150 años de insurrección cantonal. La importancia de la dirección revolucionaria centralizada

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Francisco Valverde* (UyL).— Como hemos podido comprobar estos últimos 15 años (grandes movilizaciones, canalización hacia nuevos partidos, tambaleo del bipartidismo y ahora su recomposición) hay periodos en los que la historia ocurre de forma tan acelerada que en tiempos políticos, hay días o meses en los que transcurren años…

Son momentos históricos en los que el cúmulo de contradicciones existentes en la base social (pobreza y subida de precios, desempleo, sobreexplotación, escasez de bienes básicos,desigualdad lacerante…) se agudizan de tal manera, que alguno de ellos supone la gota que colma el vaso, dando pie a la posibilidad de que las clases sociales subyugadas hasta el momento, pasen a tomar una parte más activa en su organización social.

Se cumplen estos días 150 años de los sucesos que ocurrieron tras el sexenio democrático y la instauración de la I República Federal en España. La insurrección cantonal, principalmente por toda la línea de costa que se forma desde Castellón hasta San Lúcar de Barrameda, con plaza fuerte en Cartagena.

Esta redacción pretende colocar algunos datos que aproximen a la realidad de los sucesos del Cantón de Cartagena, enmarcado en la lucha de clases.

Contextualización a la insurrección cantonal

Todo el siglo XIX había transcurrido en una encarnizada lucha de clases, en la que los sectores más avanzados de una burguesía descentralizada se mantenían en lucha por ganar más espacios de poder político y económico frente al atrasado poder feudal, centralizado en Madrid. Dicho poder feudal encabezado por una monarquía que, estructurada en lo más alto de la pirámide, descansaba bajo la nobleza, clero y el aparato de altos funcionarios estatales, entre ellos el ejército, que suponían una burocracia enorme, que junto a las guerras para sostener a las colonias restantes bajo la opresión de lo que quedaba del viejo imperio español, suponían un enorme lastre que mantener económicamente por parte de las clases productoras de la riqueza -el campesinado y el proletariado- que vivían en las condiciones más miserables e insalubres.

Es bastante esclarecedor en este sentido el informe de una comisión de médicos del municipio de Murcia en 1869, achacando epidemias como el tifus a “la notable miseria de las clases proletarias, que no sólo se encuentran mal alimentadas, peor vestidas y en condiciones poco higiénicas, sino que además se ven obligadas a beber durante el verano aguas encharcadas por no tener el río fácil corriente, y durante el invierno las aguas recién entradas del mismo cauce sin haberles dado el suficiente tiempo para depositar las sustancias nocivas que llevan suspendidas”. [1]

Esta situación era agravada por la gran crisis del capitalismo de la segunda mitad de siglo, que en España se tradujo en una inflación desmedida de todos los productos en general, encareciendo sobremanera el coste de la vida, ya de por sí duro, y a un incremento del desempleo que generaba oleadas de personas hambrientas en situación de indigencia. Estas, expulsadas de los núclos urbanos, estaban obligadas a robar en las cosechas para sobrevivir [2], mientras eran perseguidas y reprimidas, por grupos armados por grandes propietarios y rentistas, que en gran parte residían en Madrid, lejos de sus propiedades situadas en las provincias. Sumados estos grupos de choque a la Guardia Civil, creada unas décadas antes para este mismo fin, bajo forma de represión “legal” estatal, en favor de los terratenientes y la gran propiedad, ante la pobreza de grandes capas sociales.

La situación de las llamadas “clases medias” tampoco era favorable. Pequeños propietarios y sectores profesionales mal remunerados que, ante tamaño abuso de los sectores de la nobleza, ostentadora de los buenos cargos y el poder, sienten que viven bajo una “situación social que no corresponde a sus recursos económicos y cuyas posibilidades son limitadas. De ahí ese complejo de frustración que alguien no ha dudado en calificar de “resentimiento social, tanto más profundo cuanto más disimulado por conveniencia o educación”. […] Son los protagonistas del levantamiento cantonal, esencialmente burgués, aunque como señala el profesor Jover (24), al airear el mito de “La Federal”, lograrán arrastrar consigo por última vez a una parte del proletariado.” [3]

Todo ello genera la base social y política que facilita la llegada de la I República Federal, y unos meses después la insurrección cantonal, ante la posición inflexible del sector de los llamados republicanos intransigentes y la incapacidad de la clase obrera para establecer alianzas y su propio programa.

Actualmente, en la Región de Murcia y concretamente en la ciudad de Cartagena, la insurrección cantonal no deja de generar cierto sentimiento de afecto y reivindicación en determinados sectores populares que estos días recuerdan la efeméride. No solo por el carácter histórico y en cierto punto romántico del movimiento, sino por que fue en la ciudad de Cartagena donde la experiencia cantonal resistió durante más tiempo, confrontada al gobierno central durante seis meses. No así el resto de cantones, que no duraron más de 15-20 días.

Pero estos hechos, desde un análisis histórico de la lucha de clases, tienen gran valor debido a que dejaron un claro ejemplo de lo que NO se debe hacer cuando el bloque de poder entra en crisis y se abren espacios para el avance de las posiciones de la clase trabajadora.

