales de la historia en un compendio de hechos estadísticos. Por lo que, por más que sus estudios pudieran ofrecer datos interesantes en cuanto a cuestiones como los efectos del clima en las cosechas, la evolución de los precios y salarios en el tiempo, o hechos similares, no permitían la comprensión de los cambios históricos en su totalidad, ni lograban crear ese pretendido concepto de «historia globalizante».

A su vez, el método braudeliano terminó diluyendo los grandes momentos de cambio histórico en un «largo plazo» de la evolución «casi inmóvil», en ocasiones no reconociendo suficientemente el papel de estas rupturas en las transformaciones sociales. Sin olvidar que sus análisis no pasaron muchas veces de un estrecho «empirismo», es decir, mero descriptivismo. Por ello, algunos consideraron que Braudel progresó de un «positivismo evolutivo» a un «positivismo estructuralista», donde el acento lo puso en investigar a nivel temporal aquello que «permanece», en vez de buscar aquello que «cambia». Véase la obra de Yury Nikoláievich Afanásiev «Historicismo versus eclecticismo. La escuela histórica francesa de los Annales en la historiografía burguesa contemporánea» (1980).

En cualquier caso, la línea de la revista de los «Annales» y sus conceptos de «estructura» o «tiempo de larga duración» acabarían por convertirse en herramientas comunes para la historiografía francesa e internacional. El historiador francés Pierre Vilar en su obra «Introducción al vocabulario histórico» (1980) criticó los límites de estas «estructuras» de «larga duración» de Braudel por su marcado carácter «ahistórico». Esto es importante ya que Vilar siempre fue una especie de puente entre estos dos mundos, el marxismo y la Escuela de los Annales, aunque por supuesto manteniendo su fidelidad filosófica y metodológica al primero.

c) La tercera etapa (1969-87), esta época comienza con la expulsión de Braudel en favor de sus discípulos «renovadores», marcando un cambio de rumbo clave, en donde cada vez fue haciéndose más común no solo el rechazo de la herencia marxista, sino también la promoción en la revista de artículos de autores completamente ajenos a los postulados de los «maestros» de la Escuela de los Annales −con la crítica sucesiva a los conceptos clave y herencia de Bloch, Lefebvre y Braudel−.

De hecho, la nueva línea de los «annalistas», denominada «Nueva Historia», fue capitaneada por autores como J. Le Goff, E. Le Roy Ladurie, P. Norra o F. Furet, quienes renunciaron abiertamente a la búsqueda de esa «historia global», es decir, de esa interrelación entre las ciencias y sus metodologías. Ergo, lo que primó a partir de entonces fue la vuelta a una parcelación de la historia integral en una «historia económica», una «historia militar», una «historia política», una «historia del arte», una «historia de las religiones», etcétera, como si las fronteras entre estos campos siempre fuesen tan fáciles de dilucidar, o como si no tuvieran interrelación.

En consecuencia, para mediados de los años 70 los «annalistas» convergieron cada vez más con los peores vicios y modas temporales de cada rama particular: adoptaron el «psicologismo» de freudianos como Lacan, la «antropología» de estructuralistas como Levi Strauss, la «epistemología» de posmodernos como Michel Foucault y la «historia de las mentalidades» de autores como Philippe Ariès. Todas estas expresiones se vieron abiertamente en sus publicaciones. Véase la obra de Peter Burke «La revolución historiográfica francesa. La Escuela de los Annales 1929-1984» (1990).

Como bien señaló el historiador británico Peter Burke, a estas alturas la escuela estuvo «unificada sólo a los ojos de sus admiradores extranjeros y de sus críticos del propio país», ya que «algunos miembros del grupo pasaron de la historia socioeconómica a la historia sociocultural, en tanto que otros están volviendo a descubrir la historia política y hasta la historia narrativa». Desde luego, no se puede hablar de figuras de igual prominencia. Esto fue normal dada la cantidad de autores y a la vez de tendencias ideológicas en su seno. Un totum revolutum que pronto trajo el desastre para el medio de expresión, la escuela y su prestigio.

En cualquier caso, resulta necesario desmontar los mitos que se han ido consolidando en torno a este grupo.

En primer lugar, sus representantes más significativos, como Bloch, Febvre y Braudel, siempre brindaron multitud de halagos hacia las investigaciones y metodologías históricas de Marx, Engels y otros autores similares. Fueron muy conocidas las palabras de Febvre al pronunciar que: «Cualquier historiador, incluso si nunca ha leído una sola línea de Marx, incluso si se considera un feroz «antimarxista» en todos los campos excepto en la ciencia, inevitablemente estará imbuido de la forma de pensar marxista». Mientras Braudel, que estudió «El Capital» (1867) llegó a comentar que: «El genio de Marx, el secreto de la fuerza de su pensamiento radica en el hecho de que fue el primero en construir modelos sociales reales basados en una perspectiva histórica de largo plazo».

