El viejo orden unipolar: señales del ocaso

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Si el «viejo orden» –que, con sus crisis, funciona cada vez en más beneficio de cada vez menos personas– ha pasado a ser disfuncional, no menos lo es la potencia que pretende liderarlo

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 Jorge Casals Llano (Granma).— Pocos hay hoy en el mundo que no consideren imprescindible un orden internacional multipolar, más equitativo, que salve y beneficie a toda la humanidad, y no solo a una parte de ella.

 

También son pocos los que no saben que los beneficiados por el fraude masivo, por la gran estafa que inició con los llamados descubrimientos, que continuó con la usurpación que representaron el colonialismo y la esclavitud, y con el neocolonialismo que impuso EE. UU. en Cuba, y con la secuela de todo lo que divide al mundo en «jardín y jungla», como se dijo recientemente, son los que se opondrán al cambio.

Y si el «viejo orden» –que, con sus crisis, funciona cada vez en más beneficio de cada vez menos personas– ha pasado a ser disfuncional, no menos lo es la potencia que pretende liderarlo, como se publicó en la revista Foreing Policy (La superpotencia disfuncional. ¿Puede un Estados Unidos dividido disuadir a China y Rusia?, del 29 de septiembre de 2023).

Con ínfulas de emperador, Joe Biden, en conferencia de prensa, el pasado 15 de octubre, proclamó a Estados Unidos como la nación más poderosa de la historia y del mundo, capaz de encargarse (de las guerras) de Ucrania y de Israel, y de mantener su defensa internacional general.

Esto, sin embargo, no concuerda con la realidad del fracaso de EE. UU. y el llamado Occidente colectivo en la guerra en Ucrania, con la acelerada pérdida de la hegemonía del dólar, con el incondicional apoyo al crimen masivo de Israel en la Franja de Gaza, ni con hechos aparentemente de segundo orden e intrascendentes, como la destitución de Kevin McCarthy en la presidencia de la Cámara de Representantes.

La acelerada pérdida de la hegemonía de Estados Unidos –ya dijimos– tiene evidencias también en la desvalorización de su moneda como divisa universal, resultado de la violación de los acuerdos de la Conferencia de Bretton Woods, de 1944 (una moneda «tan buena como el oro» y a 35 dólares la onza; cuyo precio actual es de 1,933.15 USD), que le permitió aprovecharse, con total impunidad, del privilegio entonces concedido, y contraer deudas con el resto del mundo, de manera incontrolada, hasta sobrepasar ya el 120 % de su PIB, y aumentando en la actualidad más de 1 400 millones por hora (según datos actualizados de www.usdebtclock.org).

El resquebrajamiento del viejo orden y la pérdida de hegemonía se manifiesta, también, en el creciente (e irracional) intento de dividir al mundo en grandes bloques. Uno de ellos, encabezado por el autodenominado Occidente, supuestamente capaz de constituirse en autárquico y desvinculado del otro, el resto del mundo, el de los Brics ahora Brics plus (Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica, más Argentina, Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos), aparentemente sin considerar que ya los países de este «otro mundo» representan el 47,3 % de la población mundial, con un Producto Interno Bruto global (PIB) –considerando la Paridad de Poder Adquisitivo (PPA)– de 36,4 %; son responsables del 38,3 % de la producción industrial mundial y son decisivos para la producción de energía, alimentos, materias primas, minerales y metales, entre ellos el cobalto y el litio, el galio y el germanio, imprescindibles para la automovilística y la Inteligencia Artificial (IA), incluida la fabricación de semiconductores.

Debe observarse, en el análisis, la potencialidad de un mundo todavía más amplio, representado por el G-77 y China, este año presidido por Cuba.

El supuesto «jardín», que es el de los países del G7 (EE. UU., Alemania, Canadá, Francia, Italia, Japón y Reino Unido), representa solo el 10 % de la población mundial, poseen un PIB del 30,4 %, y alcanza el 30,7 % de la producción industrial.

