Alberto Acevedo.— Joe Biden, el mismo presidente que hace poco reclamó para el mundo la vigencia de una democracia internacional basada en reglas y aseguró que su país es el principal defensor de esta figura, anunció el 7 de julio pasado que había dispuesto el envío de bombas racimo al teatro de operaciones de Ucrania, y de hecho, pocas horas después, el gobierno de Zelenski confirmó que sus tropas ya habían realizado los primeros disparos con esta munición contra tropas rusas en el campo de batalla.
Las bombas racimo se utilizaron por primera vez durante la Segunda Guerra Mundial y su empleo fue desechado después por un número grande de países debido a su enorme poder mortífero y de destrucción. Fueron concebidas para causar el mayor número de bajas posible en una amplia zona de guerra. Matan en forma indiscriminada no solo a las fuerzas en combate sino a la población civil, y pueden causar mutilaciones masivas e indiscriminadas.
Como lo insinúa su nombre, se trata de una bomba que, al ser disparada desde un cohete o un misil, se desintegra en un número grande de pequeñas bombas que estallan al chocar contra el suelo. Sin embargo, no todas explotan de inmediato, especialmente si impactan en terreno fangoso o mojado. Las que no estallan, que son bastantes, pueden permanecer por décadas sin explotar, hasta que entran en contacto con una persona o animal que las active.
Oídos sordos
“Las bombas de racimo esparcen pequeñas bombas por una amplia zona, muchas de las cuales no explotan de inmediato”, dijo la portavoz de la Oficina de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Marta Hurtado. “Pueden matar y mutilar años después. Por eso su uso debe cesar”, puntualizó.
Varios legisladores estadounidenses también pidieron al gobierno de Biden no enviar estas armas a Ucrania, porque sus costos humanitarios superaran sus beneficios en el campo de batalla. Un enérgico rechazo a la idea del gobernante provino del secretario general de las Naciones Unidas António Guterres. Además, al menos 38 organizaciones de derechos humanos se han opuesto a la medida. Biden desoyó este clamor.
El 30 de mayo de 2008, en Dublín, bajo el auspicio del Comité Internacional de la Cruz Roja, se suscribió la Convención sobre Municiones en Racimo, que condenó su uso, debido a su “índole no fiable e imprecisa” y que se lanzan “en ingentes cantidades sobre extensas zonas”. La convención fue ratificada por 120 países, que denuncian el alto precio pagado por civiles que caen víctimas de ellas y las califica de moralmente inaceptables.
Estrategia desesperada
Es de anotar que Estados Unidos hizo entrega a Ucrania de munición de racimo, como último episodio de una escalada que incluye la entrega de equipos antiaéreos más sofisticados, artillería más moderna, tanques pesados cuyas especificaciones indican claramente que no son equipos defensivos, municiones de uranio empobrecido que sugieren el empleo de un componente nuclear, el entrenamiento en uso de cazas de combate F-16 y operaciones especiales para atacar a poblaciones rusas en la zona de frontera y asesinar a mandos de la Fuerzas Militares rusas.
El empleo de bombas de racimo en Ucrania no va a inclinar el curso de la guerra en favor del gobierno de Zelenski. En ningún conflicto bélico anterior, esta munición ha sido factor determinante para ganar una guerra. Lo que hace es causar un número innecesario y cruel de víctimas, generalmente entre la población civil.
Lo que sí parece estar claro es que estamos ante una estrategia desesperada de Washington ante el hecho de que la tan anunciada contraofensiva ucraniana no pasó de un gran montaje mediático, que no avanza significativamente y que la realidad es que las tropas ucranianas se quedan sin munición, lo que haría imposible los ataques masivos y romper la línea de defensa rusa.