Esto hizo que los grupos más conservadores, que tenían unas nociones de los procesos históricos más relativistas y espontáneas, siempre insistieran en que la Escuela de los Annales era una especie de «marxismo cultural» o, dicho de otro modo, un marxismo camuflado o edulcorado:

«En la historiografía de Alemania Occidental allá por los años 50, G. Ritter, y luego sus seguidores, vieron en los Annales una amenaza a casi la existencia misma de toda la «civilización occidental» debido al supuesto «rodaje» de esta escuela hacia la «forma de pensar marxista» y su rechazo a la originalidad espiritual de Occidente «frente al sistema soviético». Los ataques a los «Annales» desde la derecha se están llevando a cabo en la propia Francia. Uno de los oponentes constantes de los «Annales» es el filósofo idealista y politólogo más antiguo, el patriarca del anticomunismo francés, Raymond Aaron. En 1938 en su libro «Introducción a la Filosofía de la Historia», trató de demostrar que ninguna escuela histórica puede ir más allá de los límites de la subjetividad histórica, ya que «la historia es siempre la historia del espíritu, aunque sea la historia de las fuerzas productivas». En 1977, R. Aaron volvió a pronunciar un «discurso defensivo» a favor de la Europa en declive. Sin nombrar directamente los «Annales», se indignó por el «conformismo» de la intelectualidad burguesa francesa, lamentando que en Francia e Italia, las universidades y las escuelas supuestamente continúen «enseñando, difundiendo, martillando el marxismo en las cabezas». (Yury Nikoláievich Afanásiev; Historicismo versus eclecticismo. La escuela histórica francesa de los Annales en la historiografía burguesa contemporánea, 1980)

Sin embargo, esta acusación se desmonta rápidamente. En su tesis doctoral «Repercusiones de la Escuela de los «Annales» en la enseñanza española» (1993), el historiador Primitivo Sánchez Delgado, reconoció que esta corriente, más allá de sus pretensiones iniciales, apostó claramente por «una tercera vía entre el conservadurismo y el marxismo, frente al capitalismo salvaje y al esclerotizado comunismo soviético», de hecho, se hizo común el lema «Ni reacción, ni marxismo». Esto ya descartaría a priori, como han especulado tanto simpatizantes como detractores, cualquier similitud plena entre marxismo y Escuela de los Annales.

En segundo lugar, también existen defensores de la Escuela de los Annales que insisten en la afinidad entre marxismo y los «Annales» con el siguiente argumentario: si dicha escuela pudo lograr un claro impulso de renovación historiográfica en los años 30, 40 y 50, fue gracias a que criticó las doctrinas dominantes de la época −como el neopositivismo y el neokantismo−, algo que, en parte, se lo debe al «materialismo económico» del marxismo. Nosotros no negamos tal influencia, como ya hemos señalado, pero durante el documento se comprobará que esto solo fue posible porque, como tantas otras corrientes, en diversos aspectos que le interesaban debieron servirse del marxismo, en especial de su metodología histórica, el llamado «materialismo histórico», pero no porque entendiesen esta −y mucho menos la superasen−. Esto no puede causar sorpresa ya que es completamente normal, porque cuando una corriente triunfa, se pone de moda y se populariza de forma inadecuada, como ocurrió con el marxismo en muchos países, es normal que se dieran diversas distorsiones, incluso intentos extravagantes de unificar este con positivismo, evolucionismo, neokantismo, irracionalismo y otros ismos ajenos. Véase la obra de Antonio Labriola «Filosofía y socialismo» (1897).

Sin embargo, si esta relación entre marxismo y «Annales» fuera tan significativa −que como veremos más adelante, no lo fue−, tal prueba no mostraría la brillantez de la Escuela de los Annales, sino la grandeza del marxismo, es decir, la sumisión de dicha escuela a las evidencias que este constató continuamente. En verdad, el señalar esta falta de dirección y autonomía en la Escuela de los Annales no es ninguna exageración gratuita, ya que, como también se comprobará, a partir de los años 60 y 70 esta corriente contribuyó desde sus tribunas escritas para el desarrollo del estructuralismo y el posmodernismo en el campo histórico o, mejor dicho, no pudo resistir a la irrupción de estas corrientes y se plegó a ellas.

De hecho, hasta los propios representantes o simpatizantes de los «Annales» reconocieron que la falta de unidad en la metodología fue una carencia típica de su movimiento. El historiador «annalista» Jacques Revel, en su obra «Paradigmas de los Annales» (1979), enfatizó que desde los años 30 la metodología de investigación reflejó el «paisaje intelectual» de cada época, adaptándose a las condiciones en constante transformación, por lo que no es posible hablar de un solo «paradigma universal de los Annales», sino de una serie de paradigmas, que se sucedían uno tras otro, sin excluirse, sin embargo, entre sí. En cualquier caso, quedó demostrado que la no aplicación del materialismo histórico hasta sus últimas consecuencias conllevó a que los «annalistas» se perdiesen en una maraña de eclecticismo metodológico que, más pronto que tarde, abrió las puertas a corrientes disolventes y a su propio suicidio como corriente historiográfica.

En definitiva, debido a la importancia de esta escuela hemos decidido traducir del francés dos interesantísimos artículos de dos marxista-leninistas galos: a) el primer artículo fue escrito por Claire Pascal «Un pasado al que suscribirse: rol y métodos de la historia» (1990); b) y el segundo corresponde a Bernard Peltier «La historia, una cuestión ideológica y política» (1990). Ambos, al ser lanzados desde un órgano de expresión tan pequeño, como era por entonces «La voie du socialisme», no creemos que tuvieran una enorme difusión ni relevancia en el mundo historiográfico. Sin embargo, sus reflexiones siguen siendo absolutamente necesarias, ya que explican perfectamente parte de las limitaciones de esta escuela.

Con todo esto, dejaremos los dos artículos pertinentes:

Notas 

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[2] Para consultar todos los documentos en PDF editados por el Equipo de Bitácora (M-L) pinche [AQUÍ].

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