En la comparación se pone de manifiesto la capacidad decisoria de cada bloque, aunque uno de ellos mantenga, por ahora, el control de las finanzas mundiales, en tanto son los emisores de las divisas más utilizadas: el dólar (por la Reserva Federal de EE. UU.) y el euro (por el Banco Central Europeo).

Sin embargo, ese control no evitó, sino que incentivó el actual caos financiero, cuyas más recientes manifestaciones se iniciaron con la pandemia de la COVID-19, cuando las medidas sanitarias frenaron la marcha de la economía y el menor nivel de actividad trató de compensarse con una mayor emisión monetaria, y con la llamada Expansión cuantitativa (QE, por su sigla en inglés), para mantener bajas las tasas de financiamiento, lo que derivó, no obstante, en el aceleramiento del proceso de inflación a escala global.

La consideración –tanto de la Reserva Federal de EE. UU. como del Banco Central Europeo– de que, una vez restablecidas las cadenas logísticas, la inflación desaparecería, resultó equivocada. También equivocadas fueron el abandono del liberalismo económico y las medidas para «proteger» la economía occidental de la economía china, lo que insufló más aire a la burbuja.

La «militarización» de la moneda estadounidense y del sistema de compensaciones interbancario conocido por Swift, y su utilización como un arma más de su arsenal vía «sanciones» (Cuba, Venezuela, Nicaragua, Rusia e Irán son solo ejemplos relevantes) tampoco fue capaz de someter el funcionamiento de la economía mundial a las necesidades imperiales, al «orden basado en reglas».

Ni con la guerra económica ee. uu. puede regular la economía global, aunque la invoque a nombre de los «derechos humanos», un pretexto que los gobiernos de EE. UU. usan en sus numerosas invasiones e intervenciones militares, con saldos catastróficos.

El conflicto en Ucrania, consecuencia de los intentos de cercar y aislar a Rusia, complicó aún más las cosas, al incrementar sustancialmente los precios de las materias primas y, en particular, los del petróleo, el gas y los granos. Europa dejó de comprar gas barato ruso por uno más caro (aproximadamente un 30 %) proveniente de EE. UU., y todo sin que los gurúes del «jardín» se percataran.

¿El resultado?: el aumento de los precios, hasta llevarlos a los niveles inflacionarios más elevados de las últimas décadas.

La adopción de medidas restrictivas y el repetido aumento de las tasas de interés, también hasta niveles nunca vistos en décadas, agravaron la crisis del sistema financiero, como parte de la crisis sistémica.

La actual situación en el Medio Oriente, con las incursiones de Hamas en Israel y hasta la retaliación desproporcionada y violatoria del derecho internacional del gobierno de Netanyahu, apoyado por EE. UU. y Occidente, ha complicado todavía más la situación, hasta hacerla prácticamente insostenible, e imprevisible, y atentar contra los cimientos mismos del obsoleto sistema monetario-financiero internacional.

La superioridad militar y las guerras también forman parte del basamento del perverso orden, sin importar ni el costo de vidas humanas ni las riquezas destruidas. Resulta más rentable al Complejo Militar-Industrial (y no solo el de EE. UU., al que en su momento se refirió Eisenhower) provocar y ensañar los conflictos hoy existentes, que contribuir a su eliminación y a la paz.

En este contexto, no resultan extrañas entonces ni las provocaciones a la República Popular Democrática de Corea, con la «visita» de un portaviones estadounidense a Corea del Sur, ni la renovada guerra árabe–israelí, resultado directo de la ocupación ilegal, por el Gobierno sionista, de territorios palestinos legítimos, y la violación de los acuerdos relativos a la formación de Palestina como Estado.

Esta guerra genocida es la última señal de un sistema en crisis. Mientras Israel asesina en masa, resulta descarnada la complicidad de Estados Unidos, la mirada indolente del «jardín» europeo, y la incapacidad de las Naciones Unidas para generar acuerdos urgentes que al menos conduzcan a un cese el fuego y a la entrada inmediata de ayuda humanitaria.

Fuente: granma.cu
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