
Elson Concepción Pérez (Granma).— En un capítulo nuevo de su show mediático, el presidente estadounidense, Donald Trump, subió el pasado martes, junto a un séquito de escoltas y de la prensa, hasta la azotea de la Casa Blanca.
Parece que quiso cambiar el escenario de sus reiteradas apariciones frente a los periodistas, y bromear, nada menos que con el tema nuclear, el de los misiles, el de la guerra, o quizá, el del fin de la humanidad.
Lo hizo en medio de un ambiente caldeado, en el que ya no solo se habla de armas nucleares, sino que se lanzan al agua, con rumbo cercano a territorio ruso, dos submarinos atómicos estadounidenses, acompañados de sus respectivas coberturas mediáticas, y de sus recicladas amenazas, tanto al presidente Vladímir Putin, como a toda la nación eslava.
Trump hizo un alto en su espectáculo favorito –la guerra de los aranceles– y enrumbó hacia la azotea de su guarida presidencial, para mostrarse desafiante y ágil, caminando de un lado a otro del escenario, y preparado para responder al reportero que le preguntó: «¿Qué va a construir aquí, Presidente?». Ya Trump tenía la respuesta a flor de labios: «Misiles, misiles nucleares», y concluyó la presentación haciendo un gesto como si estuviera lanzando uno.
Este hecho, que de insignificante no tiene nada, ocurre cuando un ambiente tóxico y peligroso se apodera de este planeta, el mismo que observa apacible –e incluso irresponsablemente– cómo se abren frentes de guerra y en cualquiera de ellos, la «solución nuclear» no está desechada.
Un repaso a la historia nos indica que ha sido Estados Unidos el único en usar las armas nucleares. Los habitantes de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki fueron las víctimas. Precisamente se cumplen ahora 80 años de aquella acción criminal, que acabó con la vida de miles de personas e hizo polvo radiactivo las edificaciones de ambas urbes.
Y ha sido, precisamente Donald Trump, en su primer mandato presidencial, quien rompió con varios de los acuerdos nucleares que, al menos, parecían garantizar la tranquilidad internacional, para que no se produjeran hechos como aquellos.
El 20 de octubre de 2018, Trump tiró a la basura el acuerdo que habían firmado Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov, el 8 de diciembre de 1987, y que se denominó Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, por su sigla en inglés). En 2019, Estados Unidos suspendió totalmente sus obligaciones con ese acuerdo.
Rusia continuó respetando el pacto, hasta el lunes 4 de agosto, cuando el Ministerio de Asuntos Exteriores de ese país comunicó que Moscú ya no se autoimpone restricciones respecto al despliegue de misiles de medio y corto alcances, tras seguir respetando el INF unilateralmente, después de que Washington lo abandonara.
La Cancillería rusa explicó que esta decisión se ha adoptado debido a que «la situación se desarrolla hacia el despliegue de misiles estadounidenses en Europa y la región de Asia-Pacífico».
El mundo, como vemos, no está para «performance de azotea» de Donald Trump, y más cuando el tema nuclear es una espada de Damocles, a punto de asestar un golpe final a la humanidad.