Un proletariado sin dirección política

El análisis de clases y del desarrollo social de la época, definía a España como un país atrasado, de mayoría campesina y una clase obrera reducida pero concentrada en territorios concretos de la costa donde había industria (Vizcaya, Barcelona, Valencia, Alcoy, Cartagena,…), donde la burguesía aún no había desplazado a las clases feudales de los resortes del poder, ni había llevado a cabo las tareas democráticas. Por lo tanto le tocaba al proletariado asumir las tareas de la revolución democrática, desde su organización independiente y poner fin rápidamente con la grave situación de miseria que atravesaban las clases populares.

Pero para ello, tras el estallido revolucionario, necesitaba tener claro un programa político para llevar a cabo dichas tareas democráticas y dotarse de una organización de clase que garantizara la unidad de acción bajo su propia dirección centralizada.

He aquí el problema y las limitaciones del movimiento obrero de aquel momento en España.

La Asociación Internacional de Trabajadores (Primera Internacional), no contaba en el estado español con el desarrollo de otros países como en Francia o Prusia, pero además, el ala bakuninista era la mayoritaria aquí, lo que se tradujo en que, quienes decían representar a la Internacional obrera, portaban como principio inamovible el “abstencionismo y la inacción política” [4], y esta ausencia de una intervención decidida del proletariado condenó al movimiento revolucionario a caer en la dirección de la burguesía más charlatana y radicalmente inefectiva, los republicanos intransigentes, mientras los bakuninistas plegaban al proletariado a rebufo de esta, llamando posteriormente a la huelga general, no como herramienta, sino como fin en sí mismo para su “revolución social” de implantación inmediata.

Romántica tarea cargada de bellas ideas, pero con una carencia absoluta de un análisis de la relación de clases y del grado de desarrollo de la estructura social en el estado español, así como de la definición de las tareas inmediatas que debía asumir el proletariado. Es decir, una irresponsabilidad histórica, que el pueblo trabajador pagó los años posteriores, con la denostación y práctica disolución de la Internacional, que en manos de los bakuninistas y a ojos del proletariado español, se ha visto envuelta en el derrumbe de los intransigentes. [5]

Engels desarrolla de forma magistral en su texto “Los bakuninistas en acción. Memoria sobre el levantamiento de España de 1873”, esta relación de hechos, en los que se perdió una ocasión magnífica para haber enterrado los resortes del poder borbónico y de las clases más reaccionarias, para sacar a los pueblos de España de su atraso social y sus miserables condiciones de vida y trabajo. Expresando así el accionar bakuninista en el momento concreto de la convocatoria de las elecciones; “Los obreros sentían eso; sentían que había llegado la hora de poner en juego su potente organización, pues por aquel entonces todavía lo era. Pero los señores jefes de la escuela bakuninista habían predicado, durante tanto tiempo, el evangelio del abstencionismo incondicional, que no podían dar marcha atrás repentinamente; y así inventaron aquella lamentable salida, consistente en hacer que la Internacional se abstuviese como colectividad, pero dejando a sus miembros en libertad para votar individualmente como se les antojase. La consecuencia de esa declaración en quiebra política fue que los obreros, como ocurre siempre en tales casos, votaron a la gente que se las daba de más radical, a los intransigentes, y que, sintiéndose con esto más o menos responsables de los pasos dados posteriormente por sus elegidos, acabaran por verse envueltos en su actuación.[6]

El Cantón murciano, el Cantón de Cartagena y su carácter de clase.

La insurrección se inicia en Cartagena, proclamando el Cantón murciano. Con la figura destacada de Antón Gálvez Arce (Antonete Gálvez), propietario de tierras en la pedanía de Torreagüera, que había protagonizado años antes importantes movimientos de protesta en la zona contra medidas del gobierno central, y posteriormente por la república federal.

Como movimiento regional, llega a implantarse sin dificultades en toda la zona metropolitana de Murcia (en toda la Vega Media y la Vega Baja del Segura) y en la costa, Mazarrón y por supuesto en Cartagena y su Campo. Tiene a su vez más dificultades donde hubieron menos problemas de carestía de subsistencias como Mula, Alhama, Totana o Lorca, que supone un municipio con fuertes apoyos para el gobierno central de Madrid.

A pesar de ser un movimiento insurreccional que pretende abolir los excesos de un estado borbónico burocrático y parasitario, el movimiento cantonal deja ver pronto su carácter de clase, por la dirección de quienes lo asumen. La mayoría de las Juntas de dirección están compuestas por una solución de continuidad de parte importante de las clases poseedoras anteriores (oligarcas isabelinos, parientes de propietarios desplazados y federales “benévolos” con las clases terratenientes).

En Cartagena, si bien al inicio se acoge en su dirección a varios miembros de la Internacional, así como algún antiguo veterano de la Comuna de París, la dirección de la pequeña y mediana burguesía dará pronto marcha atrás y dejará claro el carácter de clase de la dirección del movimiento, renegando de cualquier contacto e influencia de la Internacional [7] y dejando muy claro el carácter sagrado de la propiedad privada por su Junta Soberana.

Tras el fracaso de los múltiples cantones en menos de un mes, puesto que se habían constituido como pequeñas taifas, sin ningún tipo de coordinación, solo queda la aventura cantonal de Cartagena. Que si bien como cantón independiente, es capaz de mantener actividad comercial -acuñando su propia moneda como hecho anecdótico- y resistir ante el estado central, por la importancia de su histórico enclave portuario, con conexión estable hasta Argelia. Como proceso revolucionario, debido a la dirección de la pequeña burguesía cabreada de los republicanos intransigentes y de sus románticos seguidores bakuninistas, carece de ningún sentido en clave de avance histórico de las clases subalternas. Limitándose a un hecho histórico que sí, dotó de autonomía propia a este enclave, pero con la única finalidad de sobrevivir el mayor tiempo posible hasta que la ciudad sitiada cediera finalmente.

Como relata Engels, si la dirección del movimiento proletario, hubiera establecido una dirección centralizada y un programa de acción política coordinada, los distintos centros industriales plagados de proletarios, armas en mano, hubieran podido cambiar las tornas. Pero en lugar de ello, se instó a abstenerse de toda acción política y a convocar huelgas generales aisladas, esperando a que de ellas surgiera instantáneamente la revolución social. Toda una lección de historia para el pueblo trabajador.

La necesidad de la organización revolucionaria de clase y centralizada ante la actual crisis del capital y los próximos recortes.

Aprender las lecciones de la historia es una tarea primordial para no repetir los errores, una vez se dan las condiciones objetivas que posibilitan un proceso revolucionario. Así como los sucesos relatados en el siglo XIX hicieron tambalearse a los resortes del poder del bloque oligárquico español y fracasaron debido a la inmadurez del movimiento obrero y su falta de dirección. Durante estos últimos 15 años (estallido de la crisis capitalista estructural, movilizaciones del 15M, crisis de los Borbones, el derecho de autodeterminación en Cataluña…) también hemos vivido situaciones donde el bloque dominante se ha visto amenazado por las contradicciones del sistema capitalista y de la superestructura que se erige en el estado español. Pero, debido a las fortalezas del sistema y a las debilidades de las organizaciones de clase, no hemos sido capaces de aprovechar estos momentos históricos para elevar nuestra presencia, organización y dirección entre las masas trabajadoras.

Por el contrario, fue aprovechada nuevamente por la pequeña burguesía, que con discursos grandilocuentes de asaltar los cielos, creó un nuevo partido político y en cuanto pudo se integró en la casa socialdemócrata, en las instituciones burguesas y entregó nuestra soberanía a la OTAN y el gran capital, fomentando la frustración obrera, la desmovilización y abonando el camino al fascismo.

La clase trabajadora y los sectores populares necesitamos empezar a levantar nuestros propios espacios, al margen de las instituciones burguesas, para debatir y decidir sobre lo que nos afecta, sobre las condiciones de vida y trabajo en las que sufrimos la explotación capitalista y sus distintas opresiones. Espacios que, debido a su funcionamiento soberano y democrático, serán herramientas fundamentales para la lucha por nuestros derechos.

Pero esta organización de masas, tal y como se ha repetido en la historia, no podrá tener una proyección revolucionaria sin la presencia de un Partido revolucionario organizado, disciplinado, con una visión dialéctica de los procesos y con la comprensión clara de su papel de dirección política y de que son las masas las que hacen la revolución bajo su dirección consciente. Ese es el rol que deberá jugar el PCPE y por el que la militancia del PCPE y la JCPE tiene plena certeza en que no habrá que esperar 150 años más para esperar el momento.

Enterremos las viejas relaciones que arrastra este régimen monárquico heredero del franquismo, en el que la oligarquía todo lo decide, para empezar a decidir de una vez por todas cuáles son las necesidades de la mayoría social y destinar la enorme riqueza existente a resolverlas de una vez por todas.

Esa será nuestra auténtica y verdadera autonomía.

Nuestro verdadero cantón será la República Socialista de carácter confederal.

¡Solo el pueblo organizado salva al pueblo! ¡Toma Partido!

*) Responsable Político del PCPE – Región de Murcia

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[1] 1983, Juan Bautista Vilar; El Sexenio Democrático y el Cantón Murciano (1868-1874); Pág 58.

[2] 1983, Juan Bautista Vilar; El Sexenio Democrático y el Cantón Murciano (1868-1874); Págs. 62-63

[3] 1983, Juan Bautista Vilar; El Sexenio Democrático y el Cantón Murciano (1868-1874); Pág 47.

[4] 1873, F. Engels; “Los bakuninistas en acción. Memoria sobre el levantamiento de España de 1873”

[5] 1873, F Engels; “Los bakuninistas en acción. Memoria sobre el levantamiento de España de 1873”

[6] 1873, F Engels; “Los bakuninistas en acción. Memoria sobre el levantamiento de España de 1873”

[7] 1983, Juan Bautista Vilar; El Sexenio Democrático y el Cantón Murciano (1868-1874); Pág 225.

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